Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1860

Allan Kardec

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El arte pagano, el arte cristiano y el arte espírita

En la sesión de la Sociedad del 23 de noviembre, al haberse manifestado espontáneamente el Espíritu Alfred de Musset (véanse los detalles más adelante, en la página 386), le fue dirigida la siguiente pregunta:

La pintura, la escultura, la arquitectura, la poesía se han inspirado a su turno en las ideas paganas y cristianas; ¿podéis decirnos si, después del arte pagano y del arte cristiano, habrá un día el arte espírita? –El Espíritu respondió:

«Hacéis una pregunta que se responde a sí misma; la oruga es oruga, que se vuelve crisálida, para después transformarse en mariposa. ¿Qué hay de más etéreo y de más gracioso que una mariposa? ¡Pues bien! El arte pagano es la oruga; el arte cristiano es la crisálida; el arte espírita será la mariposa».

Cuanto más uno ahonda en el sentido de esta graciosa comparación, más uno admira la precisión de la misma. A primera vista se podría suponer que el Espíritu tuviese la intención de rebajar el arte cristiano, colocando al arte espírita en la coronación del edificio; pero no es nada de esto, y basta meditar en esa imagen poética para comprender su exactitud. En efecto, el Espiritismo se apoya esencialmente en el Cristianismo; no viene a reemplazarlo: lo completa y lo reviste con una túnica brillante. En el Cristianismo primitivo se encuentran las raíces del Espiritismo; si ellos se repelieran mutuamente, uno renegaría a su hijo, y el otro a su padre. Al comparar el primero a la crisálida y el segundo a la mariposa, el Espíritu indica perfectamente el lazo de parentesco que los une. Aún más: la propia imagen describe el carácter del arte que uno ha inspirado y que el otro inspirará. El arte cristiano tuvo que inspirarse principalmente en las terribles pruebas de los mártires y revestir la severidad de su origen paterno. El arte espírita, representado por la mariposa, se inspirará en los vaporosos y espléndidos cuadros de la existencia futura revelada; él regocijará el alma que el arte cristiano había impregnado de admiración y de temor; será el canto de alegría después de la batalla.

El Espiritismo es percibido enteramente en la teogonía pagana, y la mitología no es otra cosa sino el cuadro de la vida espírita poetizada por la alegoría. ¿Quién no reconocería el mundo de Júpiter en los Campos Elíseos, con sus habitantes de cuerpos etéreos? ¿Y los mundos inferiores en el Tártaro? ¿Y las almas errantes en los manes? ¿Y los Espíritus protectores de la familia en los lares y en los penates? ¿Quién no reconocería en el Leteo el olvido del pasado en el momento de la reencarnación? ¿En sus pitonisas, nuestros médiums videntes y parlantes? ¿En sus oráculos, las comunicaciones con los seres del Más Allá? El arte tuvo necesariamente que inspirarse en esa fuente tan fecunda para la imaginación; pero para elevarse hasta lo sublime del sentimiento, le faltaba el sentimiento por excelencia: la caridad cristiana. Al no conocer los hombres sino la vida material, el arte buscó ante todo la perfección de la forma. Entonces, la belleza corporal era la primera de todas las cualidades: el arte se dedicó a reproducirla, a idealizarla; pero solamente al Cristianismo estaba reservada la tarea de resaltar la belleza del alma por sobre la belleza de la forma; así, el arte cristiano, al tomar la forma en el arte pagano, le agregó la expresión de un sentimiento nuevo, desconocido por los Antiguos.

Pero el arte cristiano –como ya lo hemos dicho– dejó traslucir la austeridad de su origen y se inspiró en los sufrimientos de los primeros adeptos; las persecuciones llevaron a la vida de aislamiento y de reclusión, y la idea del infierno impelió a la vida ascética. He aquí por qué la pintura y la escultura se han inspirado, en tres cuartos de los casos, en el cuadro de las torturas físicas y morales: la arquitectura se reviste de un carácter grandioso y sublime, pero sombrío; la música es grave y monótona como una sentencia de muerte; la elocuencia es más dogmática que conmovedora; la propia beatitud es marcada por el fastidio, por la ociosidad y por la satisfacción totalmente personal. Además, aquélla se encuentra tan lejos de nosotros, está ubicada tan alto, que nos parece casi inaccesible; es por eso que nos toca tan poco cuando la vemos reproducida en la tela o en el mármol.

El Espiritismo nos muestra el futuro con una luz que está más a nuestro alcance; la felicidad se encuentra más cerca de nosotros, está a nuestro lado, en los propios seres que nos rodean y con los cuales podemos entrar en comunicación; la morada de los elegidos no es más aislada: hay una incesante solidaridad entre el Cielo y la Tierra; la beatitud ya no es una contemplación perpetua, que sólo sería una ociosidad eterna e inútil, y sí una constante actividad hacia el bien, bajo la propia mirada de Dios; la beatitud no está en la quietud de una satisfacción personal, sino en el amor mutuo de todas las criaturas que llegan a la perfección. El malo ya no es más confinado a los hornos ardientes: el infierno está en el propio corazón del culpable, que en sí mismo encuentra su propio castigo; pero Dios, en su infinita bondad, al dejarle el camino del arrepentimiento, le da al mismo tiempo la esperanza, ese sublime consuelo del infeliz.

¡Qué fecundas fuentes de inspiración para el arte! ¡Cuántas obras maestras esas ideas nuevas pueden crear a través de la reproducción de escenas tan variadas y, al mismo tiempo, tan suaves y tan punzantes de la vida espírita! ¡Cuántos temas poéticos y, a la vez, de interés palpitante en ese intercambio incesante de los mortales con los seres del Más Allá, junto a nosotros y en presencia de nuestros seres queridos! Ya no será más la representación de despojos fríos e inanimados; será la madre teniendo a su lado la hija querida, en su forma etérea y radiante de felicidad; será un hijo escuchando atentamente los consejos de su padre, que vela por él; el ser por el cual se ora, que viene a testimoniar su reconocimiento. Y, en otro orden de ideas, el Espíritu del mal inspirando el veneno de las pasiones; el malo huyendo de la mirada de su víctima que lo perdona; el aislamiento del perverso en medio de la multitud que lo repele; la turbación del Espíritu en el momento del despertar y su sorpresa ante la visión de su cuerpo, del cual se asombra por estar separado; el Espíritu desencarnado en medio de sus ávidos herederos y amigos hipócritas; y tantos otros temas que son capaces de impresionar cuanto más toquen de cerca la vida real. ¿Quiere el artista elevarse por encima de la esfera terrena? Él encontrará temas no menos interesantes en esos mundos felices que los Espíritus se complacen en describir, que son un verdadero Edén de donde el mal ha sido extirpado, y en esos mundos ínfimos, que son verdaderos infiernos donde reinan soberanamente todas las pasiones.

Sí, lo repetimos, el Espiritismo abre al arte un campo nuevo, inmenso y aún inexplorado; cuando este artista trabaje en ello con convicción, como han trabajado los artistas cristianos, él extraerá en esa fuente las más sublimes inspiraciones.

Cuando decimos que el arte espírita será un día un arte nuevo, queremos decir que las ideas y las creencias espíritas darán a las producciones del genio un estilo particular, como sucedió con las ideas y creencias cristianas; no es que los asuntos cristianos caigan en descrédito: lejos de esto; pero cuando un campo está espigado, el segador busca ciertamente recoger, y él cosechará abundantemente en el campo del Espiritismo. Sin duda ya lo ha hecho, pero no de una manera tan especial como lo hará más tarde, cuando sea alentado y estimulado por el consentimiento general. Cuando estas ideas se hayan popularizado –lo que no debe tardar, porque los ciegos de la actual generación desaparecen a cada día de la escena, por la fuerza de las cosas–, la nueva generación tendrá menos prejuicios. Más de una vez la pintura se ha inspirado en ideas de este género; sobre todo la poesía se encuentra llena de dichas ideas, pero están aisladas, perdidas en la multitud. Llegará el tiempo en que ellas harán surgir obras magistrales, y el arte espírita tendrá sus Rafael y sus Miguel Ángel, así como el arte pagano tuvo sus Apeles y sus Fidias.