CAPITULO I - El tránsito
1. No se excluyen por la confianza en la vida futura los temores del tránsito de esta vida a la
otra. Muchos no temen la muerte por el hecho de morirse, lo que temen es el momento de la
transición. ¿Se sufre o no se sufre en el tránsito? He aquí lo que les ocupa más, y la importancia de
este asunto es tanto mayor cuanto con toda seguridad nadie puede evitarlo. Puede uno dejar de
hacer un viaje terrestre, pero aquel camino han de recorrerlo todos, ricos y pobres, y por doloroso
que sea, ni la clase social, ni la fortuna, pueden endulzar su amargura.
2. Al ver la calma de ciertas muertes y las terribles convulsiones de la agonía en algunas
otras, se puede ya considerar que las sensaciones no son siempre las mismas. Pero, ¿quién puede
hacernos una reseña respecto de esto? ¿Quién nos describiría el fenómeno fisiológico de la
separación del alma y del cuerpo? ¿Quién nos dirá las impresiones que se sienten en este instante
supremo? Sobre este punto, la ciencia y la religión enmudecen.
¿Y por qué? Porque falta a la una y a la otra el conocimiento de las leyes que rigen las
relaciones del espíritu y la materia; la una se detiene en el umbral de la vida espiritual; la otra en el
de la vida material. El Espiritismo es el lazo de unión entre las dos. Él solo puede referir cómo se
opera la transición, y sea por las nociones más positivas que da de la naturaleza del alma, ya sea por
lo que informan los que han dejado la envoltura material. El conocimiento del lazo fluídico que une
el alma y el cuerpo es la clave de este fenómeno, así como de muchos otros.
3. La materia inerte es insensible, éste es un hecho positivo. Sólo el alma experimenta las
sensaciones del placer y del dolor. Durante la vida, cualquier separación de la materia se refleja en
el alma, quien recibe por ello una impresión más o menos dolorosa. El alma es la que sufre y no el
cuerpo. Éste no es más que el instrumento del dolor, el alma es el paciente.
Después de la muerte, estando el cuerpo separado del alma, puede ser impunemente
mutilado, porque nada siente. El alma, cuando está aislada, no sufre por la desorganización de este
último. Tiene sus sensaciones propias, cuyo origen no está en la materia tangible.
El periespíritu es la envoltura fluídica del alma, de la cual no se separa ni antes ni después
de la muerte, con la que no forma, por expresarlo así, más que uno, porque no puede concebirse el
uno sin el otro. Durante la vida, el fluido periespiritual penetra en el cuerpo en todas sus partes y
sirve de vehículo a las sensaciones físicas del alma. Por este intermediario obra también el alma
sobre el
cuerpo y dirige sus movimientos.
4. La extinción de la vida orgánica causa la separación del alma y del cuerpo por la rotura
del lazo fluídico que los une, pero esta separación jamás es brusca. El fluido periespiritual se separa
poco a poco de todos los órganos. de modo que la separación no es completa y absoluta sino cuando
no queda un solo átomo del periespíritu unido a una molécula del cuerpo. La sensación dolorosa
que el alma experimenta en semejante momento está en razón de la suma de los puntos de contacto
que existe entre el cuerpo y el periespíritu, y de la mayor o menor dificultad y lentitud que ofrece la
separación. Es preciso, pues, entender que, según las circunstancias, la muerte puede ser más o
menos penosa. Estas diversas circunstancias son las que vamos a examinar.
5. Sentemos, desde luego, como principios los cuatro casos siguientes, que se pueden mirar
como las situaciones extremas, entre las cuales hay una multitud de matices:
1.º Si en el momento de la extinción de la vida orgánica estuviese operada completamente la
separación del periespíritu, el alma no sentiría absolutamente nada.
2.º Si en este momento la cohesión de los dos elementos está en toda su fuerza, se produce
una especie de rasgadura que obra dolorosamente sobre el alma.
3.º Si la cohesión es débil, la separación es fácil y se verifica sin sacudidas.
4.º Si después del cese completo de la vida orgánica existen todavía numerosos puntos de
contacto entre el cuerpo y el periespíritu, podrá el alma sentir los efectos de la descomposición del
cuerpo hasta que el lazo se rompa enteramente.
De esto resulta que el sufrimiento que acompaña a la muerte está subordinado a la fuerza de
adherencia que une el cuerpo al periespíritu. Que todo lo que pueda menguar esta fuerza y favorecer
la rapidez de la separación hace el tránsito menos penoso. En fin, que si la separación se opera sin
ninguna dificultad, el alma no experimenta ninguna sensación desagradable.
6. En el tránsito de la vida corporal a la vida espiritual se produce también otro fenómeno de
una importancia capital: es el de la turbación. En este momento, el alma experimenta un sopor que
paraliza momentáneamente sus facultades y neutraliza, en parte al menos, las sensaciones. Está, por
expresarlo así, cataleptizada, de modo que casi nunca es testigo consciente del último suspiro.
Decimos casi nunca, porque hay un caso en que puede tener conciencia de ello, como veremos
después. La turbación puede, pues, considerarse como el estado normal en el instante de la muerte.
Su duración es indeterminada, varía de algunas horas a algunos años. A medida que se disipa, el
alma está en la situación de un hombre que sale de un sueño profundo. Las ideas son confusas,
vagas e inciertas. Se ve como al través de una niebla, poco a poco la vista se aclara, la memoria
vuelve, y se reconoce.
Pero este despertar varía según los individuos. En unos es tranquilo y experimentan una
sensación deliciosa, mientras que en otros está lleno de terror, de ansiedad, y produce el efecto de
una terrible pesadilla.
7. El momento del último suspiro no es, pues, el más penoso, porque, ordinariamente, el
alma no tiene conciencia de sí misma. Pero antes sufre por la desagregación de la materia durante
las convulsiones de la agonía, y después, por las angustias de la turbación. Apresurémonos a
declarar que este estado no es general. La intensidad y la duración de este sufrimiento están, como
hemos dicho, en razón de la afinidad que existe entre el cuerpo y el periespíritu. Cuanto más grande
es esta afinidad, mayor es y más penosos son los esfuerzos del espíritu para separarse de sus lazos.
Pero hay personas en las cuales la cohesión es tan débil, que la separación se opera por sí misma y
naturalmente. El espíritu se separa del cuerpo como un fruto maduro cae de su tallo. Esto sucede
con las muertes tranquilas y de apacible despertar en la otra vida.
8. El estado moral del alma es la causa principal que influye sobre la mayor o menor
facilidad de la separación. La afinidad entre el cuerpo y el periespíritu está en razón de la adhesión
del espíritu a la materia. Está en su máximum en el hombre cuyas preocupaciones se encuentran
todas en la vida y goces materiales, y es casi nula en aquel cuya alma purificada se ha identificado
con anticipación con la vida espiritual. Puesto que la lentitud y la dificultad de la separación están
en razón del grado de depuración y desmaterialización del alma, depende de cada uno hacer el
tránsito más o menos fácil o penoso, agradable o doloroso.
Sentado esto, a la vez como teoría y como resultado de la observación, nos queda por
examinar la influencia de la clase de muerte sobre las sensaciones del alma en el último momento.
9. En la muerte natural, la que resulta de la extinción de las fuerzas vitales por la edad o la
enfermedad, la separación se opera gradualmente. En el hombre cuya alma está desmaterializada y
cuyos pensamientos se han desprendido de las preocupaciones terrestres, la separación es casi
completa antes de la muerte real. El cuerpo vive todavía con vida orgánica cuando el alma ha
entrado ya en la vida espiritual, y no está ligada al cuerpo sino por un lazo tan débil. que rompe a la
última palpitación del corazón. En este estado, el espíritu puede haber recobrado ya su lucidez y ser
testigo consciente de la extinción de la vida de su cuerpo, considerándose feliz por haberse librado
de él. Para él la turbación es casi nula. Esto no es más que un momento de sueño pacífico, de donde
sale con una indecible impresión de dicha y de esperanza.
En el hombre material y sensual, aquel que ha vivido más para el cuerpo que para el espíritu,
para quien la vida espiritual es nada, ni siquiera una realidad en su pensamiento, todo ha contribuido a aflojarlos durante la vida. Al aproximarse la muerte, la separación se hace también
por grados continuos. Las convulsiones de la agonía son indicio de la lucha que sostiene el espíritu
que, a veces, quiere romper los lazos que le retienen, otras se aferra a su cuerpo, del cual una fuerza
irresistible le arranca violentamente, como si dijéramos a pedazos.
10. El espíritu se adhiere tanto más a la vida corporal cuanto no ve nada más allá. Siente que
se le escapa y quiere retenerla. En lugar de abandonarse al movimiento que le arrastra, resiste con
todas sus fuerzas, pudiendo así prolongar la lucha durante días, semanas y meses enteros. Sin duda
en este momento el espíritu no tiene toda su lucidez. La turbación ha comenzado mucho tiempo
antes de su muerte, pero por esto no sufre menos, y la vaguedad en que se encuentra, la
incertidumbre de lo que vendrá a ser de él, aumentan sus angustias. Llega la muerte, y no se ha
acabado todo. La turbación continúa, siente que vive, pero no sabe si es de la vida material o de la
vida espiritual. Lucha todavía hasta que las últimas ligaduras del periespíritu se rompen. La muerte
ha puesto término a la enfermedad efectiva, pero no ha tenido sus consecuencias. Mientras existen
puntos de contacto entre el cuerpo y el periespíritu, el espíritu siente los achaques de aquél, y sufre.
11. Muy diferente es la posición del espíritu desmaterializado, aun en las más crueles
enfermedades. Los lazos fluídicos que le unen al cuerpo, siendo muy débiles, se rompen sin
ninguna sacudida. Después su confianza en el porvenir, que ha entrevisto ya con el pensamiento,
algunas veces también en realidad, le hace mirar la muerte como una libertad y sus males como una
prueba. De lo que resulta para él una tranquilidad moral y una resignación que endulzan el
sufrimiento. Después de la muerte, rotos estos lazos en el mismo instante, ninguna reacción
dolorosa se opera en él. Siente su despertar libre, dispuesto, aliviado de un gran peso, sobre todo
contento porque no sufre ya.
12. En la muerte violenta, las condiciones no son exactamente las mismas. Ninguna
desagregación parcial ha podido traer una separación anticipada entre el cuerpo y el periespíritu. La
vida orgánica, en toda su fuerza, se para repentinamente. La separación del periespíritu no
comienza, pues, sino después de la muerte, y en este caso, como en los otros, no puede operarse
instantáneamente.
El espíritu, sorprendido, está como aturdido, pero sintiendo que piensa, se cree aún vivo, y
esta ilusión dura hasta que se da cuenta de su posición. Este estado intermediario entre la vida
corporal y la vida espiritual es uno de los más interesantes para el estudio, porque presenta el
singular espectáculo de un espíritu que toma su cuerpo fluídico por su cuerpo material, y que
experimenta todas las sensaciones de la vida orgánica. Ofrece una variedad infinita de matices,
según el carácter, los conocimientos y el grado de adelanto moral del espíritu. Es de corta duración
para aquellos cuya alma está depurada, porque en ellos había un desprendimiento anticipado, y la
muerte, incluso la más súbita, no hace más que apresurar su realización. En otros puede prolongarse
durante años. Este estado es muy frecuente incluso en los casos de muerte ordinaria, y para algunos
no tiene nada que sea penoso, según las cualidades del espíritu. Pero para otros, es una situación
terrible. En el suicidio, sobre todo, ésta es la situación más penosa. El cuerpo, reteniendo al
periespíritu por todas sus fibras, todas las convulsiones del mismo repercuten en el alma, y por esto
siente atroces sufrimientos.
13. El estado del espíritu en el momento de la muerte puede resumirse así: El espíritu sufre
tanto más cuanto el desprendimiento del periespíritu es más lento. La prontitud del desprendimiento
está en razón del grado de adelanto moral del espíritu. Para el espíritu desmaterializado, cuya
conciencia es pura, la muerte es un sueño de algunos instantes, exento de todo sufrimiento, y cuyo
despertar está lleno de suavidad.
14. Para trabajar en su depuración, reprimir sus tendencias malas, vencer sus pasiones, es
preciso ver sus ventajas en el porvenir. Para identificarse con la vida futura, dirigir a ella sus aspiraciones y preferirla a la vida terrestre, es necesario no sólo creer en aquella, sino
comprenderla. Es necesario representársela bajo un aspecto satisfactorio para la razón, en completa
concordancia con la lógica, el buen sentido y la idea que uno se forma de la grandeza, de la bondad
y de la justicia de Dios. De todas las doctrinas filosóficas, el Espiritismo es la que ejerce, bajo este
aspecto, la más poderosa influencia por la fe inquebrantable que da.
El espíritu formal no se limita a creer, cree porque comprende, y comprende porque se
dirige a su entendimiento. La vida futura es una realidad que se descorre sin cesar a su vista. La ve
y la toca, por expresarlo así, en todos los instantes. La duda no puede entrar en su alma. La vida
corporal, tan limitada, se borra para él ante la vida espiritual, que es la verdadera vida. De ahí el
poco caso que hace de las sinuosidades del camino y su resignación en las vicisitudes, de las cuales
comprende la causa y la utilidad. Su alma se eleva por las relaciones directas que tiene con el
mundo invisible, los lazos fluídicos que le adhieren a la materia se debilitan y así se opera un
primer desprendimiento parcial que facilita el tránsito de esta vida a la otra. La turbación
inseparable del tránsito dura poco tiempo, porque tan pronto como se ha franqueado el paso se
reconoce a sí mismo. Nada le es extraño y se da cuenta de su estado.
15. Ciertamente el Espiritismo no es indispensable para obtener este resultado. Así es que no
tiene pretensión de que sólo él puede asegurar la salvación del alma, pero la facilita por los
conocimientos que procura, los sentimientos que inspira y las disposiciones en la cuales coloca el
espíritu, a quien hace comprender la necesidad de mejorarse. Además, da los medios de facilitar el
desprendimiento de otros espíritus en el momento en que dejan la envoltura terrestre, y de abreviar
el término de la turbación por la plegaria y la evocación. Por la oración sincera, que es una
magnetización espiritual, se provoca una desagregación más pronta del fluido periespiritual, por
una evocación dirigida discretamente y con prudencia, y animando con palabras de benevolencia, se
saca al espíritu del sopor en que se encuentra y se le ayuda a reconocerse más pronto. Si está
sufriendo, se le incita al arrepentimiento, el único que puede abreviar los sufrimientos. (1)
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(1). Los ejemplos que vamos a citar presentan a los espíritus en las diferentes fases de dicha y de
desgracia de la vida espiritual. No hemos ido sólo a buscarlos en los personajes más o menos ilustres de la
antigüedad, cuya posición ha podido cambiar considerablemente desde la existencia que se les ha conocido y que
por otra parte no ofrecerían pruebas suficientes de autenticidad. Los hemos tomado de las circunstancias más
ordinarias de la vida contemporánea, porque son aquellas en que cada uno puede encontrar más similares y de
donde se pueden sacar las instrucciones más provechosas por la comparación.
Cuanto más cerca está de nosotros la existencia terrestre de los espíritus, por la posición social, las
relaciones o los lazos de parentesco, tanto más interesan, y más fácil es comprobar su identidad. Las posiciones
vulgares son las del mayor número, por esto cada uno puede aplicárselas más fácilmente. Las posiciones
excepcionales atañen menos porque salen de la esfera de nuestras costumbres. No hemos acudido a las
ilustraciones. Si en estos ejemplos se encuentran algunas individualidades conocidas, la mayor parte son
completamente oscuras. Nombres retumbantes nada hubieran añadido a la instrucción, y habrían podido herir
ciertas susceptibilidades.
No nos dirigimos a los curiosos, a los que son amigos de escándalo, sino a los que quieren instruirse
seriamente.
Estos ejemplos podrían multiplicarse hasta el infinito, pero forzados a limitar el número, hemos hecho
selección de los que podrían dar más luz sobre el estado del mundo espiritual, ya sea por la situación del espíritu,
ya por las explicaciones que podían dar. La mayor parte son inéditos. Sólo algunos se han publicado ya en la
Revue Spirite. Hemos suprimido de éstos los detalles superfluos, no conservando más que las partes esenciales al
fin que nos proponemos aquí, y hemos añadido a ellos las instrucciones complementarias a las cuales han podido
dar lugar ulteriormente.