Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1860

Allan Kardec

Volver al menú
Consejos de familia

Nuestros lectores recuerdan, sin duda, el artículo que hemos publicado en el mes de septiembre último, con el título: Una Familia Espírita. Las siguientes comunicaciones son muy semejantes. En efecto, son consejos dictados en una reunión íntima, por un Espíritu eminentemente superior y benevolente. Dichos consejos se distinguen por el encanto, por la dulzura del estilo, por la profundidad de los pensamientos y, además, por los matices de una extrema delicadeza, los cuales son apropiados a la edad y al carácter de las personas a las que son dirigidos. El Sr. Rabache, comerciante de Burdeos, que ha servido de intermediario, ha tenido a bien autorizar la publicación de los mismos; no podemos sino felicitar a los médiums que obtienen semejantes comunicaciones: es una prueba de que ellos tienen simpatías felices en el mundo invisible.

Castillo de Pechbusque, noviembre de 1859.

(Primera sesión)

Preguntaron al Espíritu protector de la familia si consentía en dar algunos consejos a los miembros presentes, y él respondió:

Sí; que tengan confianza en Dios y que busquen instruirse sobre las verdades inmutables y eternas que les enseña el libro divino de la naturaleza; él contiene toda la ley de Dios, y los que saben leerlo y comprenderlo son los únicos que siguen el verdadero camino de la sabiduría. Que nada de lo que vean sea descuidado, porque cada cosa lleva en sí una enseñanza, y por el uso del razonamiento debe elevar el alma hacia Dios y aproximarla a Él. En todo lo que se refiera a la inteligencia, que ellos busquen siempre distinguir el bien del mal; el primero, para practicarlo; el segundo, para evitarlo. Que antes de emitir un juicio, siempre vuelvan su pensamiento hacia el ETERNO, que los guiará al bien, Y NUNCA LOS ENGAÑARÁ.

(Segunda sesión)

Buenas noches, hijos míos. Si me amáis, buscad instruiros; reunios frecuentemente con este pensamiento. Poned vuestras ideas en común; este es un excelente medio, porque en general no comunicamos sino las cosas que son buenas: tenemos vergüenza de las malas. Así, estas últimas son guardadas en secreto o sólo son comunicadas a los que se quiere volver cómplices. Hay que discernir los buenos de los malos pensamientos, porque los primeros pueden, sin ningún recelo, ser comunicados a todo el mundo, mientras que los últimos podrían comunicarse, no sin peligro, a algunos. Cuando os viene un pensamiento, para juzgar su valor preguntáis si podéis hacerlo público sin inconvenientes, y si no producirá ningún mal: si vuestra conciencia os lo autoriza, estad ciertos –sin recelo– que vuestro pensamiento es bueno. Daos mutuamente buenos consejos, considerando sólo el bien de aquel a quien los dais, y no el vuestro. Vuestra recompensa estará en el placer que tendréis en haber sido útiles. La unión de los corazones es la fuente más fecunda de la felicidad, y si muchos hombres son infelices, es porque solamente buscan la felicidad para sí mismos; se les escapa precisamente porque creen encontrarla sólo en el egoísmo. Me refiero a la felicidad y no a la fortuna, porque esta última solamente ha servido como apoyo a la injusticia, y el objetivo de la existencia es la justicia. Ahora bien, si la justicia fuese practicada entre los hombres, el más afortunado sería aquel que hiciera la mayor suma de buenas obras. Por lo tanto, hijos míos, si queréis ser ricos, practicad muchas buenas acciones; poco importan los bienes del mundo; no es la satisfacción de la carne que se debe buscar, y sí la del alma: aquélla es efímera, ésta es eterna.

Es suficiente por hoy; meditad en estos consejos y tratad de ponerlos en práctica: he aquí el camino de la salvación.

(Tercera sesión)

Sí, hijos míos, estoy aquí. Tened confianza en Dios, que nunca abandona a los que hacen el bien. Aquello que creéis un mal, frecuentemente sólo lo es con relación a vuestras concepciones. A menudo también el mal real no viene sino del desánimo ocasionado por una dificultad, que la calma de espíritu y la reflexión habrían evitado. Por lo tanto, reflexionad siempre y, como ya os lo he dicho, tened total confianza en Dios. Cuando experimentéis algunos disgustos, lejos de abandonaros a la tristeza, al contrario, resistid y haced todos los esfuerzos para triunfar, pensando que nada se obtiene sin trabajo, y que el éxito es frecuentemente acompañado por dificultades. Invocad en vuestra ayuda a los Espíritus benevolentes; ellos no pueden –como se os ha enseñado– hacer buenas obras en vuestro lugar, ni obtener nada de Dios para vosotros, porque es necesario que cada uno gane por sí mismo la perfección a la que todos estamos destinados; pero pueden inspiraros el bien, sugeriros una conducta apropiada y ayudaros con su concurso. Ellos no se manifiestan ostensiblemente, sino en el recogimiento; escuchad la voz de vuestra conciencia, recordándoos de mis consejos anteriores. –Confianza en Dios, calma y coraje.

(Cuarta sesión)

Buenas noches, hijos míos. Sí, es preciso continuar (las sesiones) hasta que un médium se manifieste para reemplazar al que debe dejaros. Su papel de iniciador, entre vosotros, se ha cumplido: continuad lo que habéis comenzado, porque vosotros también serviréis un día a la propagación de la verdad que en este momento es proclamada en el mundo entero por las llamadas manifestaciones de los Espíritus. Hijos míos, persuadios que lo que en general se entiende en la Tierra por Espíritu, no es Espíritu sino para vosotros. Después que este Espíritu, o alma, se separa de la materia grosera que lo envuelve, para vosotros él no tiene más cuerpo, porque vuestros ojos materiales no lo pueden ver más; pero es siempre materia, en lo que respecta a los que son más elevados que él. Para vosotros, pequeños hijos míos, voy a hacer una comparación bien imperfecta, pero que, entretanto, podrá daros una idea de la transformación a la que llamáis, de forma inapropiada, de muerte. Imaginaos una oruga que veis todos los días. Transcurrido el tiempo de su existencia en ese estado, ella se transforma en crisálida; aún pasa un tiempo en este estado y después, llegado el momento, se despoja de su envoltura grosera y da nacimiento a una mariposa que vuela. Ahora bien, al dejar su naturaleza grosera, la oruga representa al hombre que muere; la mariposa representa al alma que se eleva. La oruga se arrastra en la tierra; la mariposa vuela hacia el cielo. Ha cambiado de materia, pero aún es material. Si la oruga razonase, no vería a la mariposa que, entretanto, habría salido del capullo putrefacto de la crisálida. Por lo tanto, el cuerpo no puede ver al alma; pero el alma, envuelta en la materia, tiene conciencia de su existencia, y hasta el mayor de los materialistas la siente a veces interiormente; entonces, su orgullo le impide concordar con esto y se queda con su ciencia sin creencia, sin elevarse, hasta que finalmente le llegue la duda. Entonces, ni todo está acabado, porque en él la lucha es mayor; pero no es más que una cuestión de tiempo, porque –recordadlo, amigos míos– todos los hijos de Dios son creados para la perfección: felices aquellos que no pierden tiempo por el camino. La eternidad se compone de dos períodos: el de la prueba, que podría llamarse de incubación, y el de la eclosión o entrada en la vida verdadera, que llamáis la felicidad de los elegidos.

(Quinta sesión)

Queridos hijos míos: veo con satisfacción que comenzáis a reflexionar sobre los avisos y los consejos que os doy. Sé que para el desarrollo actual de vuestra inteligencia, existen a la vez muchos temas para reflexión; pero debo aprovechar la ocasión que se presenta: en algunos días este intermediario no estará más a mi disposición, y era necesario impactar vuestra imaginación de manera a sugeriros el deseo de continuar vuestras sesiones, hasta que alguno de vosotros pudiera servir como reemplazante del actual médium. Espero que estas pocas sesiones, en las cuales os aconsejo a meditar por más tiempo, hayan sido suficientes para despertar vuestra atención y el deseo de profundizar más ese vasto objeto de investigaciones. Nunca toméis como regla satisfacer una vana curiosidad, y sí buscad instruiros y perfeccionaros. Es inútil que os preocupéis con la diferencia que pueda existir entre mis instrucciones y lo que sabéis o creéis saber; cada vez que una instrucción os es dada, preguntad si la misma es justa y si responde a las exigencias de la conciencia y de la equidad: cuando la respuesta sea afirmativa, no os inquietéis en saber si está de acuerdo con lo que se os ha dicho. ¡Qué os importa esto! Lo importante es lo justo, lo concienzudo y lo equitativo: todo lo que reúne estas condiciones es de Dios. Obedecer a una conciencia recta, sólo hacer cosas útiles, evitar todas aquellas que –sin ser malas– no tengan utilidad, es lo esencial; porque hacer algo inútil ya es hacer el mal. Evitad ser motivo de escándalo, incluso para vuestro perfeccionamiento: hay circunstancias en que la simple visión de vuestro cambio puede producir un efecto malo. Es así, por ejemplo, que la luz del día podría, no sin peligro, turbar súbitamente la vista de un hombre

preso en un calabozo oscuro. Entonces, que vuestro progreso no sea consagrado a la investigación sino cuando la sabiduría os aconseje a hacerlo. Perfeccionaos siempre; sólo cuando llegue el tiempo daréis el ejemplo. Aquellos para quienes escribo este consejo lo comprenderán, sin que yo tenga la necesidad de ser más explícito: su conciencia se lo dirá.

Por lo tanto, ¡coraje y perseverancia! Son las únicas leyes del éxito.

Nota – Este último consejo no podría tener una aplicación general; es evidente que al darlo, el Espíritu ha tenido un objetivo especial, como él mismo lo ha dicho; de otro modo, uno podría equivocarse en cuanto al sentido y al alcance de sus palabras.