Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1860

Allan Kardec

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Los preadamitas

Hemos recibido una carta que contiene el siguiente pasaje:

“Debo reconocer que la enseñanza que os ha sido dada por los Espíritus se basa en una moral que está totalmente acorde con la del Cristo, e incluso mucho más desarrollada de lo que se halla en el Evangelio, porque vos mostráis la aplicación de aquello que muy a menudo sólo se encuentra allí en preceptos generales. En cuanto a la cuestión de la existencia de los Espíritus y de sus relaciones con los hombres, para mí no es objeto de duda alguna; yo ya estaría convencido por el testimonio de los Padres de la Iglesia, si no tuviese la prueba de mi propia experiencia. Por lo tanto, no tengo ninguna objeción con respecto a esto; no sucede lo mismo con ciertos puntos de su doctrina que son evidentemente contrarios al testimonio de las Escrituras. Por hoy me limitaré a una sola cuestión: la relativa al primer hombre. Decís que Adán no es el primero ni el único que pobló la Tierra. Si fuese así, precisaría admitirse que la Biblia estaría en un error, puesto que el punto de partida sería controvertido; ¡ved un poco a qué consecuencias esto nos conduce! Confieso que este pensamiento perturbó mis ideas; pero como ante todo soy a favor de la verdad, y como la fe no puede sostenerse si es construida sobre un error, os pido que al respecto consintáis en darme algunos esclarecimientos, si vuestro tiempo lo permite. Os agradecería mucho si pudiereis tranquilizar mi conciencia.”

Respuesta

La cuestión del primer hombre en la persona de Adán, como tronco único de la Humanidad, no es la única sobre la cual las creencias religiosas han tenido que modificarse.

El movimiento de la Tierra pareció en cierta época tan opuesto al texto de las Escrituras, que no hubo un solo tipo de persecuciones a las que esta teoría no haya servido de pretexto; y sin embargo se ve que Josué, al detener el Sol, no pudo impedir que la Tierra girase. Ella gira a pesar de los anatemas, y hoy nadie podría negarlo sin agraviar su propia razón.

La Biblia igualmente dice que el mundo fue creado en seis días, y fija la época de su creación alrededor de 4000 años antes de la Era Cristiana. Antes de eso la Tierra no existía, ya que fue sacada de la nada: el texto es explícito. Pero he aquí que la Ciencia positiva, inexorable, viene a probar lo contrario. La formación del globo está escrita con caracteres indelebles en el mundo fósil, y está probado que los seis días de la Creación representan otros tantos períodos, cada uno de ellos compuesto tal vez por varios cientos de miles de años. Esto no es de manera alguna un sistema, una doctrina o una opinión aislada: es un hecho tan constante como el del movimiento de la Tierra, y que la Teología no puede negarse a admitir; así, no es sino en las pequeñas escuelas que se enseña que el mundo fue hecho en seis veces 24 horas, prueba evidente del error en el que se puede caer si se toman al pie de la letra las expresiones de un lenguaje frecuentemente figurado. ¿Habría quedado disminuida la autoridad de la Biblia a los ojos de los teólogos? De modo alguno. Ellos se rindieron ante la evidencia y sacaron en conclusión de que el texto podía recibir una interpretación.

Al excavar los archivos de la Tierra, la Ciencia descubrió el orden en que los diferentes seres vivos aparecieron en su superficie; la observación no deja ninguna duda sobre las especies orgánicas que pertenecen a cada período, y este orden concuerda con el indicado en el Génesis, con la diferencia de que en vez de haber salido milagrosamente de las manos de Dios en algunas horas, esta obra se realizó –siempre por su voluntad, mas según la ley de las fuerzas de la Naturaleza– en algunos millones de años. ¿Es Dios menos grande y menos poderoso por esto? ¿Su obra es menos sublime por no tener el prestigio de la instantaneidad? Es evidente que no; sería preciso formarse una idea muy mezquina de la Divinidad para no reconocer su omnipotencia en las leyes eternas que ha establecido para regir los mundos.

La Ciencia, así como Moisés, ubica al hombre por último en el orden de la creación de los seres vivos; pero Moisés fija el diluvio universal en el año 1654 de la creación del mundo, mientras que la Geología nos demuestra que ese gran cataclismo fue anterior a la aparición del hombre, ya que hasta hoy no se ha encontrado en las capas primitivas ningún vestigio de su presencia, ni de los animales de la misma categoría desde el punto de vista físico. Mas nada prueba que eso sea imposible; varios descubrimientos ya han suscitado algunas dudas al respecto; por lo tanto, es posible que de un momento a otro se adquiera la certeza de esa anterioridad de la raza humana. Queda por ver si el cataclismo geológico, cuyos vestigios están por toda la Tierra, es el mismo que el diluvio de Noé; ahora bien, la ley para la duración de la formación de las capas fósiles no permite confundirlos, remontando el primero quizá a cien mil años. Desde el momento en que se encuentren vestigios de la existencia del hombre antes de la gran catástrofe, quedará probado que Adán no es el primer hombre, o que su creación se pierde en la noche de los tiempos. Contra la evidencia no hay razonamientos posibles; por lo tanto, los teólogos deberán aceptar este hecho, como han aceptado el movimiento de la Tierra y los seis períodos de la Creación.

La existencia del hombre antes del diluvio geológico es, por cierto, aún hipotética, pero he aquí algo que lo es menos: admitiendo que el hombre haya aparecido por primera vez en la Tierra 4000 años antes del Cristo, y si 1650 años más tarde toda la raza humana fue destruida –con excepción de una sola familia–, resulta de ello que el poblamiento de la Tierra sólo data de Noé, es decir, de 2350 años antes de nuestra Era. Ahora bien, cuando los hebreos emigraron a Egipto en el siglo XVIII a.C., encontraron ese país bastante poblado y ya muy adelantado en civilización.

La Historia prueba que en esa época la India y otros países eran también florecientes. Por lo tanto, habría sido preciso que desde el siglo XXIV a.C. al siglo XVIII a.C., es decir, en un espacio de 600 años, no sólo la posteridad de un único hombre hubiese podido poblar todos los inmensos países por entonces conocidos –suponiendo que los otros no lo estuvieran–, sino que en ese corto intervalo la especie humana hubiera podido elevarse de la ignorancia absoluta del estado primitivo al más alto grado de desarrollo intelectual, lo que contradice todas las leyes antropológicas. Por el contrario, todo se explica admitiéndose la anterioridad del hombre, el diluvio de Noé como una catástrofe parcial, que ha sido confundida con el cataclismo geológico, y Adán, que vivió hace 6000 años, como habiendo poblado una región deshabitada. Lo decimos una vez más: nada puede prevalecer contra la evidencia de los hechos; por eso creemos que es prudente no pronunciarse con demasiada ligereza contra doctrinas que tarde o temprano pueden –como tantas otras– dar un desmentido a quienes las combaten. Lejos de perder, las ideas religiosas se engrandecen al marchar con la Ciencia; es el medio para no ofrecer un lado vulnerable al escepticismo.

¿Qué sería de la religión si ella se obstinara contra la evidencia y si hubiese persistido en anatematizar a los que no aceptasen la letra de las Escrituras? De esto resultaría que no se podría ser católico sin creer en el movimiento del Sol, en los seis días, en los 6000 años de existencia de la Tierra; calculad, entonces, lo que restaría hoy de católicos. ¿Proscribís también a los que no toman al pie de la letra la alegoría del árbol y de su fruto, de la costilla de Adán, de la serpiente, etc.? La religión será siempre fuerte cuando marche de acuerdo con la Ciencia, porque así se vinculará a la parte esclarecida de la población; es el único medio de dar un desmentido al prejuicio que la hace ser considerada, por las personas superficiales, como antagonista del progreso. Si la religión rechazase siempre la evidencia de los hechos –que Dios no lo permita–, ella se alejaría de los hombres serios y provocaría cismas, porque nada puede prevalecer contra la evidencia. También la alta Teología, que cuenta con hombres eminentes por su saber, admite sobre muchos puntos controvertidos una interpretación conforme a la sana razón. Solamente es lamentable que ella reserve sus interpretaciones para los privilegiados y que continúe enseñando al pie de la letra en las escuelas; de ahí resulta que esta letra, al principio aceptada por los niños, es más tarde rechazada por ellos cuando llegan a la edad de la razón. No teniendo nada en compensación, rechazan todo y aumentan el número de los incrédulos absolutos. Al contrario, dad a los niños aquello que sólo la razón pueda admitir más tarde y, al desarrollarse su razón, esto los fortificará en los principios que les hayan sido inculcados. Al hablar así creemos servir a los verdaderos intereses de la religión; ella será siempre respetada cuando fuere mostrada de acuerdo con la realidad, y cuando no la hagan consistir en alegorías que el buen sentido no puede admitir como reales.