Un Espíritu hablador
Estando hace algunas semanas en Worcester, en la casa de un banquero de esta ciudad, me encontré fortuitamente con una señora que conocí allá, y escuché de su propia boca una historia tan sorprendente que necesité de más de un testigo para darle crédito. Cuando interrogué a nuestro anfitrión sobre esta dama, él me dijo que la conocía desde hacía más de treinta años. “La historia es tan verídica –agregó él– y su exactitud es tan conocida por todos, que no tengo la menor duda de la realidad de lo que ella ha contado. Es una mujer de una reputación intachable, de costumbres irreprochables, que tiene un espíritu fuerte e inteligente y una variada instrucción”. Por lo tanto, él considera imposible que ella buscase engañar a los demás o que se pudiera equivocar. Con frecuencia le había escuchado contar esa historia, y siempre de una manera clara y precisa, de modo que él estaba muy preocupado; se rehusaba en admitir semejantes hechos y, por otro lado, no osaba poner en duda la buena fe de la señora.
Mis propias observaciones tendían a confirmar todo lo que me habían dicho sobre aquella dama. En sus modales, e incluso en el sonido de su voz, tiene un aire que es incapaz de engañar, y que lleva consigo la convicción de la verdad. Por lo tanto, era imposible para mí no creerle sinceramente, aún más cuando parecía hablar de esas cosas con evidente repugnancia. El banquero me había dicho que era muy difícil hacerla hablar sobre el tema, porque ella sentía en general que los oyentes estaban más dispuestos a reírse que a creer. Agregad a esto que la señora y el banquero no conocían el Espiritismo, ni habían escuchado hablar de Él.
He aquí el relato de esta dama:
“Hacia el año 1820, habiendo dejado nuestra casa de Suffolk, fuimos a vivir en la ciudad de ..., puerto de mar en Francia. Nuestra familia estaba compuesta por mi padre, mi madre, una hermana, por un hermano de aproximadamente doce años, por mí y por un empleado doméstico inglés. Nuestra casa estaba situada en un lugar muy retirado, un poco fuera de la ciudad, justo en medio de la playa; no había otras casas ni tampoco construcciones en los alrededores.
“Una noche mi padre vio, a pocas yardas de la puerta, a un hombre que estaba cubierto con una capa grande y que se encontraba sentado en una roca. Mi padre se acercó a él para darle las buenas noches, pero, al no recibir respuesta, volvió sobre sus pasos. Sin embargo, antes de entrar tuvo la idea de darse vuelta, y cual fue su espanto que no vio más a nadie. Se quedó aún más sorprendido cuando, después de aproximarse nuevamente y de haber examinado bien alrededor de la roca, no encontró el más mínimo rastro del individuo que había estado sentado allí un instante antes, y ningún lugar donde pudiera haberse escondido. Cuando mi padre entró en la sala, nos dijo: «Hijos míos, acabo de ver una aparición». Como es fácil de imaginar, nos reímos a carcajadas.
“Entretanto, en aquella noche y en varias noches seguidas, escuchamos ruidos extraños en diversos lugares de la casa; unas veces eran gemidos que salían de abajo de nuestras ventanas; otras veces parecían que raspaban en las propias ventanas, y en otros momentos se diría que varias personas subían al tejado. Diversas veces abrimos las ventanas y preguntamos en voz alta: «¿Quién está ahí?» Pero no obtuvimos respuesta.
“Al cabo de algunos días, los ruidos se hicieron escuchar en el mismo cuarto donde mi hermana y yo dormíamos (ella tenía veinte años y yo estaba con dieciocho). Despertamos a todos en la casa, pero no quisieron escucharnos; nos hicieron reproches y nos trataron de locas. Los ruidos consistían comúnmente en golpes: a veces eran efectuados 20 ó 30 por minuto, y en otras ocasiones transcurría un minuto entre cada golpe.
“Finalmente, los ruidos internos y externos fueron también escuchados por nuestros padres, que se vieron forzados a admitir que de ningún modo se trataba de nuestra imaginación. Entonces se acordaron del hecho de aparición; pero, en suma, como no estábamos tan asustados, terminamos por acostumbrarnos a todo ese alboroto.
“Una noche, cuando golpeaban como de costumbre, me vino la idea de decir: «Si eres un Espíritu, da seis golpes». Inmediatamente escuché seis golpes con mucha claridad. Con el tiempo esos ruidos se volvieron tan familiares que no solamente no teníamos miedo, sino que incluso dejaron de ser desagradables.
“Ahora voy a contaros la parte más curiosa de esta historia, y yo vacilaría en dárosla a conocer, si todos los miembros de mi familia no hubieran sido testigos de lo que hablo. Mi hermano, por entonces un niño, pero que hoy es un hombre muy distinguido en su profesión, podrá –si fuere necesario– confirmaros todos los detalles.
“Además de los golpes en nuestro dormitorio, comenzamos a oír como una voz humana en la sala principal. La primera vez que la oímos, mi hermana estaba al piano; cantábamos una romanza, y he aquí que el Espíritu se puso a cantar con nosotras. Imaginaos nuestro espanto. No había cómo dudar de la realidad del hecho, porque poco después la voz comenzó a hablarnos de una manera clara e inteligible, participando de tiempo en tiempo de nuestra conversación. La voz tenía un tono grave, lento, solemne, y era una voz muy clara: el Espíritu nos hablaba siempre en francés. Nos dijo que se llamaba Gaspard; pero cuando queríamos interrogarlo sobre su historia personal, él no respondía; tampoco quiso explicar el motivo que lo había llevado a ponerse en contacto con nosotros. En general pensábamos que él era español, pero no puedo recordarme de dónde nos vino esta idea. Él llamaba a cada miembro de la familia por su nombre de bautismo; algunas veces nos recitaba versos y constantemente buscaba inculcarnos sentimientos de moralidad cristiana, mas sin tocar jamás en las cuestiones dogmáticas. Parecía deseoso de hacernos comprender lo que hay de grandioso en la virtud y lo que hay de bello en la armonía que reina entre los miembros de una misma familia. Cierta vez en que mi hermana y yo tuvimos una ligera discusión, escuchamos que la voz nos decía: «M... está errada; S... tiene razón». Desde el momento en que se dio a conocer, se ocupó constantemente en ofrecernos buenos consejos. Una vez mi padre estaba muy preocupado con respecto a ciertos documentos que él pensaba que había perdido, y estaba muy deseoso de encontrarlos; Gaspard le dijo que los mismos estaban en nuestra antigua casa de Suffolk; al buscar los papeles allí, los encontraron en el lugar exacto en que el Espíritu había indicado.
“Las cosas continuaron sucediendo así durante más de tres años; todas las personas de la familia, sin exceptuar los empleados domésticos, habían escuchado su voz. La presencia del Espíritu –porque nunca dudábamos de su presencia– era siempre una gran felicidad para todos nosotros; era considerado, al mismo tiempo, como nuestro compañero y nuestro protector. Un día él nos dijo: «Durante algunos meses no estaré con vosotros». En efecto, sus visitas cesaron por varios meses. Una noche volvimos a escuchar aquella voz tan conocida por nosotros, que nos decía: «Estoy aquí nuevamente entre vosotros». Sería difícil describir nuestra alegría.
“Hasta aquí lo habíamos siempre escuchado, pero no lo habíamos visto. Una noche mi hermano le dijo: «Gaspard, yo gustaría mucho veros». Y la voz respondió: «Os he de contentar; me veréis si consintiereis ir hasta el otro lado de la plaza». Mi hermano salió y luego volvió diciendo: «He visto a Gaspard; llevaba una capa amplia y un sombrero de alas grandes; miré por debajo de su sombrero y él me sonrió. –Sí, dijo la voz, participando de la conversación: era yo».
“La manera por la cual se retiró definitivamente, nos dejó muy sensibilizados. Regresamos a Suffolk y allí, como en Francia, durante varias semanas después de nuestra llegada, Gaspard continuó conversando con nosotros.
“Una noche, él nos dijo: «Voy a dejaros para siempre; os sucedería una desgracia si yo permaneciera con vosotros en este país, donde nuestras comunicaciones serían mal comprendidas y mal interpretadas».
“Desde ese momento –agregó la señora con un tono de tristeza, como cuando se habla de un ser amado que la muerte nos ha llevado–, no escuchamos más la voz de Gaspard.”
He aquí los hechos tal cual me han sido contados. Todo esto me hace reflexionar y puede hacer también reflexionar a vuestros lectores. Yo no pretendo dar ninguna explicación, ninguna opinión; solamente diré que tengo entera confianza en la buena fe de la persona de la cual los he escuchado, y firmo a continuación como garantía de la exactitud de mi relato.
S. C. HALL