En una reunión espírita particular se presentó espontáneamente un Espíritu, con el nombre de Balthazar; dictó la siguiente frase por medio de golpes:
«Adoro los banquetes y las mujeres; ¡viva el melón y la langosta, el café y el licor!»
Nos pareció que semejantes inclinaciones en un habitante del mundo invisible podrían dar lugar a un estudio serio, del cual podríamos sacar una enseñanza instructiva sobre las facultades y las sensaciones de ciertos Espíritus. En nuestra opinión, era un interesante tema de observación que se había presentado por sí mismo o, mejor aún, que tal vez hubiese sido enviado por los Espíritus elevados, deseosos de proporcionarnos los medios para nuestra instrucción; por lo tanto, seríamos culpables si no lo aprovechásemos. Es evidente que aquella frase burlesca revela, por parte de ese Espíritu, una naturaleza totalmente especial, cuyo estudio puede proyectar una nueva luz sobre lo que podemos llamar la fisiología del mundo espírita.
He aquí por qué la
Sociedad ha creído un deber evocarlo, no por un motivo fútil, sino en la esperanza de encontrar allí un nuevo tema de instrucción.
Ciertas personas creen que solamente se puede aprender con el Espíritu de los grandes hombres: es un error. Sin duda, sólo los Espíritus de élite pueden darnos lecciones de elevada filosofía teórica; pero lo que no es menos importante es el conocimiento del estado real del mundo invisible. Por el estudio de ciertos Espíritus conocemos, de algún modo, la naturaleza del hecho; es viendo las llagas que podemos encontrar el medio de curarlas. ¿Cómo nos daríamos cuenta de las penas y de los sufrimientos de la vida futura si no hubiésemos visto a Espíritus infelices? A través de ellos comprendemos que se puede sufrir mucho sin estar en el fuego y en las torturas materiales del infierno, y esta convicción, dada por el estudio de las categorías inferiores de la vida espiritual, no es una de las causas que han contribuido menos para atraer adeptos a la Doctrina.
1.
Evocación. –
Resp. Amigos míos, estoy aquí ante una mesa grande, ¡pero infelizmente vacía!
2. Esta mesa está vacía, es cierto; pero queréis decirnos ¿de qué os serviría si estuviera llena de alimentos? ¿Qué haríais con éstos? –
Resp.
Yo sentiría el aroma de los mismos, como antiguamente saboreaba su gusto.
Nota – Esta respuesta es toda una enseñanza. Sabemos que los Espíritus tienen nuestras sensaciones y que ellos perciben los olores tan bien como los sonidos. Al no poder comer, un Espíritu material y sensual se nutre con la emanación de los alimentos; los saborea por el olfato, como lo hacía cuando encarnado por el sentido del gusto. Por lo tanto, hay verdaderamente algo de material en su placer; pero como en definitiva hay más deseo que realidad, este mismo placer –al estimular los deseos– se vuelve un suplicio para los Espíritus inferiores, que aún conservan las pasiones humanas.
3. Hablad más seriamente, os lo ruego; de ningún modo nuestro objetivo es el de hacer bromas, sino el de instruirnos. Por lo tanto, tened a bien responder seriamente a nuestras preguntas y, en caso de necesidad, haceos asistir por un Espíritu más esclarecido.
Sabemos que tenéis un cuerpo fluídico; pero decidnos si en ese cuerpo hay un estómago. –
Resp. Estómago también fluídico, donde sólo los aromas pueden pasar.
4. Cuando veis alimentos apetitosos, ¿experimentáis el deseo de comerlos? –
Resp. ¡Oh, comer! No puedo más hacerlo; para mí esas comidas son lo que representan las flores para vosotros: respiráis su perfume, pero no las coméis; eso os satisface. ¡Pues bien! Yo también quedo saciado.
5. ¿Sentís placer al ver que los otros comen? –
Resp. Mucho, cuando estoy cerca.
6. ¿Sentís la necesidad de comer y de beber? Observad que hemos dicho
necesidad; anteriormente dijimos
deseo, lo que no es la misma cosa. –
Resp. Necesidad, no; pero deseo, sí, siempre.
7. ¿Ese deseo es plenamente satisfecho por el olor que aspiráis? ¿Es para vos la misma cosa como si realmente comieseis? –
Resp. Es como si preguntarais si la visión de un objeto que deseáis ardientemente, reemplaza la posesión de ese objeto.
8. Según esto, parecería que el deseo que sentís debe ser un verdadero suplicio, pues no hay un placer real. –
Resp. Es un suplicio mayor de lo que creéis; pero yo trato de aturdirme, haciéndome la ilusión.
9. Vuestro estado nos parece bastante material; decidnos si dormís algunas veces. –
Resp. No; adoro pasear ociosamente por todas partes.
10. ¿El tiempo os parece largo? ¿Os aburrís a veces? –
Resp. No; recorro los mercados y las ferias; voy a ver la llegada de los pescadores, con lo que me ocupo bastante.
11. ¿Qué hacíais cuando estabais encarnado?
Nota – Alguien dice: sin duda era un cocinero. –
Resp. Un gastrónomo, no un glotón; abogado, hijo de gastrónomo y nieto de gastrónomo; mis padres eran recaudadores de impuestos.
El Espíritu, al responder enseguida a la reflexión precedente, agrega: Bien ves que yo no era cocinero; nunca te hubiera invitado a mis almuerzos, pues no sabes comer ni beber.
12. ¿Hace mucho tiempo que habéis muerto? –
Resp. Hace más o menos unos treinta años, a los ochenta años de edad.
13. ¿Veis a otros Espíritus más felices que vos? –
Resp. Sí, veo algunos cuya felicidad consiste en alabar a Dios; aún no conozco esto: mis pensamientos están aferrados a la Tierra.
14. ¿Os dais cuenta de las causas que los vuelven más felices que vos? –
Resp. Aún no las comprendo, como aquel que desconoce lo que es un buen plato y por eso no lo sabe apreciar; tal vez un día yo entienda. Adiós; voy a buscar una buena cena, bien delicada y muy suculenta.
BALTHAZAR
Nota – Este Espíritu pertenece a un género característico: hace parte de esa clase numerosa de seres invisibles que de modo alguno se elevaron por encima de la condición de la humanidad; solamente tienen de menos el cuerpo material, pero sus ideas son exactamente las mismas. Este no es un Espíritu malo; tiene en su contra la sensualidad, que para él es a la vez un suplicio y un placer. Como Espíritu, pues, no es muy infeliz; es feliz a su manera; ¡pero Dios sabe lo que le espera en una nueva existencia! Un triste regreso podrá hacerlo reflexionar bastante y desarrollar en él el sentido moral, aún sofocado por la preponderancia de los sentidos.