Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1860

Allan Kardec

Volver al menú
Boletín de la sociedad parisiense de estudios espíritas


Viernes 24 de febrero de 1860 (Sesión general)

Comunicaciones diversas – 1ª) Carta de Dieppe, que confirma en todos los puntos los hechos de manifestaciones espontáneas que han tenido lugar en la casa de un panadero de la localidad de Grandes-Ventes, cerca de Dieppe, y que han sido relatados por el Vigie. (Publicada en el número de marzo.) 2ª) Carta del Sr. M... du Teil, de Ardèche, que da nuevas informaciones sobre los hechos que han sucedido en el castillo de Fons, cerca de Aubenas.

3ª) Carta del barón Tscherkassoff, que da detalles circunstanciados y auténticos acerca de un hecho muy extraordinario de manifestación espontánea provocado por un Espíritu perturbador, ocurrido a principios de este siglo con un fabricante de San Petersburgo. (Publicada más adelante.)

4ª) Relato de un hecho de aparición tangible, que tiene todos los caracteres de un agénere, sucedido el 15 de enero último en la comuna de Brix, cerca de Valognes. Este hecho ha sido transmitido al Sr. Ledoyen por una persona de su conocimiento, la cual ha comprobado su exactitud. (Publicada más adelante.)

5ª) Lectura de una tradición musulmana sobre el profeta Esdras, extraída del Moniteur del 15 de febrero de 1860, y que se basa en un hecho de facultad medianímica.

Estudios 1°) Dictado espontáneo de Charlet, obtenido por el Sr. Didier Hijo, dando continuación al trabajo comenzado.

2°) Evocación del Sr. Jules-Louis C..., muerto el 30 de enero último en el hospital del Val-de-Grâce, a consecuencia de un cáncer que le había destruido una parte de la cara y de la mandíbula. Esta evocación ha sido realizada conforme el deseo de uno de sus amigos, presente a la sesión, y de una persona de la familia; es sobre todo instructiva desde el punto de vista de la modificación de las ideas después de la muerte, teniendo en cuenta que, cuando encarnado, el Sr. C... profesaba abiertamente el materialismo.

3°) Es solicitado a san Luis si se puede llamar al Espíritu que se ha manifestado en lo del panadero de Dieppe. Él responde que esto no es posible, por razones que más tarde serán conocidas.

Viernes 2 de marzo de 1860 (Sesión particular)
Examen y debate de varias cuestiones administrativas.

Estudio y evaluación de varias comunicaciones espíritas obtenidas en la Sociedad y fuera de sus sesiones.

Solicitado a dar un dictado espontáneo, san Luis escribe lo siguiente por intermedio de la Srta. Huet:

«Estoy aquí, amigos míos, preparado para daros mis consejos, como lo he hecho hasta el presente. Desconfiad de los Espíritus malos que podrían inmiscuirse entre vosotros, y que buscan sembrar la desunión. Infelizmente, los que quieren volverse útiles a una obra encuentran siempre obstáculos; aquí no está la persona generosa que los percibe, sino el encargado de ejecutar los deseos que ella manifiesta. No temáis; triunfaréis de todos los obstáculos con paciencia y con firmeza, contra las voluntades que quieren imponerse. En cuanto a las diversas comunicaciones que se me atribuye, es a menudo otro Espíritu que toma mi nombre; yo me comunico poco fuera de la Sociedad, que he tomado bajo mi protección; aprecio aquellos lugares de reunión que especialmente me consagran, pero es sólo aquí que me gusta dar avisos y consejos. Desconfiad también de los Espíritus que frecuentemente se sirven de mi nombre. ¡Que la paz y la unión estén entre vosotros! En el nombre de Dios todopoderoso que ha creado el bien, yo os lo deseo.

SAN LUIS

Un miembro hace esta osbervación: ¿Cómo un Espíritu inferior puede usurpar el nombre de un Espíritu superior, sin el consentimiento de este último? Esto solamente puede ocurrir con malas intenciones, y entonces, ¿por qué los Espíritus buenos lo permiten? Si no pueden oponerse a ello, ¿serán, pues, menos poderosos que los malos?

A esto ha sido respondido lo siguiente: Existe algo más poderoso que los Espíritus buenos: Dios. Dios puede permitir que los Espíritus malos se manifiesten para ayudarlos a mejorarse, y además para experimentar nuestra paciencia, nuestra fe, nuestra confianza, nuestra firmeza en resistir a la tentación, y sobre todo para ejercer nuestra perspicacia en distinguir lo verdadero de lo falso. Depende de nosotros alejarlos a través de nuestra voluntad, probándoles que no somos ingenuos; si tienen dominio sobre nosotros, es por nuestra debilidad; son el orgullo, los celos y todas las malas pasiones de los hombres que hacen a su fuerza, dándoles dominio. Sabemos por experiencia que sus obsesiones cesan cuando ven que no consiguen cansarnos; por lo tanto, cabe a nosotros mostrarles que pierden su tiempo. Si Dios quiere experimentarnos, no está en el poder de ningún Espíritu oponerse a esto. La obsesión de los Espíritus embusteros o malévolos no es, pues, el resultado de su poder, ni de la debilidad de los buenos, sino de una voluntad que es superior a todos; cuanto mayor la lucha, mayor es nuestro mérito si salimos vencedores.

Viernes 9 de marzo de 1860 (Sesión particular)
Lectura del proyecto de modificaciones a introducir en el Reglamento de la Sociedad.

Al respecto, el Sr. Allan Kardec presenta las siguientes observaciones:

Consideraciones sobre el objeto y el carácter de la Sociedad
«Señores:

«Algunas personas parecen equivocarse sobre el verdadero objeto y el carácter de la Sociedad; permitidme recordarlos en pocas palabras.

«El objeto de la Sociedad está claramente definido en su nombre y en el preámbulo del Reglamento actual; este objeto es esencialmente –y se puede decir exclusivamente– el estudio de la ciencia espírita; lo que queremos, ante todo, no es convencernos, pues ya lo estamos, sino instruirnos y aprender lo que no sabemos. A este efecto, deseamos ponernos en las condiciones más favorables; como esos estudios exigen calma y recogimiento, queremos evitar todo lo que sea causa de perturbaciones. Tal es la consideración que debe prevalecer en la evaluación de las medidas que adoptamos.

«Partiendo de este principio, la Sociedad no se presenta de modo alguno como una sociedad de propaganda. Sin duda, cada uno de nosotros desea la difusión de las ideas que cree justas y útiles; para ello contribuye en el círculo de sus relaciones y en la medida de sus fuerzas; pero sería falso creer que para eso sea necesario estar reunidos en sociedad, y más falso aún creer que la Sociedad sea la columna sin la cual el Espiritismo estaría en peligro. Al estar regularmente constituida, nuestra Sociedad procede con más orden y método que si marchase fortuitamente; pero exceptuando esto, Ella no es más preponderante que las millares de Sociedades libres o reuniones particulares que existen en Francia y en el extranjero. Lo decimos una vez más: lo que Ella quiere es instruirse; he aquí por qué sólo admite en su seno a personas serias y animadas por el mismo deseo, porque el antagonismo de principios es una causa de perturbación; hablo de un antagonismo sistemático sobre las bases fundamentales, porque la Sociedad no podría, sin contradecirse, alejar la discusión acerca de las cuestiones de detalle. Si ha adoptado ciertos principios generales, de ninguna manera lo ha hecho por un estrecho espíritu de exclusivismo; Ella ha visto, estudiado y comparado todo, y solamente después de esto ha formado una opinión basada en la experiencia y en el razonamiento; sólo el futuro puede encargarse de darle o no la razón; pero a la espera de esto, la Sociedad no busca ninguna supremacía, y únicamente los que no la conocen pueden suponer que la misma tenga la ridícula pretensión de absorber todos los adeptos del Espiritismo o de considerarse la reguladora universal. Si Ella no existiese, cada uno de nosotros se instruiría por su lado y, en lugar de una sola reunión, quizá formaríamos diez o veinte: he aquí toda la diferencia. No imponemos a nadie nuestras ideas; los que las adoptan lo hacen porque las consideran justas. Aquellos que vienen hacia nosotros es porque juzgan encontrar aquí la oportunidad de aprender; pero de ninguna manera se trata de una afiliación, porque no formamos ni una secta ni un partido; nosotros nos reunimos para estudiar Espiritismo, como otros lo hacen para estudiar Frenología, Historia u otras Ciencias. Y como nuestras reuniones no se basan en ningún interés material, poco nos importa que otras se formen a nuestro lado. En verdad, eso sería atribuirnos ideas bien mezquinas, bien estrechas y pueriles al creer que las veríamos con ojos envidiosos; aquellos que pensasen en crearnos rivalidades, mostrarían con esto cuán poco comprenden el verdadero espíritu de la Doctrina. Sólo lamentaríamos una cosa: que nos conozcan tan mal, a punto de suponer que fuésemos accesibles al sentimiento innoble de la envidia. Se concibe que empresas mercenarias rivales, que pueden perjudicarse por ser competidoras, se miren con malos ojos. Pero si aquellas reuniones no tienen más que la finalidad de un interés puramente moral –como debe ser–, y si a ellas no se mezcla ninguna consideración mercantil, pregunto: ¿En qué pueden ser perjudicadas por la multiplicidad? Sin duda, se dirá que si no existe un interés material, existe el interés del amor propio, el deseo de destruir el crédito moral de su vecino; pero este móvil sería quizá más indigno todavía; si así fuere –que Dios no lo permita–, habríamos de lamentar por los que fuesen movidos por semejantes pensamientos. ¿Quieren sobrepasar a su vecino? Que traten de hacer las cosas mejor que él; ésta es una lucha noble y digna, desde que no sea empañada por la envidia y por los celos.

«Por lo tanto, Señores, he aquí un punto que es esencial no perder de vista: nosotros no formamos ni una secta, ni una sociedad de propaganda, ni una corporación con un interés común; si dejáramos de existir, el Espiritismo no sufriría ningún daño, y de nuestros restos se formarían otras veinte Sociedades; por lo tanto, los que buscasen destruirnos con el objetivo de obstaculizar el progreso de las ideas espíritas, nada ganarían con eso; es preciso que sepan que las raíces del Espiritismo no están en nuestra Sociedad, sino en el mundo entero. Hay algo más poderoso que ellos, ejerciendo más influencia que todas las Sociedades: es la Doctrina, que va al corazón y a la razón de los que la comprenden y, sobre todo, de los que la practican.

«Señores, esos principios nos indican el verdadero carácter de nuestro Reglamento, que no tiene nada en común con los estatutos de una corporación; ningún contrato nos vincula unos a los otros; fuera de nuestras sesiones no tenemos otras obligaciones recíprocas sino las de portarnos como personas bien educadas. Aquellos que en esas reuniones no encuentren lo que esperaban, tienen toda la libertad para retirarse, y yo mismo no comprendería que ellos permaneciesen si no les conviniera lo que aquí se hace. No sería racional que viniesen a perder su tiempo.

«En toda reunión es necesario una regla para mantener el buen orden; por lo tanto, propiamente hablando, nuestro Reglamento no es más que el conjunto de reglas destinadas a establecer el orden en nuestras sesiones, a fin de mantener entre los asistentes las relaciones de urbanidad y de compostura que deben presidir todas las asambleas de personas con buenos modales –haciendo abstracción de las condiciones inherentes a la especialidad de nuestros trabajos–, porque no nos relacionamos solamente con los hombres, sino con los Espíritus que –como sabéis– no son todos buenos, y contra el embuste de los cuales es preciso ponerse en guardia. En este número hay algunos que son muy astutos, que por odio al bien pueden inclusive empujarnos hacia un camino peligroso; cabe a nosotros tener bastante prudencia y perspicacia para desbaratar sus planes, lo que nos obliga a tomar precauciones particulares.

«Recordad, Señores, la manera por la cual la Sociedad se formó. Yo recibía en mi casa a un pequeño grupo de personas; cuando el grupo creció, dijeron: Es necesario un local mayor. Para conseguirlo, teníamos que pagar, y por lo tanto fue preciso dividir los gastos. Dijeron también: Es necesario tener orden en las sesiones; no se puede admitir al primero que venga. Por lo tanto, es preciso un Reglamento: he aquí toda la historia de la Sociedad. Como veis, es muy simple. Nadie tuvo el pensamiento de fundar una institución, ni de ocuparse de otra cosa que no fuera los estudios, y yo mismo declaro, de una manera muy formal, que si un día la Sociedad fuese más allá de ese objetivo, yo no la acompañaría.

«Lo que yo hice, otros son maestros en hacerlo por su lado, ocupándose a voluntad según sus gustos, sus ideas, sus fines particulares; y esos diferentes grupos pueden perfectamente entenderse y vivir como buenos vecinos. A menos que usemos un lugar público como local de asamblea, ya que es materialmente imposible unir en un mismo lugar a todos los adeptos del Espiritismo, esos diferentes grupos deben ser fracciones de un gran todo, pero no sectas rivales; y el mismo grupo, que se ha vuelto muy numeroso, puede subdividirse como los enjambres de las abejas. Estos grupos ya existen en gran número y se multiplican todos los días; ahora bien, es precisamente contra esta multiplicidad que la mala voluntad de los enemigos del Espiritismo llegará a quebrarse, porque los obstáculos tendrían como efecto inevitable, por la propia fuerza de las cosas, la multiplicación de las reuniones particulares.

«Entretanto, convengamos que entre ciertos grupos hay una especie de rivalidad o, más bien, de antagonismo; ¿cuál es la causa de esto? ¡Ah, Dios mío! Esta causa se encuentra en la debilidad humana, en el espíritu de orgullo que quiere imponerse; se encuentra, sobre todo, en el conocimiento aún incompleto de los verdaderos principios del Espiritismo. Cada uno defiende a sus Espíritus, como en otros tiempos las ciudades de Grecia defendían a sus dioses que, dicho sea de paso, no eran otros sino Espíritus más o menos buenos. Esas disidencias sólo existen porque hay personas que quieren juzgar antes de haberlo visto todo, o que juzgan desde el punto de vista de su personalidad; las disidencias desaparecerán, como muchas ya han desaparecido, a medida que la ciencia se formule; porque, en definitiva, la verdad es una, y la misma saldrá del examen imparcial de las diferentes opiniones. A la espera de que la luz se haga en todos los puntos, ¿quién será el juez? La razón, dirán; pero cuando dos personas se contradicen, cada una invoca su razón; ¿qué razón superior decidirá entre esas dos razones?

«Sin detenernos en la forma más o menos imponente del lenguaje, forma que los Espíritus impostores y pseudosabios saben tomar muy bien para seducir por las apariencias, partimos del principio de que los Espíritus buenos no aconsejan sino el bien, la unión, la concordia; que su lenguaje es siempre simple, modesto, impregnado de benevolencia, exento de acrimonia, de arrogancia y de fatuidad; en una palabra, que todo en ellos respira la más pura caridad. Caridad: he aquí el verdadero criterio para juzgar a los Espíritus y para juzgarse a sí mismo. Aquel que, al sondear el fuero interno de su conciencia, encuentre un germen de rencor contra su prójimo, incluso un simple deseo de mal, puede decirse a sí mismo que, con toda seguridad, ha sido influido por un Espíritu malo, porque ha olvidado estas palabras del Cristo: Seréis perdonados como vosotros mismos hayáis perdonado. Por lo tanto, si hay rivalidad entre dos grupos espíritas, los Espíritus verdaderamente buenos no podrían estar del lado de aquel que profiriese anatemas contra el otro, porque nunca un hombre sensato podría creer que los celos, el rencor, la malevolencia, en una palabra, todo sentimiento contrario a la caridad, pueda emanar de una fuente pura. Entonces, buscad de qué lado hay más caridad, en la práctica y no en las palabras, y reconoceréis sin dificultad de qué lado están los mejores Espíritus y, por consecuencia, de cuáles tenemos más razón de esperar la verdad.

«Señores, estas consideraciones, lejos de apartarnos de nuestro tema, nos ubican en el verdadero terreno. El Reglamento, considerado desde este punto de vista, pierde completamente su carácter de contrato, para revestir aquel –mucho más modesto– de una simple regla disciplinaria.

«Todas las reuniones, sea cual fuere su objeto, deberán precaverse contra un escollo: el de los caracteres que desean la desavenencia, que parecen haber nacido para sembrar la perturbación y la cizaña por donde se encuentren; el desorden y la contradicción son su elemento. Las reuniones espíritas –más que las otras– tienen que ponerse en guardia contra aquellos, porque las mejores comunicaciones sólo se obtienen en la calma y en el recogimiento, que son incompatibles con su presencia y con los Espíritus simpáticos que ellos traen.

«En resumen, lo que debemos buscar es prevenirnos contra todas las causas de perturbación y de interrupción; mantener entre nosotros las buenas relaciones, de que los espíritas sinceros deben dar el ejemplo, más que otros; oponernos, por todos los medios posibles, a que la Sociedad se aleje de su objeto al abordar cuestiones que no son de su incumbencia, y que degenere en arena de controversias y de personalismo. Lo que también debemos buscar es la posibilidad de ejecución, simplificando lo máximo posible sus engranajes. Cuanto más complicados fueren estos mecanismos, mayores serán las causas de perturbación; la relajación se introducirá por la fuerza de las cosas, y de la relajación a la anarquía hay sólo un paso.»

Viernes 16 de marzo de 1860 (Sesión particular)
Debate y aprobación del Reglamento modificado.

Viernes 23 de marzo (Sesión particular)
Nombramiento de la Dirección y de la Comisión.

Estudios – Dos dictados espontáneos son obtenidos; el primero del Espíritu Charlet, por el Sr. Didier Hijo; el segundo por la Sra. de Boyer, de un Espíritu que dice que fue forzado a venir por ser acusado de haber querido romper la buena armonía y de fomentar la perturbación entre los hombres, suscitando la envidia y la rivalidad entre los que debían estar unidos; él cita algunos hechos de los cuales fue culpable. Dice que esta confesión espontánea hace parte de la punición que le es infligida.