Júpiter (Médium: Sra. de Costel)
El planeta Júpiter, infinitamente mayor que la Tierra, no presenta el mismo aspecto. Está cubierto por una luz pura y brillante que ilumina sin ofuscar. Los árboles, las flores, los insectos y los animales –de los cuales los vuestros son el punto de partida– son allí mayores y perfeccionados; la Naturaleza es allá más grandiosa y más variada; la temperatura es igual y deliciosa; la armonía de las esferas encanta a los ojos y a los oídos. La forma de los seres que lo habitan es la misma que la vuestra, pero embellecida, perfeccionada y sobre todo purificada. No estamos sometidos a las condiciones materiales de vuestra naturaleza, ni tenemos las necesidades ni las enfermedades que son sus consecuencias. Somos almas revestidas de una envoltura diáfana que conserva los trazos de nuestras migraciones pasadas; aparecemos a nuestros amigos tal como nos han conocido, pero iluminados por una luz divina y transfigurados por nuestras impresiones interiores que son siempre elevadas.
Júpiter es dividido –como la Tierra– en un gran número de regiones de aspecto variado, pero no de clima. Las diferencias de condiciones son allí establecidas solamente por la superioridad intelecto-moral; no hay amos ni esclavos; los grados más elevados sólo son marcados por las comunicaciones más directas y más frecuentes con los Espíritus puros y por las funciones más importantes que nos son confiadas. Vuestras moradas no pueden daros ninguna idea de las nuestras, puesto que no tenemos las mismas necesidades. Cultivamos las artes que han llegado a un grado de perfeccionamiento desconocido entre vosotros. Gozamos de espectáculos sublimes; entre ellos, lo que más admiramos, a medida que comprendemos mejor, es el de la variedad inagotable de las creaciones, variedades armoniosas que tienen el mismo punto de partida y que se perfeccionan en el mismo sentido. Todos los sentimientos tiernos y elevados de la naturaleza humana, nosotros los encontramos engrandecidos y purificados, y el deseo incesante que tenemos de llegar a la clase de los Espíritus puros, no es un tormento, sino una noble ambición que nos impulsa a perfeccionarnos. Estudiamos incesantemente con amor para elevarnos hasta ellos, lo que también hacen los seres inferiores para llegar a igualarnos. Vuestros pequeños odios, vuestros mezquinos celos son desconocidos para nosotros; un lazo de amor y de fraternidad nos une; los más fuertes ayudan a los más débiles. En vuestro mundo tenéis necesidad de la sombra del mal para sentir el bien, de la noche para admirar la luz, de la enfermedad para apreciar la salud. Aquí, esos contrastes no son necesarios; la luz eterna, la bondad eterna y la calma eterna del alma nos colman de una alegría eterna. Es eso lo que el Espíritu humano tiene más dificultad de comprender; él ha sido ingenioso para pintar los tormentos del infierno, pero nunca ha podido representar las alegrías del cielo; ¿y por qué esto? Porque siendo inferior, y al no haber soportado más que penas y miserias, no ha vislumbrado las claridades celestiales; solamente puede hablaros de lo que conoce, como un viajero que describe los países que ha recorrido; pero a medida que se eleva y se purifica, el horizonte se ensancha y él comprende el bien que tiene por delante, como comprendió el mal que ha quedado hacia atrás.
Ya otros Espíritus han intentado haceros comprender, tanto como lo permite vuestra naturaleza, el estado de los mundos felices, a fin de estimularos a seguir el único camino que puede conducir a ellos; pero hay entre vosotros los que están de tal modo apegados a la materia, que aún prefieren los goces materiales de la Tierra a los gozos puros, reservados al hombre que sabe desprenderse de aquéllos. ¡Que gocen, pues, mientras están aquí, porque un triste revés los espera, quizá incluso en esta vida! Los que elegimos como nuestros intérpretes son los primeros a recibir la luz. ¡Infelices, sobre todo, aquellos que no aprovechan el favor que Dios les concede, porque su justicia pesará sobre ellos!
GEORGES