Balthazar o el Espíritu gastrónomo
2ª Conversación
Uno de nuestros suscriptores, al leer la evocación del Espíritu que se dio a conocer con el nombre de Balthazar, en la Revista Espírita del mes de noviembre, creyó reconocer en él a un hombre que había conocido personalmente, cuya vida y carácter coincidían perfectamente con todos los detalles narrados. No dudaba que fuese él que se había manifestado con apenas ese nombre y nos solicitó que nos cerciorásemos de esto en una nueva evocación. Según él, Balthazar no era otro sino el Sr. G... de R..., conocido por sus excentricidades, su fortuna y sus gustos gastronómicos.
1. Evocación. –Resp. ¡Ah, estoy aquí! Pero nunca tenéis algo para ofrecerme; definitivamente no sois amables.
2. ¿Queréis decirnos lo que podríamos ofreceros para os ser agradables? –Resp. ¡Oh! Poca cosa: un poco de té, una buena cena muy fina; me gustaría esto y a esas señoras también, sin contar que los señores aquí presentes no se opondrían a ello: convengamos.
3. ¿Habéis conocido a un cierto Sr. G... de R...? –Resp. Parece que sois curiosos.
4. No, no es por curiosidad; decidnos, por favor, si lo habéis conocido. –Resp. Entonces queréis descubrir mi anonimato.
5. Por lo tanto, ¿sois el Sr. G... de R...? –Resp. ¡Oh, sí!, y sin almuerzo.
6. No fuimos nosotros que descubrimos vuestro anonimato; fue uno de vuestros amigos aquí presente que os reconoció. –Resp. Él es un parlanchín; debería haberse callado.
7. ¿En qué esto os puede perjudicar? –Resp. En nada; pero hubiera deseado no darme a conocer inmediatamente. Me da lo mismo: no esconderé mis gustos por esto; si supieseis las cenas que yo daba, concordaríais francamente que eran buenas y que tenían un valor que hoy no se aprecia más.
8. No, no las conocí; pero hablemos más seriamente, por favor, y dejemos a un lado los almuerzos y las cenas, que nada nos enseñan. Nuestro objetivo es instruirnos, y es por eso os pedimos que nos digáis qué sentimiento os ha llevado, en el día que obtuvisteis el diploma de abogado, a ofrecer una cena a vuestros colegas en una sala decorada como una cámara mortuoria. –Resp. En medio de todas las excentricidades de mi carácter, ¿no distinguís un fondo de tristeza, causada por los errores de la sociedad, sobre todo por el orgullo de aquella que yo frecuentaba y de la cual hacía parte por mi nacimiento y por mi fortuna? Yo buscaba aturdir mi corazón por medio de todas las locuras inimaginables, y por eso me llamaban loco y extravagante; esto poco me importaba. Al salir de esas cenas tan elogiadas por su originalidad, yo corría para hacer una buena acción que ignoraban, pero esto no importaba: mi corazón quedaba satisfecho y los hombres también lo estaban; ellos se reían de mí, mientras que yo me divertía a sus expensas. ¡Qué no diréis de esa cena en que cada invitado tenía su ataúd atrás de sí! Sus caras largas me divertían mucho; como veis, era la locura aparente, unida a la tristeza del corazón.
9. ¿Cuál es vuestra opinión actual sobre la Divinidad? –Resp. No esperé dejar el cuerpo para creer en Dios; sólo que este cuerpo que tanto amé materializó mi Espíritu a tal punto que le será necesario bastante tiempo para quebrar todos sus lazos terrenos, todos los lazos de las pasiones que lo aferran a la Tierra.
Nota – Se observa que de un tema aparentemente frívolo se pueden a menudo extraer enseñanzas útiles. ¿No hay algo sumamente instructivo en este Espíritu, que conserva sus instintos corporales en el Más Allá y que reconoce que el abuso de las pasiones materializó de un cierto modo su Espíritu?