Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1860

Allan Kardec

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Castigo de una egoísta
(Médium: Sra. de Costel)

Nota – El Espíritu que ha dictado las tres comunicaciones siguientes es el de una mujer que la médium había conocido cuando aquel Espíritu estaba encarnado, y cuya conducta y carácter justifican plenamente los tormentos que el mismo padece. Sobre todo, aquella mujer se hallaba dominada por un sentimiento exacerbado de egoísmo y de personalismo, que se refleja en la última comunicación, ya que pretende que la médium se ocupe sólo de ella, y que por ella renuncie a sus estudios habituales.

I

Aquí estoy yo, la desdichada Claire; ¿qué quieres que te diga? La resignación y la esperanza no son más que palabras para quien sabe que sus sufrimientos, innumerables como las arenas de la playa, durarán a través de la interminable sucesión de los siglos. ¿Dices que puedo mitigarlos? ¡La vaguedad de las palabras! ¿Dónde habré de encontrar el coraje y la esperanza para ello? Procura, pues, cerebro limitado, comprender qué es un día que nunca acaba. ¿Es un día, un año, un siglo? ¡No lo sé! Las horas no lo dividen; las estaciones no lo varían; eterno y lento como el agua que destila gota a gota de una roca, este día execrable, este día maldito pesa sobre mí como una capa de plomo... ¡Cuánto sufro!... A mi alrededor solamente veo sombras silenciosas e indiferentes... ¡Cuánto sufro!

Sin embargo, yo sé que por encima de esta miseria reina Dios, el Padre, el Señor, hacia el que todo se encamina. Quiero pensar en Él; quiero implorarle misericordia.

Me debato y me encuentro como un lisiado que se arrastra a lo largo del camino. No sé qué poder me atrae hacia ti; tal vez seas mi salvación. Me despido un poco más tranquila y confortada, como una anciana tiritando de frío que se reanima al recibir el calor de un rayo de sol; mi alma helada toma nueva vida al acercarse a ti.

CLAIRE


II

Mi desgracia aumenta a cada día; crece a medida que el conocimiento de la eternidad se desarrolla en mí. ¡Oh, miseria! ¡Malditas sean las horas culpables, horas de egoísmo y de omisión en que, al menospreciar por completo la caridad y la abnegación, no pensaba más que en mi propio bienestar! ¡Malditos intereses humanos! ¡Vanas preocupaciones materiales! ¡Malditas seáis vosotras que me habéis cegado y perdido! Me corroe el incesante remordimiento del tiempo perdido. ¿Qué he de decirte, a ti que me escuchas? Vigílate sin cesar; ama a los otros más que a ti mismo; no quedes rezagada en los caminos de la ociosidad; no favorezcas el cuerpo en detrimento del alma; vigila, como decía el Salvador a sus discípulos. No me agradezcas estos consejos: mi Espíritu los concibe, pero mi corazón nunca los ha escuchado. ¡Como un perro golpeado, el miedo me hace arrastrar, y aún no conozco el amor espontáneo! ¡Su divina aurora tarda mucho en despuntar! ¡Ora por mi alma insensible y tan miserable!

CLAIRE


III

Nota – Los dos primeros dictados han sido obtenidos por la médium en su casa; éste ha sido dado espontáneamente en la Sociedad, lo que explica el sentido de la primera frase.

Vengo hasta aquí a buscarte, puesto que me has olvidado. ¿Crees, pues, que oraciones aisladas y la mención de mi nombre bastarán para apaciguar mis penas? No, cien veces no. Rujo de dolor; deambulo sin reposo, sin asilo ni esperanza, sintiendo que el aguijón eterno del castigo se clava en mi alma rebelde. Me río cuando oigo vuestras quejas o cuando os veo abatidos. ¡Qué son vuestras pálidas miserias, vuestras lágrimas, vuestros tormentos, que el sueño interrumpe! ¿Duermo yo, por ventura? Quiero –escúchame bien– que dejes tus disertaciones filosóficas y te ocupes de mí; que hagas que los otros también se ocupen de mí. No encuentro palabras para describir la angustia de este tiempo que transcurre, sin que las horas marquen los períodos. Apenas veo un débil rayo de esperanza, y esta esperanza eres tú quien me la ha dado; por lo tanto, no me abandones.

CLAIRE


IV

Nota – La siguiente comunicación no es del mismo Espíritu; es de un Espíritu superior, nuestro Guía espiritual, en respuesta al pedido que le hemos hecho para que tenga a bien darnos su opinión sobre los dictados precedentes.

Este cuadro es muy verdadero y nada tiene de exagerado. Quizá haya quien se pregunte qué ha hecho esta mujer para ser tan miserable. ¿Ha cometido algún crimen horrible? ¿Ha robado, ha asesinado? No; ella no ha hecho nada que quebrantase la justicia de los hombres. Por el contrario, se divertía con aquello que llamáis la felicidad terrena; la belleza, la fortuna, los placeres, las adulaciones, todo le sonreía, nada le faltaba, y decían al verla: ¡Qué mujer feliz!, envidiando su ventura. Entonces, ¿qué ha hecho ella? Ha sido egoísta; lo tenía todo, menos un buen corazón. Si no ha violado la ley de los hombres, ha violado la ley de Dios, porque ha menospreciado la caridad, la primera de todas las virtudes. No amó a nadie sino a sí misma: ahora nadie la ama; no ha dado nada, por eso no recibe nada. Está aislada, desamparada, abandonada, perdida en el espacio donde nadie piensa en ella ni se ocupa de la misma: éste es su suplicio. Como solamente ha buscado los goces mundanos, que hoy no existen más, el vacío se ha formado a su alrededor; sólo percibe la nada, y la nada le parece una eternidad. No sufre tormentos físicos; los demonios no vienen a atormentarla, pues esto no es necesario: ella se atormenta a sí misma, y sufre mucho más, porque esos demonios serían seres que pensarían en ella. El egoísmo ha sido su satisfacción en la Tierra, y el propio egoísmo hoy la persigue: éste es el gusano que corroe su corazón; ése es su verdadero demonio.

¡Ah, si los hombres supiesen cuánto cuesta ser egoísta! Entretanto, Dios os lo muestra todos los días, porque al enviar a tantos Espíritus egoístas a la Tierra es para que, desde esta vida, ellos se castiguen los unos a los otros y comprendan mejor, por contraste, que la caridad es el único antídoto de esa lepra de la Humanidad.