Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1860

Allan Kardec

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Concordancia espírita y cristiana

La siguiente carta ha sido dirigida a la Sociedad de Estudios Espíritas por el Dr. de Grand-Boulogne, ex vicecónsul de Francia.

Sr. Presidente:

Deseando vivamente formar parte de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas, pero obligado a dejar Francia dentro de poco tiempo, vengo a solicitar el honor de ser admitido como miembro corresponsal. Tengo la ventaja de ser conocido personalmente por vos, y no tengo necesidad de deciros con qué interés y con cuánta simpatía acompaño los trabajos de la Sociedad. He leído vuestras obras, así como la del barón de Guldenstubbe, y por consiguiente conozco los puntos fundamentales del Espiritismo, cuyos principios adopto sinceramente tal cual os son enseñados. Como proclamo aquí mi firme voluntad de vivir y de morir cristiano, esta declaración me lleva a haceros mi profesión de fe y veréis –quizá con algún interés– que mi fe religiosa acoge muy naturalmente los principios del Espiritismo; ahora bien, en mi opinión, he aquí cómo las dos cosas se alían:

1. Dios: creador de todas las cosas.

2. Objetivo y fin de todos los seres creados: concurrir para la armonía universal.

3. En el universo creado existen tres reinos principales: el reino material o inerte; el reino orgánico o vital, y el reino intelectual y moral.

4. Todo ser creado está sometido a leyes.

5. Los seres comprendidos en los dos primeros reinos obedecen invariablemente, y la armonía nunca es perturbada por ellos.

6. El tercer reino –como los dos primeros– está sometido a leyes, pero goza del singular privilegio de poder sustraerse a las mismas; al tener libre albedrío, posee también la temible facultad de desobedecer a Dios.
El hombre pertenece a la vez a los tres reinos: es un Espíritu encarnado.

7. Las leyes que rigen el mundo moral están formuladas en el Decálogo, pero se resumen en este admirable precepto de Jesús: Amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo.

8. Toda derogación de la ley constituye una perturbación en la armonía universal; ahora bien, Dios no permite que tal perturbación se mantenga, debiendo el orden ser necesariamente restablecido.

9. Existe una ley destinada a la reparación del desorden en el mundo moral, y esa ley se encuentra enteramente resumida en esta palabra: expiación.

10. La expiación se efectúa: 1º) por el arrepentimiento y por los actos de virtud; 2º) por el arrepentimiento y por las pruebas; 3º) por la oración y por las pruebas del justo, unidas al arrepentimiento del culpable.

11. La oración y las pruebas del justo, aunque concurran de manera más eficaz para la armonía universal, son insuficientes para la expiación absoluta de la falta; Dios exige el arrepentimiento del pecador; pero con ese arrepentimiento, la oración del justo y su penitencia en favor del culpable son suficientes para la justicia eterna, y el crimen es perdonado.

12. La vida y la muerte de Jesús ponen en evidencia esta adorable verdad.

13. Sin libre albedrío no hay pecado, pero tampoco hay virtud.

14. ¿Qué es la virtud? El coraje en el bien.

15. Lo más bello que hay en el mundo no es, como dijo un filósofo, el espectáculo de una gran alma luchando contra la adversidad; es el esfuerzo perpetuo de un alma progresando en el bien y elevándose de virtud en virtud hacia el Creador.

16. ¿Cuál es la más bella de todas las virtudes? La caridad.

17. ¿Qué es la caridad? Es el atributo especial del alma que, en sus fervorosas aspiraciones para el bien, se olvida de sí misma y se consume en esfuerzos por la felicidad del prójimo.

18. El conocimiento está muy por debajo de la caridad; él nos eleva en la jerarquía espírita, pero no contribuye para el restablecimiento del orden perturbado por el malo. El conocimiento nada expía, nada rescata, en nada influye sobre la justicia de Dios; al contrario, la caridad expía y apacigua. El conocimiento es una cualidad; la caridad es una virtud.

19. ¿Cuál ha sido el designio de Dios al permitir que los Espíritus encarnen? Para una parte del mundo espiritual, crear una situación sin la cual no existiría ninguna de las grandes virtudes que nos llenan de respeto y de admiración. En efecto, sin sufrimiento no hay caridad; sin peligro no hay coraje; sin infortunio no hay devoción; sin persecución no hay estoicismo; sin cólera no hay paciencia, etc. Ahora bien, con la desaparición de esos males, sin corporeidad desaparecen esas virtudes.

Para el hombre un poco desprendido de los lazos de la materia, hay en este conjunto del bien y del mal una armonía, una grandeza de un orden más elevado que la armonía y la grandeza del mundo exclusivamente material.

En pocas palabras, esto responde a las objeciones basadas en la incompatibilidad del mal con la bondad y la justicia de Dios.

Sería necesario escribir varios volúmenes para desarrollar convenientemente esas diversas proposiciones; pero el objeto de esta comunicación no es ofrecer a la Sociedad una tesis filosófica y religiosa; solamente he querido formular algunas verdades cristianas que están en armonía con la Doctrina Espírita. Estas verdades son, desde mi punto de vista, la base fundamental de la religión y, lejos de debilitarse, ellas se fortifican con las revelaciones espíritas. También no dudo en expresar un pesar: es que los ministros del culto, cegados por la demonofobia, se niegan a esclarecerse y condenan sin examen. Si los cristianos no hicieran oídos sordos a las revelaciones de los Espíritus, todo lo que en la enseñanza religiosa perturba nuestros corazones o subleva nuestra razón desaparecería de repente; sin modificarse en su esencia, la religión ampliaría el círculo de sus dogmas, y los destellos de la nueva verdad consolarían e iluminarían a las almas. Y si es verdad, como dice el Padre Ventura, que las doctrinas filosóficas o religiosas acaban invariablemente por traducirse en los actos comunes de la vida, es bien evidente que una nación iniciada en el Espiritismo se volvería la más admirable y la más feliz de las naciones.

Se dirá que una sociedad verdaderamente cristiana sería perfectamente feliz; estoy de acuerdo; pero la enseñanza religiosa tanto se hace por el temor como por el amor, y los hombres –dominados por sus pasiones–, queriendo a toda costa liberarse de los dogmas que los amenazan, serán siempre tan numerosos que el grupo de cristianos firmes constituirá siempre una débil minoría. Los cristianos son numerosos, pero los verdaderos cristianos son raros.

No sucede lo mismo con la enseñanza espírita. Aunque su moral se confunda con la del Cristianismo y aunque pronuncie, como Éste, palabras conminatorias, tiene muy ricos tesoros de consuelo; la enseñanza espírita es a la vez muy lógica y muy práctica; derrama una luz viva en nuestro destino; disipa tan bien las oscuridades que perturban la razón y las perplejidades que atormentan los corazones, que en verdad parece imposible que un espírita sincero se niegue un sólo día a trabajar por su adelanto, y de ese modo no concurra para restablecer la armonía perturbada por el desbordamiento de las pasiones egoístas y ávidas.

Por consiguiente, se puede afirmar que al propagar las verdades que tenemos la felicidad de conocer, trabajamos por la Humanidad, y nuestra obra será bendecida por Dios. Para que un pueblo sea feliz, es necesario que el número de los que quieren el bien, de los que practiquen la ley de caridad, supere al de los que quieren el mal y a los que sólo practican el egoísmo. Creo en mi alma y tengo conciencia de que el Espiritismo, apoyado en el Cristianismo, es llamado a operar esta revolución.

Al estar compenetrado de estos sentimientos y al querer contribuir, en la medida de mis fuerzas, para la felicidad de mi semejantes, y al mismo tiempo en que busco ser mejor, solicito, Señor Presidente, formar parte de vuestra Sociedad.

Atentamente,

DE GRAND-BOULOGNE, Doctor en Medicina,
ex vicecónsul de Francia.


Nota – Esta carta no necesita comentarios y cada uno apreciará el alto alcance de los principios formulados en la misma, lo que ha sido hecho de una manera tan profunda, tan simple y tan clara a la vez. Ésos son los principios del verdadero Espiritismo, los cuales ciertos hombres se atreven a poner en ridículo, pues pretenden tener el privilegio de la razón y del buen sentido, porque no saben si tienen un alma y porque no hacen diferencia entre su futuro y el de una máquina. Nosotros agregaremos solamente una observación: el Espiritismo bien comprendido es la salvaguardia de las ideas verdaderamente religiosas que se extinguen; al contribuir para el mejoramiento de los individuos, Él traerá por la fuerza de las cosas el mejoramiento de las masas, y no está lejos el tiempo en que los hombres comprendan que en esta Doctrina encontrarán el más fecundo elemento del orden, del bienestar y de la prosperidad de los pueblos; y esto por una razón muy sencilla: es que Ella mata al materialismo que desarrolla y alimenta al egoísmo, fuente perpetua de las luchas sociales, y le da una razón de ser. Una sociedad cuyos miembros fuesen todos guiados por el amor al prójimo y que inscribiese la caridad en lo más alto de todos sus códigos, sería feliz y en poco tiempo vería apagarse los odios y las discordias; el Espiritismo puede realizar este prodigio y lo hará a despecho de aquellos que todavía lo escarnecen. Porque los escarnecedores pasarán, pero el Espiritismo permanecerá.