El fabricante de San Petersburgo
El siguiente hecho de manifestación espontánea fue transmitido a nuestro compañero, el Sr. Krafzoff, de San Petersburgo, por su compatriota, el barón Gabriel Tscherkassoff, que vive en Cannes (Var) y que garantiza su autenticidad. Además, parece que el hecho es muy conocido y tuvo mucha repercusión en la época en que se produjo.
«A principios de este siglo había en San Petersburgo un rico artesano que daba empleo a un gran número de obreros en sus talleres; su nombre se me ha ido de la memoria, pero creo que era inglés. Hombre probo, humano y serio, no solamente cuidaba de la buena ejecución de su trabajo, sino también –y mucho más– del bienestar físico y moral de sus obreros que, por consecuencia, ofrecían el ejemplo de buena conducta y de una concordia casi fraternal. Según una costumbre observada en Rusia hasta nuestros días, el patrón pagaba los gastos con vivienda y alimentación, mientras que los obreros ocupaban los pisos superiores y el desván de la misma casa que él. Una mañana, al despertar, varios obreros no encontraron sus uniformes, que habían dejado a su lado al acostarse. No se podía pensar en un robo; inútilmente hicieron indagaciones, y tuvieron la sospecha de que los más maliciosos habían jugado una mala pasada a sus camaradas; en fin, gracias a diversas búsquedas, se encontraron todos los objetos desaparecidos en el desván, en las chimeneas y hasta en los tejados. El patrón dio una advertencia general, ya que nadie se confesaba culpable; al contrario, cada uno alegaba su propia inocencia.
«Transcurrido algún tiempo, la misma situación se repitió; nuevas advertencias, nuevos alegatos. Poco a poco esto comenzó a repetirse todas las noches y el patrón se inquietó bastante, porque además de su trabajo estar siendo muy perjudicado, se veía amenazado por la salida de todos los obreros, que tenían miedo de permanecer en una casa donde sucedían –decían ellos– cosas sobrenaturales. Por consejo del patrón, fue organizada una vigilancia nocturna, compuesta por los propios obreros, para sorprender al culpable; pero no lograron nada; por el contrario, la situación iba empeorando. Los obreros, para llegar a sus cuartos, tenían que subir escaleras que no estaban iluminadas; ahora bien, ocurrió que varios de ellos recibieron golpes y bofetadas; pero cuando buscaban defenderse, sólo golpeaban en el espacio, mientras que la fuerza de los golpes les hacía suponer que se trataba de un ser sólido. Esta vez el patrón les aconsejó que se dividieran en dos grupos: uno debería permanecer en lo alto de la escalera, y el otro abajo; de esta manera, el bromista de mal gusto no podría escapar y recibiría la corrigenda que merecía. Pero la previsión del patrón falló nuevamente: los dos grupos fueron bastante golpeados, y cada uno acusaba al otro. Las recriminaciones se volvieron crueles y la desavenencia entre los obreros había llegado al colmo; el pobre patrón ya pensaba en cerrar los talleres o en mudarse.
«Una noche, él estaba sentado, triste y pensativo, rodeado por su familia; todos se encontraban desalentados, cuando de repente se oyó un gran ruido en la habitación que estaba al lado, que le servía de cuarto de trabajo. Se levantó rápidamente y fue a verificar la causa de ese ruido. Al abrir la puerta, la primera cosa que vio fue su escritorio abierto y el candelabro encendido; ahora bien, hacía pocos instantes que había cerrado el escritorio y que había apagado el candelabro. Al aproximarse, distinguió sobre el escritorio un tintero de vidrio y una pluma que no le pertenecía, y una hoja de papel sobre la cual estaban escritas las siguientes palabras, que no habían tenido tiempo de secarse: «Haz demoler la pared en tal lugar (era arriba de la escalera); allí encontrarás huesos humanos que harás sepultar en el cementerio». El patrón tomó el papel y corrió para informar a la policía.
«Entonces, al día siguiente se pusieron a buscar de dónde provenían el tintero y la pluma. Al habérselos mostrado a los moradores de la misma casa, llegaron hasta un verdulero, que también era vendedor de mercancías ultramarinas y que tenía su negocio en la planta baja, el cual reconoció esos objetos como siendo suyos. Interrogado sobre la persona a la que se los había vendido, él respondió: «Ayer a la noche, habiendo ya cerrado la puerta de mi negocio, escuché un pequeño golpe en la ventanilla; abrí, y un hombre cuyas facciones no fue posible que yo distinguiera, me dijo: Te pido que me des un tintero y una pluma, que te los pagaré. Al darle estos dos objetos, me tiró una moneda grande de cobre, que escuché caer en el piso, pero que no pude encontrar.
«Demolieron la pared en el lugar indicado y allí encontraron huesos humanos, que fueron enterrados, volviendo todo a lo normal. Nunca se pudo saber a quién pertenecían esos huesos.»
Hechos de esta naturaleza deben haberse producido en todas las épocas, y se ve que de ninguna manera son provocados por los conocimientos espíritas. Se comprende que, en los siglos pasados, o entre los pueblos ignorantes, hayan podido dar lugar a todo tipo de suposiciones supersticiosas.