La inmortalidad
(
Sociedad, 3 de febrero de 1860; médium: Srta. Huet)
¿Cómo puede un hombre –un hombre inteligente– no creer en la inmortalidad del alma y, por consecuencia, en una vida futura, que no es otra sino la del Espiritismo? ¿Qué sería de ese amor inmenso que la madre consagra a su hijo, de esos cuidados con los cuales ella lo ampara en la niñez, y de esa solicitud esclarecida que el padre dedica a la educación de su ser amado? ¿Entonces todo esto sería aniquilado en el momento de la muerte o de la separación? ¿Seríamos, pues, similares a los animales, cuyo instinto es admirable –sin duda–, pero que no cuidan con ternura de su descendencia sino hasta el momento en que ésta deja de tener necesidad de los cuidados maternos? Al llegar ese momento, los padres abandonan a sus hijos y todo está terminado: el cuerpo está criado, el alma no existe; ¡pero el hombre no tendría un alma, y un alma inmortal! Y el genio sublime, que sólo puede ser comparado a Dios –pues emana de Él–, ese genio que crea prodigios y obras maestras, ¡todo esto sería aniquilado con la muerte del hombre! ¡Profanación! No se puede aniquilar así lo que viene de Dios. Un Rafael, un Newton, un Miguel Ángel y tantos otros genios sublimes, aún iluminan el Universo con sus Espíritus, aunque sus cuerpos no existan más. No os equivoquéis: ellos viven y vivirán eternamente. En lo que respecta a comunicarse con vosotros, esto es menos fácil de admitir por la generalidad de los hombres; solamente a través del estudio y de la observación que éstos pueden adquirir la certeza de que eso es posible.
Fenelón