Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1860

Allan Kardec

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Disertaciones espíritas

Ingreso de un culpable al mundo de los Espíritus
(Médium: Sra. de Costel)

Voy a relatarte lo que he sufrido al morir. Mi Espíritu, retenido al cuerpo por lazos materiales, tuvo gran dificultad en desprenderse de él, lo que representó una primera y ruda agonía. La vida, que yo dejaba a los 24 años de edad, era aún tan fuerte en mí, que no creía que la perdiera. Buscaba mi cuerpo, y estaba espantado y horrorizado al verme perdido en medio de esa multitud de sombras. En fin, la conciencia de mi estado y la revelación de las faltas que había cometido en todas mis reencarnaciones se me presentaron súbitamente; una luz implacable iluminó los pliegues más secretos de mi alma, que se sintió desnuda y después sobrecogida por una vergüenza abrumadora. Trataba de escapar de esa situación, interesándome en objetos nuevos, aunque conocidos, que me rodeaban; los Espíritus radiantes, que se cernían en el éter, me daban la idea de una felicidad a la cual yo no podía aspirar. Formas sombrías y desoladas, algunas sumergidas en una triste desesperación, otras irónicas o furiosas, se deslizaban a mi alrededor y sobre la Tierra a la cual yo permanecía apegado. Veía agitarse a los humanos, cuya ignorancia envidiaba. Todo un orden de sensaciones desconocidas, o reencontradas, me invadieron a la vez. Como si me arrastrase una fuerza irresistible, procuré huir de ese inmenso dolor que me azotaba y atravesé las distancias, los elementos y los obstáculos materiales sin que las bellezas de la Naturaleza, ni los esplendores celestiales pudieran calmar por un solo instante la amargura de mi conciencia, ni el pavor que me causaba la revelación de la eternidad. Un mortal puede presentir los tormentos materiales a través de los estremecimientos de la carne; pero vuestros frágiles dolores, aliviados por la esperanza, atenuados por las distracciones o muertos por el olvido, jamás podrán daros la idea de las angustias de un alma que sufre sin tregua, sin esperanza, sin arrepentimiento. He pasado un tiempo, cuya duración no puedo apreciar, en que envidié a los elegidos cuyo esplendor vislumbraba, en que detesté a los Espíritus malos que me perseguían con sus burlas y en que menosprecié a los humanos al ver sus torpezas, pasando de un profundo abatimiento a una rebeldía insensata.

En fin, tú me has calmado; he escuchado las enseñanzas que te dan tus guías; la verdad ha penetrado en mí, y oré: Dios me escuchó y se reveló ante mí por su clemencia, así como ya se me había revelado por su justicia.

NOVEL
Castigo de una egoísta
(Médium: Sra. de Costel)

Nota – El Espíritu que ha dictado las tres comunicaciones siguientes es el de una mujer que la médium había conocido cuando aquel Espíritu estaba encarnado, y cuya conducta y carácter justifican plenamente los tormentos que el mismo padece. Sobre todo, aquella mujer se hallaba dominada por un sentimiento exacerbado de egoísmo y de personalismo, que se refleja en la última comunicación, ya que pretende que la médium se ocupe sólo de ella, y que por ella renuncie a sus estudios habituales.

I

Aquí estoy yo, la desdichada Claire; ¿qué quieres que te diga? La resignación y la esperanza no son más que palabras para quien sabe que sus sufrimientos, innumerables como las arenas de la playa, durarán a través de la interminable sucesión de los siglos. ¿Dices que puedo mitigarlos? ¡La vaguedad de las palabras! ¿Dónde habré de encontrar el coraje y la esperanza para ello? Procura, pues, cerebro limitado, comprender qué es un día que nunca acaba. ¿Es un día, un año, un siglo? ¡No lo sé! Las horas no lo dividen; las estaciones no lo varían; eterno y lento como el agua que destila gota a gota de una roca, este día execrable, este día maldito pesa sobre mí como una capa de plomo... ¡Cuánto sufro!... A mi alrededor solamente veo sombras silenciosas e indiferentes... ¡Cuánto sufro!

Sin embargo, yo sé que por encima de esta miseria reina Dios, el Padre, el Señor, hacia el que todo se encamina. Quiero pensar en Él; quiero implorarle misericordia.

Me debato y me encuentro como un lisiado que se arrastra a lo largo del camino. No sé qué poder me atrae hacia ti; tal vez seas mi salvación. Me despido un poco más tranquila y confortada, como una anciana tiritando de frío que se reanima al recibir el calor de un rayo de sol; mi alma helada toma nueva vida al acercarse a ti.

CLAIRE


II

Mi desgracia aumenta a cada día; crece a medida que el conocimiento de la eternidad se desarrolla en mí. ¡Oh, miseria! ¡Malditas sean las horas culpables, horas de egoísmo y de omisión en que, al menospreciar por completo la caridad y la abnegación, no pensaba más que en mi propio bienestar! ¡Malditos intereses humanos! ¡Vanas preocupaciones materiales! ¡Malditas seáis vosotras que me habéis cegado y perdido! Me corroe el incesante remordimiento del tiempo perdido. ¿Qué he de decirte, a ti que me escuchas? Vigílate sin cesar; ama a los otros más que a ti mismo; no quedes rezagada en los caminos de la ociosidad; no favorezcas el cuerpo en detrimento del alma; vigila, como decía el Salvador a sus discípulos. No me agradezcas estos consejos: mi Espíritu los concibe, pero mi corazón nunca los ha escuchado. ¡Como un perro golpeado, el miedo me hace arrastrar, y aún no conozco el amor espontáneo! ¡Su divina aurora tarda mucho en despuntar! ¡Ora por mi alma insensible y tan miserable!

CLAIRE


III

Nota – Los dos primeros dictados han sido obtenidos por la médium en su casa; éste ha sido dado espontáneamente en la Sociedad, lo que explica el sentido de la primera frase.

Vengo hasta aquí a buscarte, puesto que me has olvidado. ¿Crees, pues, que oraciones aisladas y la mención de mi nombre bastarán para apaciguar mis penas? No, cien veces no. Rujo de dolor; deambulo sin reposo, sin asilo ni esperanza, sintiendo que el aguijón eterno del castigo se clava en mi alma rebelde. Me río cuando oigo vuestras quejas o cuando os veo abatidos. ¡Qué son vuestras pálidas miserias, vuestras lágrimas, vuestros tormentos, que el sueño interrumpe! ¿Duermo yo, por ventura? Quiero –escúchame bien– que dejes tus disertaciones filosóficas y te ocupes de mí; que hagas que los otros también se ocupen de mí. No encuentro palabras para describir la angustia de este tiempo que transcurre, sin que las horas marquen los períodos. Apenas veo un débil rayo de esperanza, y esta esperanza eres tú quien me la ha dado; por lo tanto, no me abandones.

CLAIRE


IV

Nota – La siguiente comunicación no es del mismo Espíritu; es de un Espíritu superior, nuestro Guía espiritual, en respuesta al pedido que le hemos hecho para que tenga a bien darnos su opinión sobre los dictados precedentes.

Este cuadro es muy verdadero y nada tiene de exagerado. Quizá haya quien se pregunte qué ha hecho esta mujer para ser tan miserable. ¿Ha cometido algún crimen horrible? ¿Ha robado, ha asesinado? No; ella no ha hecho nada que quebrantase la justicia de los hombres. Por el contrario, se divertía con aquello que llamáis la felicidad terrena; la belleza, la fortuna, los placeres, las adulaciones, todo le sonreía, nada le faltaba, y decían al verla: ¡Qué mujer feliz!, envidiando su ventura. Entonces, ¿qué ha hecho ella? Ha sido egoísta; lo tenía todo, menos un buen corazón. Si no ha violado la ley de los hombres, ha violado la ley de Dios, porque ha menospreciado la caridad, la primera de todas las virtudes. No amó a nadie sino a sí misma: ahora nadie la ama; no ha dado nada, por eso no recibe nada. Está aislada, desamparada, abandonada, perdida en el espacio donde nadie piensa en ella ni se ocupa de la misma: éste es su suplicio. Como solamente ha buscado los goces mundanos, que hoy no existen más, el vacío se ha formado a su alrededor; sólo percibe la nada, y la nada le parece una eternidad. No sufre tormentos físicos; los demonios no vienen a atormentarla, pues esto no es necesario: ella se atormenta a sí misma, y sufre mucho más, porque esos demonios serían seres que pensarían en ella. El egoísmo ha sido su satisfacción en la Tierra, y el propio egoísmo hoy la persigue: éste es el gusano que corroe su corazón; ése es su verdadero demonio.

¡Ah, si los hombres supiesen cuánto cuesta ser egoísta! Entretanto, Dios os lo muestra todos los días, porque al enviar a tantos Espíritus egoístas a la Tierra es para que, desde esta vida, ellos se castiguen los unos a los otros y comprendan mejor, por contraste, que la caridad es el único antídoto de esa lepra de la Humanidad.

Alfred de Musset
(Médium: Srta. Eugénie)

En la sesión de la Sociedad del 23 de noviembre, un Espíritu se comunicó espontáneamente escribiendo lo siguiente:

Como deseo ante todo os ser agradable, os pregunto qué tema queréis que yo trate; si tenéis un asunto, preguntad. En fin, Señores, soy siempre vuestro devoto servidor,

ALFRED DE MUSSET.

–Al ser imprevista vuestra visita, no tenemos un tema preparado; por lo tanto, os rogamos que tengáis a bien tratar un asunto de vuestra elección; sea cual fuere, estaremos muy agradecidos.

–Tenéis razón; sí, porque yo, en particular, como Espíritu, y todos los otros en general, conocemos mejor vuestras necesidades y podemos auscultar mejor las comunicaciones, de lo que lo haríais vosotros mismos.

¿Qué voy a tratar? En medio de tantos temas interesantes, aún no lo he resuelto. Comencemos hablando de aquellos que desean ardientemente ser espíritas, pero que parecen retroceder ante lo que ellos piensan que es una apostasía; hablemos, pues, para los que retrocederían ante la idea de creer que están en contradicción con el Catolicismo. Escuchad bien: he dicho Catolicismo y no Cristianismo.

¿Teméis renegar la fe de vuestros antepasados? ¡Error! Vuestros antepasados –los primeros–, los que han fundado esta religión sublime en su origen, eran más espíritas que vosotros; ellos predicaban la misma doctrina que hoy se os enseña; y quien dice Espiritismo, como vuestra religión, dice: caridad, bondad, olvido y perdón de las injurias; como el Catolicismo, el Espiritismo os enseña la abnegación de sí mismo. Por lo tanto, conciencias timoratas, podéis reuniros y venir, sin escrúpulo, a sentaros a esta mesa y conversar con los seres que extrañáis. Como vuestros ancestrales, sed caritativos, buenos, compasivos, y todos tendréis el mismo lugar al final del camino; la balanza que pesará vuestras acciones tendrá los mismos pesos al final de la senda, y la obra el mismo valor. Venid sin miedo, os lo ruego; venid, mujeres graciosas, con el corazón lleno de ilusiones; venid aquí, y éstas serán reemplazadas por las realidades más bellas y más radiantes; venid, esposas de corazón duro, que sufrís en vuestra aridez, he aquí el agua que ablanda las piedras y que aplaca la sed. Venid, mujeres que amáis, que en toda vuestra vida anheláis la felicidad, que medís la profundidad de vuestro corazón y que os desesperáis por alcanzarla; venid, mujeres de ávida inteligencia, venid: aquí la ciencia fluye clara y pura; venid a beber en esta fuente que rejuvenece. Y vosotros, ancianos que os curváis, venid y habréis de reír ante toda esa juventud que os desdeña, porque para vosotros se abren las puertas del santuario; para vosotros el nacimiento va a recomenzar y traer la felicidad de vuestros primeros años; venid: y nosotros os haremos ver a los hermanos que os tienden los brazos y os esperan. Venid, pues, todos, porque para todos hay consuelos.

Como veis, me encuentro aquí de muy buen grado; será un placer estar a vuestra disposición.

Aprovechando la buena voluntad del Espíritu Alfred de Musset, le han sido dirigidas las siguientes preguntas:

1. ¿Cuál será la influencia de la poesía en el Espiritismo? –Resp. La poesía es el bálsamo que se aplica en las llagas; la poesía ha sido dada a los hombres como el maná celestial, y todos los poetas son médiums que Dios ha enviado a la Tierra para regenerar un poco a su pueblo y para no dejar que se embrutezcan enteramente; ¿pues qué hay de más bello, que hable más al alma que la poesía?

2. La pintura, la escultura, la arquitectura, la poesía han recibido a su turno la influencia de las ideas paganas y cristianas; ¿podéis decirnos si, después del arte pagano y del arte cristiano, habrá un día el arte espírita? –Resp. Hacéis una pregunta que se responde a sí misma; la oruga es la oruga, que se vuelve crisálida, para después transformarse en mariposa. ¿Qué hay de más etéreo y de más gracioso que una mariposa? ¡Pues bien! El arte pagano es la oruga; el arte cristiano es la crisálida; el arte espírita será la mariposa.

(Al respecto, léase en la página 366 el artículo sobre El arte pagano, el arte cristiano y el arte espírita.)

3. ¿Cuál es la influencia de la mujer en el siglo XIX?

Nota – Esta pregunta fue efectuada por un joven, ajeno a la Sociedad.

Resp. ¡Ah, es el progreso! Y es un joven quien propone esta cuestión: ¡qué bueno! De mi parte sería bastante aficionado si dejase de responderle, y estoy seguro que todos aquí también desean escuchar.

¡La influencia de la mujer en el siglo XIX! ¿Creéis que ella haya esperado hasta esta época para que continuéis manejándola a vuestra voluntad, pobres y débiles hombres que sois? Si intentasteis rebajarla, fue porque le teníais miedo; si intentasteis sofocar su inteligencia, fue porque temíais su influencia. Sólo a su corazón no pudisteis ponerle diques; y como el corazón es el presente que Dios le ha dado en particular, el mismo continuó señor y soberano. Pero he aquí también que la mujer se transforma en mariposa: ella quiere salir de su crisálida; quiere reconquistar sus derechos divinos; como aquella, se lanza a la atmósfera y se diría que respira el aire en su justo valor. No penséis que yo las quiera convertir en eruditas, letradas, poetisas; no, pero yo quiero –quieren aquí, en el mundo que habito– que aquella que debe elevar a la Humanidad sea digna de su papel; queremos que aquella que debe formar a los hombres, comience a conocerse a sí misma y, para darles desde la más tierna edad el amor a lo bello, a lo grande, a lo justo, es necesario que ella tenga ese amor en un grado superior y que lo comprenda. Si el agente educador por excelencia es reducido al estado de nulidad, la sociedad tambalea: es lo que debéis comprender en el siglo XIX.

Intuición de la vida futura
(Médium: Srta. Eugénie)

Nota – La médium escribe en un cuaderno antiguo, que antes había servido a otro médium, y en el cual se encontraba una comunicación escrita hacía mucho tiempo, firmada por Delphine de Girardin. Esta circunstancia explica las palabras puestas al principio de la siguiente comunicación:

Encuentro escrito justamente mi nombre; él me servirá de firma antes de haber comenzado.

Quiero aquí hablaros a todos, en general, y probaros que sois espiritualistas; por eso, basta que me dirija a vuestro raciocinio. ¿Qué vais a hacer en el cementerio el día 1º de noviembre, si él solamente conserva los restos mortales de los seres que extrañáis? ¿Por qué vais a perder vuestro tiempo llevando un ramo de flores, un pensamiento de amistad o un suave recuerdo? ¿Por qué vais a evocar su memoria, si ellos no viven más? ¿Por qué derramar lágrimas y pedirles que las sequen o que os lleven con ellos? Responded, todos vosotros que decís –porque los que no lo dicen en voz alta, lo piensan en voz baja–: la materia es la única cosa que existe en nosotros; después de nosotros, nada. Decid, ¿no estáis en desacuerdo con vosotros mismos? Pero regocijaos, pues tenéis más fe de lo que pensáis. Dios, que os ha creado imperfectos, ha querido daros confianza, a pesar vuestro, y sin querer comprender y sin tener conciencia de eso, les habláis a esos seres queridos; les pedís que huelan las flores que les ofrecéis; les suplicáis amistad y protección. ¡Madre! Llamas a tu hija de ángel y le pides oraciones. ¡Hija! Solicitas la protección de tu madre y le ruegas que te dé sus consejos. Muchos dicen entre vosotros: Siento en mi corazón que decís la verdad, pero está en desacuerdo con lo que mis antepasados me han enseñado, ¡y como Espíritus timoratos que sois, os limitáis en vuestra ignorancia! Obrad, pues, sin miedo, porque la fe espírita profesa lo que todas las religiones repiten: Amor, caridad, humildad. Creed en esto, y no os dejeis llevar por vuestra vacilación.

DELPHINE DE GIRARDIN

Observación – La contradicción de la cual habla el Espíritu al comienzo, se ve a cada instante, inclusive en aquellos que más fuertemente niegan la vida futura. Si todo perece con la vida corporal, ¿para qué serviría, en efecto, la conmemoración de los seres que extrañamos, si ellos no nos escuchan más? Nos han hablado de un señor que está extremadamente imbuido de las más absolutas ideas materialistas; su hijo único acaba de desencarnar, y ha sentido un tal pesar que quería suicidarse para unirse a él; ahora bien, ¿para unirse a quién? A los huesos, los cuales no son él, porque los huesos no piensan.

La reencarnación
(Médium: Srta. Eugénie)

Nota En la sesión de la Sociedad en que ha sido obtenido el dictado precedente, el Espíritu Madame de Girardin, al ser solicitado a dar una disertación sobre la reencarnación, respondió: «¡Oh, es todo lo que deseo! Esta médium está habituada a ver que yo hago lo que no siempre le agrada, y tenéis razón». Esta última frase es una alusión a ciertas ideas particulares de la médium sobre la reencarnación.

«La reencarnación es una cosa lógica y evidente; entonces, sólo es necesario reflexionar y tener a bien examinarla a nuestro alrededor. Basta observar hacia dentro de vosotros mismos para encontrar las pruebas de la reencarnación. Veis en esta mesa a un buen padre de familia; tiene varios hijos lindos: unos son de una inteligencia notable y otros se encuentran en un estado casi abyecto; ¿de dónde viene, pues, esta diferencia? Tienen el mismo padre, la misma madre, la misma educación, ¡y no obstante poseen tantos contrastes!

«Observad vuestros recuerdos; ¿no encontráis en ellos la intuición de hechos, de los cuales no tenéis ningún conocimiento, y que sin embargo traéis completamente a la memoria como si hubiesen existido? ¿No quedáis impactados al ver a una persona por primera vez, que ya os parece haberla conocido? Sí, ¿no es verdad? ¡Pues bien! Esto os prueba una vida anterior, de la cual habéis participado; eso prueba que el niño inteligente debió haber pasado por varias existencias y por medio de éstas se depuró, mientras que el otro esté quizá en la primera; que la persona que reencontráis os haya sido tal vez íntima, y que el hecho recordado os ha sidopersonal en otra vida. En fin, prueba que para entrar en el reino de Dios es preciso que seáis perfectos. ¡Veamos! ¿Pensáis que os queda tan poco a realizar, al creer que después de vuestra muerte os bastarán tres o cuatro meses en las esferas?[1] No; no creo en tanta pretensión. Para adquirir es necesario trabajar, y la fortuna moral no se lega como la fortuna material. Para purificaros es necesario pasar por varios cuerpos que, a cada desencarnación, llevan con ellos una parte de vuestras impurezas.

«Si reflexionáis, no podréis dejar de rendiros ante la evidencia.»

DELPHINE DE GIRARDIN
[1] Alusión a la opinión que profesan algunas personas en lo tocante a la vida futura. [Nota de Allan Kardec.]

El Día de los Muertos
(Médium: Srta. Huet)

Nota En la sesión de la Sociedad del 2 de noviembre, Charles Nodier, al ser solicitado para que tenga a bien proseguir el trabajo que hubo comenzado, respondió:

«Muy estimados amigos míos, permitidme en esta noche hablaros de otro tema; continuaré la próxima vez el trabajo que he comenzado.

«Hoy es una fecha que es consagrada tan específicamente a nosotros, que no podemos dejar de llamar vuestra atención sobre la muerte y acerca de las oraciones que solicitan la mayoría de los que os han precedido. Esta semana es un período de confraternización entre el Cielo y la Tierra, entre los vivos y los muertos. Debéis ocuparos de nosotros más particularmente, y de vosotros también; porque al meditar sobre el pensamiento de que en breve –como para nosotros– los vivos orarán por vuestra alma, vosotros debéis volveros mejores. Según la manera con la cual hayáis vivido en la Tierra, seréis recibidos ante Dios. En definitiva, ¿qué es la vida? Una muy corta emigración del Espíritu en la Tierra; entretanto, es un tiempo en que se puede acumular un tesoro de gracias o prepararse para crueles tormentos. Pensad en esto; pensad en el Cielo, y sea cual fuere la vida que tengáis, os parecerá bien amena.»

CHARLES NODIER

Con respecto al tema de la comunicación del Espíritu Nodier, le han sido dirigidas las siguientes preguntas:

1. Hoy, los Espíritus ¿son más numerosos que de costumbre en los cementerios? –Resp. En esta época estamos más espontáneamente junto a nuestros despojos terrenos, porque vuestros pensamientos y vuestras oraciones están allí con nosotros.

2. Los Espíritus que en estos días vienen a sus tumbas, junto a las cuales nadie ora, ¿sufren al ver que son olvidados, mientras que otros tienen parientes y amigos que les traen una demostración de su recuerdo? –Resp. ¿No hay personas piadosas que oran por todos los muertos en general? ¡Pues bien! Esas oraciones llegan al Espíritu que ha sido olvidado; ellas son para él un maná celestial, que tanto cae para el perezoso como para el hombre activo. La plegaria es tanto para el conocido como para el desconocido: Dios la reparte igualmente, y los Espíritus buenos que no tienen más necesidad de la misma la distribuyen entre aquellos que puedan precisar de ella.

3. Sabemos que la fórmula de las oraciones es indiferente; entretanto, muchas personas tienen necesidad de una fórmula para fijar sus ideas; es por eso que os estaríamos agradecidos por consentir dictarnos una al respecto; todos nosotros nos asociaremos a vuestra oración a través del pensamiento, para dirigirla a los Espíritus que puedan necesitar de la misma. –Resp. De buen grado.

«Dios, creador del Universo, dignaos tener piedad de vuestras criaturas; considerad sus debilidades; abreviad sus pruebas terrenas si estuvieren por encima de sus fuerzas; compadeceos de las penas de los que han dejado la Tierra e inspiradles el deseo de progresar hacia el bien».

4. Sin duda hay aquí varios Espíritus a los cuales podemos ser útiles; vamos a pedirles que se manifiesten. –Resp. ¡Qué pedido hacéis! Seréis acometidos por muchos.

5. De modo alguno estamos sorprendidos con esto; si no podemos escucharlos a todos, lo que digamos a uno servirá para los otros. –Resp. ¡Pues bien! Haced lo que vuestro corazón os diga.

Al haber sido hecho un llamado, sin designación especial, a uno de los Espíritus presentes que quisiese comunicarse para solicitar nuestra asistencia, se manifestó el de un personaje muy conocido, fallecido hace dos años, mostrando sentimientos muy diferentes de los que tenía cuando encarnado, y que estábamos lejos de sospechar.

Alegoría de Lázaro
(Médium: Sr. Alfred Didier)

El Cristo amaba a un hombre llamado Lázaro; cuando se enteró de su muerte, su dolor fue grande y Él se hizo llevar hasta su tumba. La hermana de Lázaro suplicaba al Señor, diciendo: «¿Es posible que le devolváis la vida a mi hermano? ¡Oh, Vos que lo amabas tanto, devolvedle la vida!

Mundo del siglo XIX: tú también estás muerto; la fe, que es la vida de los pueblos, se extingue día a día. En vano algunos creyentes han querido despertarte de tu agonía: es demasiado tarde; Lázaro está muerto; sólo Dios puede salvarlo.

Entonces el Cristo se hizo llevar hasta la tumba de Lázaro; levantaron la piedra del sepulcro; el cadáver, envuelto con vendas, denotaba todo el horror de la muerte. El Cristo lanzó una mirada al cielo, tomó la mano de la hermana y, alzando la otra mano hacia lo alto, exclamó: «Lázaro, levántate!». A pesar de las vendas y de la mortaja, Lázaro despertó y se levantó.

¡Oh, mundo! Tú te asemejas a Lázaro: nada puede devolverte la vida. Tu materialismo, tus torpezas, tu escepticismo son otras tantas vendas que envuelven tu cadáver, y hueles mal, porque estás muerto desde hace mucho tiempo. ¿Quién te gritará como a Lázaro: En el nombre de Dios, levántate? Es el Cristo, que atiende al llamado del Espíritu Santo. ¡Siglo, la voz de Dios se ha hecho escuchar! ¿Estás más putrefacto que Lázaro?

LAMENNAIS
El duende familiar
(Médium: Sra. de Costel)

Nunca me he comunicado con vos y estoy muy feliz en aumentar vuestra pléyade literaria. Bien sabéis, vos que me habéis leído con tanto gusto, qué intuición yo tenía de aquello que llaman mundo fantástico. Frecuentemente solo, en las largas noches de invierno, estando en recogimiento alrededor de mi antigua chimenea, yo escuchaba el gemido de las notas lastimeras del viento. Mientras que mis ojos se distraían siguiendo vagamente los dibujos inflamados del fuego, por cierto el duende doméstico conversaba conmigo, y entonces yo no inventaba a Trilby: repetía lo que él había susurrado a mis oídos atentos. ¡Qué cosa encantadora sentir que esos huéspedes invisibles viven a nuestro alrededor! Con éstos, nada de misterios: ellos os aman –a pesar vuestro– y os conocen mejor que vosotros mismos. En mi vida literaria, en mi vida de hombre, debo a esos amigos invisibles mis mejores éxitos y mis mayores consuelos. Ahora es mi turno de susurrar a los oídos amigos las cosas que el corazón intuye y no repite. Estimada médium, quiero deciros que a menudo tendré el dulce privilegio de conversar con vos.

Charles Nodier

ALLAN KARDEC