En vuestro globo la superioridad del hombre se manifiesta por esa elevación de la inteligencia que hace de éste el rey de la Tierra. Al lado del hombre, el animal es muy débil, muy frágil y frecuentemente tiene que soportar, como un pobre sometido en esta Tierra de pruebas, los crueles caprichos de su tirano: ¡el hombre! La antigua metempsicosis era un recuerdo muy confuso de la reencarnación, y sin embargo esa misma doctrina no pasa de creencia popular. Los grandes Espíritus admitían la reencarnación progresiva; la masa ignorante, al no comprender como ellos el Universo, naturalmente decía: Ya que el hombre reencarna, esto sólo puede suceder en la Tierra; entonces, su punición, su Tártaro, su prueba es vivir en el cuerpo de un animal; exactamente como los cristianos decían en la Edad Media: Es en el gran valle que tendrá lugar el juicio, después del cual los condenados irán a quemarse en las entrañas de la Tierra.
Al creer en la metempsicosis, los Antiguos –algunos, por supuesto– creían por lo tanto en espíritu de animales, puesto que admitían el pasaje del alma humana al cuerpo de un animal. Pitágoras recordaba su antigua existencia y reconocía el escudo que había usado en el sitio de Troya. Sócrates murió prediciendo su nueva vida.
Ya que todo progresa en el Universo –como os lo he dicho–, ya que las leyes de Dios no son y no pueden ser sino leyes de progreso, desde el punto de vista en que vosotros estáis y desde el punto de vista de vuestras tendencias espiritualistas, no admitir el progreso de lo que está por debajo del hombre sería un contrasentido, una prueba de ignorancia o una completa indiferencia.
¿Tiene el animal, como el hombre, lo que vosotros llamáis conciencia, que no es otra cosa sino la sensación del alma cuando hace el bien o el mal? Observad y ved si el animal no da pruebas de conciencia, siempre en relación al hombre. ¿Creéis que el perro no sabe cuando hace el bien o el mal? Si no lo sintiera, no viviría. Como ya os he dicho, la sensación moral, en una palabra, la conciencia existe en el animal como en el hombre; sin eso sería preciso negarle las muestras de gratitud, el sufrimiento, los pesares, en fin, todos los caracteres de una inteligencia, caracteres que todo hombre serio puede observar en todos los animales, según sus diferentes grados, porque incluso entre ellos hay singulares diversidades.
CHARLET
V
El hombre, rey de la Tierra por la inteligencia, es también un ser superior desde el punto de vista material; sus formas son armoniosas y, para hacerse obedecer, su Espíritu tiene un organismo admirable: el cuerpo. La cabeza del hombre es alta y mira al cielo, dice el Génesis; el animal mira a la tierra y, por la estructura de su cuerpo, parece más ligado a ella que el hombre. Además, la magnífica armonía del cuerpo humano no existe en el animal. Observad la infinita variedad que distingue unos de otros, variedad infinita que sin embargo no corresponde a su Espíritu, porque los animales –me refiero a su inmensa mayoría– tienen casi todos el mismo grado de inteligencia. Así es que en el animal hay una variedad en la forma; al contrario, en el hombre hay una variedad en el Espíritu. Tomad a dos hombres que tengan gustos, aptitudes e inteligencia parecidas; y tomad a un perro, a un caballo, a un gato, en una palabra, a miles de animales, y difícilmente notaréis diferencias en su inteligencia. Por consiguiente, el espíritu duerme en el animal. En el hombre, brilla en todos los sentidos: su Espíritu intuye a Dios y comprende la razón de ser de la perfección.
Entonces, en el hombre se encuentra la armonía simple en la forma, y el principio del infinito en el Espíritu; observad ahora la superioridad del hombre que domina al animal, materialmente por su estructura admirable e intelectualmente por sus inmensas facultades. En los animales, parece que Dios ha dispuesto que las formas sean más variadas, encerrando al espíritu; en el hombre, al contrario, Él ha hecho del propio cuerpo humano la manifestación material del Espíritu.
Al ser igualmente admirable en esas dos creaciones, la Providencia es infinita, tanto en el mundo material como en el mundo espiritual. El hombre es para el animal lo que la flor y todo el reino vegetal son para la materia bruta.
En estas pocas líneas he querido establecer el lugar que debe ocupar el animal en la escala de la perfección; veremos cómo puede éste elevarse en comparación con el hombre.
CHARLET
VI
¿Cómo el espíritu se eleva? Por la sumisión, por la humildad. Lo que pierde al hombre es la razón orgullosa que lo impele a menospreciar a todo subalterno y a envidiar a todo superior. La envidia es la más viva expresión del orgullo; no es el placer del orgullo, es el deseo enfermizo e incesante de poder gozarlo; los envidiosos son los más orgullosos cuando se vuelven poderosos. Observad al Cristo, el Maestro de todos, al hombre por excelencia en la más alta fase de la sublimidad. El Cristo –decía yo–, en vez de venir con atrevimiento e insolencia para derribar el mundo antiguo, vino a encarnarse a la Tierra en una familia pobre y nació entre los animales; a esos pobres animales los encontraréis por todas partes, en todos los instantes en que el hombre vive simplemente con la naturaleza, en una palabra, pensando en Dios. Jesús nace entre los animales y éstos exaltan su poder en su lenguaje tan expresivo, tan natural y tan sencillo. ¡Ved qué tema para reflexionar! El espíritu aún frágil que los anima presiente al Cristo, es decir, al Espíritu en toda su esencia de perfección. Balaam, el falso profeta, el orgullo humano en toda su corrupción, blasfemó contra Dios y golpeó a su propia burra; súbitamente el Espíritu ilumina al espíritu aún muy indeciso de la burra, y ésta habla; por un instante se vuelve igual al hombre y, por su palabra, es lo que será dentro de muchos millares de años. Podría citar varios otros hechos, pero éste me parece bastante impactante a propósito de lo que he dicho sobre el orgullo del hombre, que niega hasta su alma por no poder comprenderla, y que va hasta la negación del sentimiento en los seres inferiores, entre los cuales el Cristo prefirió nacer.
CHARLET
VII
He conversado con vosotros durante algún tiempo sobre lo que os había prometido. Como ya os he dicho al comienzo, no he hablado del punto de vista anatómico o médico, sino únicamente de la esencia espiritual que existe en los animales. Tendré que hablaros aún acerca de varios otros puntos que, al ser bien diferentes, no son menos útiles para la doctrina. Permitidme una última recomendación: la de reflexionar un poco sobre lo que os he dicho; no es extenso ni pedante y, creedme, no por eso menos útil. Un día, cuando el Buen Pastor divida sus ovejas, que os pueda contar entre
los buenos y excelentes animales que hubieren seguido mejor sus preceptos. Perdonadme esta imagen un poco viva. Una vez más precisáis reflexionar sobre lo que os digo; además, continuaré hablándoos hasta cuando lo deseéis. La próxima vez he de deciros otra cosa para definir mi pensamiento acerca de la inteligencia de los animales.
Estoy a vuestra disposición,
CHARLET.
VIII
Amigos: todo lo que puedo deciros en este momento es que veo con placer la línea de conducta que seguís. Que la caridad, esta virtud de las almas verdaderamente francas y nobles, sea siempre vuestra guía, porque es la señal de la verdadera superioridad. Perseverad en esta senda que debe necesariamente conduciros a la verdad y a la unidad, a pesar de los esfuerzos cuya fuerza no sospecháis.
La modestia también es un don muy difícil de adquirir, ¿no es así señores? Es una virtud bastante rara entre los hombres. Pensad que para avanzar en el camino del bien, en la senda del progreso, solamente tenéis que usar la modestia; ¿qué seríais sin Dios y sin sus preceptos divinos? Un poco menos que esos pobres animales de que os hablé, y acerca de los cuales tengo la intención de hablaros todavía. Ceñíos y preparaos para luchar nuevamente, sin debilitaros; pensad que no es contra Dios que lucháis, como Jacob, sino contra el Espíritu del mal, que invade todo y a vosotros mismos a cada instante.
Lo que vengo a deciros sería muy largo para esta noche. Tengo la intención de explicaros la caída moral de los animales después de la caída moral del hombre. Daré el siguiente título a la conclusión de lo que ya os he dicho sobre los animales: El primer hombre feroz y el primer animal que se volvió feroz.
Desconfiad de los Espíritus malos; acabé de deciros que no sospecháis de su fuerza, y aunque esta última frase no esté relacionada con la precedente, no es menos verdadera y realmente procede. Ahora, reflexionad.
CHARLET
Nota – El Espíritu ha creído un deber interrumpir en ese día el tema principal que venía tratando, para hacer este dictado ocasional, motivado por una circunstancia particular de la que se quiso aprovechar. A pesar de esto nosotros lo damos, porque el mismo contiene instrucciones que son útiles.
IX
Cuando el primer hombre fue creado, todo era armonía en la naturaleza. La omnipotencia del Creador había puesto en cada ser una palabra de bondad, de generosidad y de amor. El hombre estaba radiante; los animales deseaban su mirada celestial, y sus caricias eran las mismas para él como para su compañera celestial. La vegetación era exuberante; el sol resplandecía e iluminaba toda la naturaleza, como el sol misterioso del alma –chispa de Dios– iluminaba interiormente la inteligencia del hombre. En una palabra, todos los reinos de la naturaleza presentaban esa infinita calma que parecía comprender a Dios; todo parecía tener bastante inteligencia para exaltar la omnipotencia del Creador. El cielo sin nubes era como el corazón del hombre, y el agua límpida y azul tenía reflejos infinitos, como el alma del hombre tenía los reflejos de Dios.
Mucho tiempo después, todo pareció cambiar súbitamente; la naturaleza oprimida exhaló un largo suspiro, y por primera vez la voz de Dios se hizo escuchar; fue un terrible día de desgracia, en que el hombre, que hasta entonces no había oído sino la gran voz de Dios que le decía en todo: «Tú eres inmortal», se quedó espantado con estas terribles palabras: «Caín, ¿por qué has matado a tu hermano?» Luego todo cambió: la sangre de Abel se derramó por toda la Tierra; los árboles cambiaron de color; la vegetación, que era tan rica y tan colorida, se marchitó; el cielo se volvió oscuro.
¿Por qué el animal se volvió feroz? Por el potente e invencible magnetismo que tomó entonces a cada ser en su sed de sangre y en su deseo de matanza, haciendo brillar sus ojos, que antes eran tan afables; fue así que el animal se volvió feroz como el hombre. Ya que el hombre era el rey de la Tierra, ¿no debería haber dado el ejemplo? El animal siguió el ejemplo del hombre, y de ahí en adelante la muerte cernióse sobre la Tierra, muerte que se tornó horrenda, en vez de una transformación serena y espiritual; el cuerpo del hombre, que debería dispersarse en el aire como el cuerpo del Cristo, se dispersó en la tierra, en esa tierra regada con la sangre de Abel. Y el hombre trabajó, y el animal trabajó.
CHARLET