Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1860

Allan Kardec

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Una médium curativa

La Srta. Désirée Godu, de Hennebont (Morbihan) Solicitamos a nuestros lectores que tengan a bien remitirse a nuestro artículo del mes pasado sobre los médiums especiales; así se comprenderán mejor las enseñanzas que vamos a dar sobre la Srta. Désirée Godu, cuya facultad ofrece un carácter de especialidad de los más notables. Hace alrededor de ocho años, ella pasó sucesivamente por todas las fases de la mediumnidad; en principio médium de efectos físicos muy poderosa, se volvió alternativamente médium vidente, auditiva, psicofónica, psicógrafa, y finalmente todas sus facultades se concentraron en la cura de enfermos, que parece ser su misión, la cual cumple con una dedicación y una abnegación sin límites. Dejemos hablar a un testigo ocular, el Sr. Pierre, profesor en Lorient, que nos transmite los siguientes detalles, en respuesta a las preguntas que le hemos dirigido:

"La Srta. Désirée Godu, joven de veinticinco años de edad, pertenece a una familia muy honorable, respetada y respetable de Lorient; su padre es un antiguo militar, caballero de la Legión de Honor, y su madre, mujer paciente y laboriosa, ayuda a su hija en lo mejor que puede en su penosa pero sublime misión. Hace aproximadamente seis años que esta familia patriarcal ayuda con remedios prescriptos, y frecuentemente con todo lo que es necesario a los apósitos, tanto a los ricos como a los pobres que se dirigen a la misma. Sus contactos con los Espíritus comenzaron en la época de las mesas giratorias; por entonces ella vivía en Lorient, y durante varios meses no se hablaba sino de las maravillas operadas por la Srta. Godu con las mesas, siempre complacientes y dóciles bajo sus manos. Era una dádiva ser admitido en su casa a las sesiones con las mesas, y allá no entraba quien quería. Sencilla y modesta, ella no buscaba ponerse en evidencia; entretanto, como bien lo comprendéis, la malignidad no la perdonó.

"El propio Cristo fue escarnecido, aunque sólo hiciera y enseñara el bien; ¡es de admirarse que aún se encuentren fariseos, cuando todavía hay hombres que no creen en nada! Es el destino de todos los que muestran alguna superioridad: estar expuestos a los ataques de la mediocridad envidiosa y celosa. A ésta nada le cuesta para derribar al que se destaca por encima del vulgo, ni mismo el veneno de la calumnia: el hipócrita desenmascarado nunca perdona. Pero Dios es justo, y cuanto más el hombre de bien fuere maltratado, más notoria será su rehabilitación y más humillante será la vergüenza de sus enemigos: la posteridad lo vengará.

"A la espera de su verdadera misión, que debe comenzar –dicen– en dos años, el Espíritu que la guía le propuso la misión de curar todo tipo de enfermedades, lo que ella aceptó. Para comunicarse, él ahora se sirve de los órganos de ella –y frecuentemente a pesar suyo– en vez del golpe monótono de las mesas. Cuando es el Espíritu que habla, el sonido de la voz ya no es el mismo y sus labios no se mueven.

"La Srta. Godu sólo recibió una instrucción común; pero lo principal de su educación no debía ser obra de los hombres. Cuando consintió en volverse médium curativa, el Espíritu procedió metódicamente a su instrucción, sin que ella no viese nada sino manos. Un misterioso personaje ponía libros, grabados o dibujos bajo sus ojos y le explicaba toda la constitución del cuerpo humano, las propiedades de las plantas, los efectos de la electricidad, etc. Ella no es sonámbula: nadie la adormece; totalmente despierta –y bien despierta– es que penetra a los enfermos con su mirada. El Espíritu le indica los remedios, que ella misma muy a menudo prepara y aplica, cuidando y tratando las más repugnantes heridas con la devoción de una hermana de caridad. Comenzaron a darle la composición de ciertos ungüentos que en pocos días curaban los panadizos y las heridas de poca gravedad, y esto con el objetivo de habituarla poco a poco a ver, sin mucha repugnancia, todas las horribles y repulsivas miserias que debían pasar delante de sus ojos, poniendo la fineza y la delicadeza de sus sentidos ante las pruebas más rudas. Que no se imagine encontrar en ella a un ser sufridor, enfermizo y frágil; goza de mens sana in corpore sano en toda su plenitud; lejos de cuidar de los enfermos por intermedio de un ayudante, ella misma participa de todo y cumple con todo, gracias a su robusta constitución. Sabe inspirar a sus enfermos una confianza sin límites, y encuentra en su corazón consuelos para todos los dolores, poniendo a disposición de ellos remedios para todos los males. Es de un carácter naturalmente alegre y jovial. ¡Pues bien! Su alegría es contagiosa como la fe que la anima, y actúa instantáneamente sobre los enfermos. He visto a muchos que salían con los ojos llenos de lágrimas, suaves lágrimas de admiración, de reconocimiento y de alegría. Todos los jueves –día de feria– y los domingos, desde las seis horas de la mañana hasta las cinco o seis de la tarde, la casa está siempre llena. Para ella, trabajar es orar, lo que cumple con conciencia. Antes de tratar de los enfermos, pasaba días enteros confeccionando ropas para los pobres y ajuares para los recién nacidos, empleando los medios más ingeniosos para enviar estos presentes a su destino de forma anónima, de manera que su mano izquierda nunca sabía lo que daba su derecha. Ella posee un gran número de certificados auténticos expedidos por eclesiásticos, autoridades y personas notables que atestan curas, que en otros tiempos hubieran sido consideradas como milagrosas".

Nosotros sabemos, através de personas dignas de fe, que no hay nada de exagerado en el relato que acabamos de leer, y estamos felices de poder señalar el digno uso que la Srta. Godu hace de la facultad excepcional que le ha sido dada. Esperamos que esos elogios, que tenemos el placer de reproducir en el interés de la humanidad, no alteren de forma alguna su modestia, que dobla el valor del bien, y que ella no escuche de ningún modo las sugerencias del espíritu del orgullo. El orgullo es el escollo de un gran número de médiums, y nosotros hemos visto a muchos cuyas facultades trascendentes fueron anuladas o desnaturalizadas cuando dieron oídos a ese demonio tentador. Las mejores intenciones no dan garantías contra sus emboscadas, y es precisamente contra los buenos que dirige sus baterías, porque se satisface en hacerlos sucumbir y en mostrar que es el más fuerte; se infiltra en el corazón con tanta destreza que a menudo lo llena sin que se lo sospeche. El orgullo también es el último defecto que es confesado a sí mismo, semejante a esas enfermedades mortales que se tiene en estado latente y de cuya gravedad el enfermo se hace ilusión hasta el último momento; es por eso que es tan difícil de extirparlo. Desde el momento en que un médium goza de una facultad, por menos notable que sea, él es buscado, elogiado, adulado; esto es para él una terrible piedra de toque, porque termina por creerse indispensable si no fuere fundamentalmente sencillo y modesto. Infeliz de él, sobre todo si juzga que es el único que puede entrar en contacto con los Espíritus buenos; le cuesta reconocer que ha sido engañado, e incluso frecuentemente oye o escribe su propia condenación, su propia censura, sin creer que sea dirigida a él. Ahora bien, es precisamente esta ceguera que lo aprisiona; los Espíritus embusteros se aprovechan de esto para fascinarlo, para dominarlo y para subyugarlo cada vez más, a punto de hacerle tomar por verdades las cosas más falsas, y es así que en él se pierde el don más precioso que había recibido de Dios para volverse útil a sus semejantes, porque siempre los Espíritus buenos se alejan de los que prefieren escuchar a los malos. Aquel a quien la Providencia destina para ser puesto en evidencia, lo será por la fuerza de las cosas, y los Espíritus bien sabrán sacarlo de la oscuridad, si esto es útil, mientras que a menudo sólo habrá decepciones para aquel que es atormentado por la necesidad de hablar de sí. Lo que nosotros sabemos del carácter de la Srta. Désirée Godu nos da la firme confianza de que ella está por encima de esas pequeñas debilidades, y es así que nunca comprometerá, como tantos otros, la noble misión que ha recibido.