Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1860

Allan Kardec

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Sobre el valor de las comunicaciones espíritas
Por el Sr. Jobard

La ortodoxia religiosa hace desempeñar un papel demasiado grande a Satanás y a sus supuestos satélites, a los que deberían limitarse en llamar Espíritus malévolos, ignorantes, vanidosos, y casi todos manchados por el pecado del orgullo que hace que se pierdan. En esto ellos no difieren en nada de los hombres, de los cuales han hecho parte durante un período muy corto, en relación a la eternidad de su existencia espiritual, que puede compararse a la de un cuerpo que ha pasado al estado volátil. El error está en creer que por ser Espíritus deben ser perfectos, como si el vapor o el gas fuesen más perfectos que el agua o el líquido de donde han salido; como si un bandido pudiera ser un hombre honesto después de haber escapado de la prisión; como si un loco pudiese ser considerado un sabio por haber transpuesto los muros del manicomio; como si un no vidente que ha salido del hospital de ciegos pudiera hacerse pasar por un clarividente.

Señores médiums, imaginad que hayáis entrado en contacto con toda esa gente y que haya tanta diferencia entre los Espíritus como entre los hombres; ahora bien, no ignoráis que existen tantos hombres como sentimientos, tantos cuerpos como propiedades diversas, antes y después de su cambio de estado. Por sus errores, podéis juzgar la mala cualidad de los Espíritus, como se juzga la mala cualidad de un cuerpo por el olor que exhala. Si a veces ellos están de acuerdo en ciertos puntos, entre sí y con vosotros, es que se copian y os copian, porque saben mejor que vosotros lo que ha sido escrito –antigua y recientemente– sobre tal o cual doctrina que ellos a menudo os repiten como loros, pero otras veces con convicción, si fueren Espíritus estudiosos y concienzudos, como ciertos filósofos o eruditos que os diesen el honor de venir a conversar y a debatir con vos. Pero estad persuadidos de que solamente os responden cuando sienten que os encontráis en condiciones de comprenderlos; sin esto, no os dicen sino vulgaridades, y nada que supere el alcance de vuestra inteligencia y de vuestros conocimientos adquiridos. Como vosotros, ellos también saben que no se echan perlas a los cerdos. Si sois cristianos, citan el Evangelio; si sois musulmanes, El Corán, y fácilmente se ponen de acuerdo con vos, porque en el estado de erraticidad ellos tienen la inteligencia que los cuerpos materiales volatilizados no tienen; sólo en esto la comparación precedente no es exacta. Si preferís reír y hacer burlas con las palabras, deseando entrar en contacto con un Espíritu serio, recibiréis a Espíritus burlones que serán más fuertes que vosotros en los escarnios y en las palabras burlescas. Si no tuviereis juicio, estableceréis contacto con mistificadores que os llevarán más lejos de lo que gustaríais.

En general, a los Espíritus les gusta conversar con los hombres; es una distracción y a veces un estudio para ellos: todos os lo dicen. No temáis en cansarlos, pues siempre lo estaréis antes que ellos; pero no os enseñarán nada más de lo que os podrían haber dicho cuando encarnados. He aquí por qué tantas personas preguntan cuál es la ventaja de perder tiempo en consultarlos, ya que no se puede esperar de ellos revelaciones extraordinarias, inventos inesperados, panaceas, piedras filosofales, transmutaciones de los metales, motores perpetuos, porque no saben más que vosotros sobre los resultados aún no obtenidos por la Ciencia humana; y si os sugieren a hacer experiencias, es que ellos mismos estarían curiosos para ver los efectos. Al contrario, ellos solamente os dan explicaciones confusas, como los pretensos eruditos y como ciertos abogados que se quedan sin saber qué decir. Si se trata de un tesoro, ellos os dirán: cavad; si es acerca de una aleación, os dirán: mezclad. Es posible que al buscar, encontréis; ellos se quedarán tan asombrados como vosotros y se jactarán de os haber dado buenos consejos: la vanidad humana no los abandona. Los Espíritus buenos no os afirman que encontraréis, como hacen los malos, que no tienen escrúpulos en arruinaros; es en esto que nunca debéis prescindir de vuestro juicio, de vuestro libre albedrío, de vuestra razón. ¿Qué decís cuando un hombre os induce a un mal negocio? Que es un Espíritu infernal, diabólico. ¡Pues bien! El Espíritu que os aconseja mal no es más diabólico, más infernal; es un ignorante, a lo sumo un mistificador; pero no tiene la misión especial, ni el poder extrahumano, ni el gran interés en engañaros: él usa el libre albedrío que Dios le ha dado, como a vos, y puede hacer del mismo un buen o mal uso, como vosotros; eso es todo. Es una tontería creer que se vincule a vosotros durante años y años para intentar alistar vuestra pobre alma en el ejército de Satanás. ¿Qué le hace a Satanás un recluta a más o a menos cuando le llegan espontáneamente miles de millones, sin que se tome el trabajo de llamarlos? Los elegidos son raros, pero los voluntarios del mal son innumerables. Si Dios y el diablo tienen su ejército cada uno, sólo Dios necesita reclutadores; el diablo no precisa cumplir esta incumbencia. Y como la victoria está siempre del lado de los grandes batallones, evaluad por esto el tamaño, el poder y la facilidad de sus triunfos en todos los puntos del Universo; y sin ir muy lejos, observad a vuestro alrededor.

Pero todo esto no tiene sentido. Ya que hoy se sabe fácilmente conversar con los seres del otro mundo, es preciso aceptarlos cómo son y por lo que son. Hay poetas que pueden dictaros buenos versos; existen filósofos y moralistas que pueden dictaros buenas máximas; hay historiadores que pueden daros buenos esclarecimientos sobre su época; existen naturalistas que pueden enseñaros lo que saben o rectificar los errores que han cometido; hay astrónomos que pueden revelaros ciertos fenómenos que ignoráis; existen músicos y autores capaces de escribir sus obras póstumas, y hasta tienen la vanidad de pedir que sean publicadas en su nombre. Uno de ellos, que creía haber hecho un invento, se indignó al saber que la patente de invención no le sería entregada personalmente; otros, como ciertos sabios, no le hacen más caso a las cosas terrenas. Se encuentran también los que asisten con un placer infantil a la inauguración de su estatua, y otros que no se toman el trabajo de ir a verla y menosprecian profundamente a los imbéciles que les hacen este honor, después de que éstos los hubieron despreciado y perseguido en vida. Al respecto, Humboldt nos ha respondido con una sola palabra sobre su estatua: ¡Irrisión! Otro ha dado la inscripción de la estatua que le están preparando y que sabe que no la ha merecido: Al gran ladrón, con la gratitud de los que fueron robados por él.

En resumen, debemos considerar como cierto que cada uno lleva consigo su carácter y sus adquisiciones morales y científicas; los tontos de este mundo son también los tontos del otro mundo. Allá están los rateros, que no encuentran más bolsillos para vaciar; los glotones, que no tienen nada más para freír; los banqueros, que no pueden descontar nada más, y que sufren esas privaciones. Es por eso que el Espíritu Santo, el Espíritu de Verdad nos recomienda dejar a un lado las cosas terrenas, las cuales no podemos cargar ni llevar, a fin de sólo pensar en los bienes espirituales y morales que nos acompañan y que nos servirán para la eternidad, no sólo de distracción, sino como peldaños para elevarnos incesantemente en la gran escalera de Jacob, en la inconmensurable jerarquía de los Espíritus.

Así, ved cuán poco caso hacen los Espíritus buenos de los bienes y de los placeres groseros que perdieron al morir, es decir, al entrar a su país, como ellos dicen; semejantes a un prisionero sabio que ha sido arrancado súbitamente de su calabozo, no son de sus ropas, de sus muebles o de su dinero que él se lamenta, sino de sus libros y de sus manuscritos. La mariposa que sacude el polvo de sus alas antes de emprender su vuelo, se preocupa muy poco con los restos del capullo que le ha servido de envoltura. Del mismo modo, un Espíritu superior como Buffon, no se lamenta por su castillo de Montbard, así como el Espíritu Lamartine no se lamentará por su castillo de Saint-Point, como lo hacía cuando encarnado. Es por eso que la muerte de un sabio es tan calma y la de un humanimal es tan horrible, porque este último siente que al perder los bienes terrenos, pierde todo; entonces se aferra a los mismos como el avaro a su cofre. Inclusive como Espíritu no puede alejarse: está ligado a la materia, continúa frecuentando los lugares que hubo apreciado y, en vez de hacer incesantes esfuerzos para romper los lazos que lo retienen a la Tierra, a ésta se apega como un desesperado; sufre verdaderamente como un condenado por no poder tener más goces: he aquí el infierno, he aquí el fuego que esos réprobos se empeñan en volver eterno. Tales son los Espíritus malos que rechazan los consejos de los buenos y que tienen necesidad del auxilio de la razón y de la propia sabiduría humana para decidirse a ceder. Los buenos médiums deben tomarse el trabajo de hacerlos pensar, de adoctrinarlos y de orar por ellos, pues confiesan que la oración los alivia y por eso testimonian su reconocimiento, a menudo en términos muy conmovedores. Esto prueba la existencia de una solidaridad común entre todos los Espíritus, encarnados o desencarnados, porque evidentemente la encarnación no es más que una punición, y la Tierra no es sino un lugar de expiación donde –como ha dicho el salmista– no hemos sido puestos para divertirnos, sino para perfeccionarnos y aprender a adorar a Dios al estudiar sus obras. De esto se deduce que el más infeliz es el más ignorante; el más salvaje se vuelve el más vicioso, el más criminal y el más miserable de los seres, a los cuales Dios ha confiado una chispa de su alma divina y talentos para hacerlos producir y no para enterrarlos hasta la llegada del señor, o más bien hasta que el culpable de la pereza o de la negligencia se presente ante Dios.

He aquí cómo se presenta el mundo espiritual, para unos verosímil y para otros real, que infunde tanto miedo a unos y que encanta a tantos otros, y que no merece ni tanto exceso de honores ni tantos ultrajes.

Cuando a fuerza de experiencia y de estudio se hubieren familiarizado con el fenómeno de las manifestaciones, tan natural como cualquier otro, habrá de reconocerse la verdad de las explicaciones que acabamos de dar. El poder del mal que es atribuido a ciertos Espíritus tiene como antítesis el poder del bien que se puede esperar de otros; estas dos fuerzas son adecuadas como todas las de la Naturaleza, sin lo que el equilibrio se rompería, y el libre albedrío sería reemplazado por la fatalidad, por el fatum ciego, por el hecho bruto, no inteligente, la muerte de todos, la catalepsia del Universo, el caos.

Prohibir que se interroguen a los Espíritus es reconocer que ellos existen; señalarlos como secuaces del diablo es hacer pensar que deben existir los que son agentes y misioneros de Dios; que los malos sean más numerosos, estamos de acuerdo; mas en la Tierra también hay de todo. Pero por el hecho de haber más granos de arena que pepitas de oro, ¿se debe condenar a los que buscan oro?

Cuando los Espíritus os dicen que les está impedido responder a ciertas preguntas de interés meramente personal, es una manera conveniente de justificar su ignorancia de las cosas del futuro; todo lo que dependa de nuestros propios esfuerzos, de nuestras investigaciones intelectuales, no nos puede ser revelado sin infringir la ley divina que ordena al hombre a trabajar. Sería demasiado cómodo para cualquier médium, al recibir un Espíritu familiar complaciente, adquirir sin esfuerzos todos los tesoros y todo el poder que se pueda imaginar, desembarazándose de todos los obstáculos que los otros tienen tanto trabajo para superar. No, los Espíritus no tienen semejante poder y hacen bien en decir que todo lo que indebidamente pedís les está impedido. Entretanto, ellos ejercen una gran influencia en nosotros, para el bien o para el mal; felices de aquellos que los Espíritus buenos aconsejan y protegen: todo les sale bien si obedecen a las buenas inspiraciones que, además, solamente las reciben después de haberlas merecido y después de haber hecho el esfuerzo equivalente al éxito, que les es dado por añadidura.

Cualquiera que espere sentado la fortuna, no tendrá mucha chance de conseguirla; todo depende aquí del trabajo inteligente y honrado, que nos da una gran satisfacción interior y que nos libra del mal físico, concediéndonos el don de aliviar el mal de los otros, porque no hay médium bienintencionado que no sea magnetizador y curativo por naturaleza; pero ellos ignoran que tienen ese tesoro y no saben utilizarlo. Es en esto que ellos deberían ser mejor aconsejados y más fuertemente ayudados por sus Espíritus buenos. Se han visto hacer milagros análogos al que acaba de suceder con el duque de Celeuza, príncipe Vasto, en el café Nocera, en Nápoles, el 13 de junio último, el cual acaba de publicar que ha sido instantáneamente curado de una enfermedad considerada incurable, de la cual sufría hace diez años, únicamente a través de la palabra de un antiguo caballero francés, a quien había contado sus sufrimientos. Hay otros que hacen estas cosas en diversos países, como en Holanda, Inglaterra, Francia, Suiza; pero ellos se multiplicarán con el tiempo: los gérmenes han sido sembrados.

Los médiums debidamente advertidos sobre la naturaleza, los hábitos y las costumbres de los Espíritus terrenos, deben conducirse conforme lo expresado; en cuanto a los Espíritus celestiales o de un orden trascendente, es tan raro verlos comunicarse con los individuos, que aún no ha llegado el tiempo de hablar de ellos. Los mismos presiden los destinos de las naciones, las grandes catástrofes y las grandes evoluciones de los globos y de las humanidades; en este momento ellos están trabajando. Esperemos con recogimiento las grandes cosas que han de llegar: Renovabunt faciem terræ.

JOBARD