Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1860

Allan Kardec

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Superstición

Leemos en Le Siècle del 6 de abril de 1860:

«Un tal Sr. Félix N..., jardinero de los alrededores de Orleáns, era considerado portador de la habilidad de exceptuar de la conscripción a los jóvenes, es decir, de hacerlos sacar en el sorteo un número apropiado para que sean eximidos. Él prometió a Frédéric Vincent P..., joven viticultor de St-Jean-de-Braye, hacerlo sacar el número que quisiese, a cambio de 60 francos, de los cuales 30 fr. deberían ser pagos por adelantado, y los otros 30 después del sorteo. El secreto consistía en rezar tres Padrenuestros y tres Avemarías durante nueve días. Además, el hechicero afirmaba que, gracias a la parte que él haría, eso favorecería al conscripto y le impediría dormir durante la última noche, pero que sería eximido. Desgraciadamente el encanto no funcionó; el conscripto durmió como de costumbre y sacó el número 31, que hizo de él un soldado. Estos hechos, repetidos además dos veces, no pudieron ser mantenidos en secreto, y el hechicero Félix N... fue llevado ante la justicia.»

Los adversarios del Espiritismo lo acusan de despertar ideas supersticiosas; pero ¿qué hay de común entre la Doctrina que enseña la existencia del mundo invisible, comunicándose con el mundo visible, y hechos de la naturaleza que acabamos de relatar, que son los verdaderos tipos de superstición? ¿Dónde se ha visto que el Espiritismo haya enseñado alguna vez semejantes absurdos? Si aquellos que lo atacan en este aspecto se tomasen el trabajo de estudiarlo, antes de juzgarlo tan a la ligera, no sólo sabrían que Él condena todas las prácticas adivinatorias, sino que demuestra su inutilidad. Por lo tanto, como muy frecuentemente lo hemos dicho, el estudio serio del Espiritismo tiende a destruir las creencias verdaderamente supersticiosas. En la mayoría de las creencias populares hay casi siempre un fondo de verdad, pero desnaturalizado y ampliado; estos accesorios son las falsas aplicaciones que constituyen la superstición propiamente dicha. Es así que los cuentos de hadas y de genios reposan en la existencia de Espíritus buenos o malos, protectores o malévolos; que todas las historias de aparecidos tienen su origen en el fenómeno muy real de las manifestaciones espíritas, visibles e incluso tangibles; tal fenómeno, hoy perfectamente comprobado y explicado, entra en la categoría de los fenómenos naturales, que son una consecuencia de las leyes eternas de la Creación. Pero el hombre raramente se contenta con la verdad, que le parece demasiado simple; él la reviste con todas las quimeras creadas por su imaginación, y es entonces que cae en el absurdo. Después vienen los que tienen interés en explotar esas mismas creencias, a las cuales juntan un prestigio fantástico para que sirvan apropiadamente a sus objetivos; de ahí esa turba de adivinos, de hechiceros, de echadores de la buenaventura, contra los cuales la ley severamente procede con justicia. El Espiritismo verdadero, racional, no es pues más responsable por los abusos que se cometen en su nombre, que la Medicina por las fórmulas ridículas y por las prácticas empleadas por charlatanes o ignorantes. Lo decimos una vez más: antes de juzgarlo, tomaos el trabajo de estudiarlo.

Se concibe un fondo de verdad en ciertas creencias, pero quizá se ha de preguntar en cuál puede reposar la que ha originado el hecho citado, creencia muy expandida en el interior de nuestro país, como se sabe. A primera vista nos parece que tiene su principio en el sentimiento intuitivo de los seres invisibles, a los cuales fueron llevados a atribuir un poder que frecuentemente ellos no tienen. La existencia de Espíritus embusteros que pululan a nuestro alrededor por causa de la inferioridad de nuestro globo –como insectos nocivos en un pantano–, y que se divierten a expensas de las personas crédulas, prediciéndoles un futuro quimérico, siempre dispuestos a adular sus gustos y deseos, es un hecho cuya prueba tenemos diariamente a través de nuestros médiums actuales. Lo que ocurre ante nuestros ojos ha tenido lugar en todas las épocas por los medios de comunicación en uso, según los tiempos y los lugares: he aquí la realidad. Con la ayuda del charlatanismo y de la codicia, la realidad pasó al estado de creencia supersticiosa.