Formación de los Espíritus
(Médium: Sra. de Costel)
Dios creó la semilla humana, que esparció en los mundos como el labrador arroja en los surcos el grano que debe germinar y madurar. Esas divinas semillas son moléculas de fuego que Dios hace irradiar del gran foco, centro de vida, donde resplandece su poder. Dichas moléculas son para la humanidad lo que los gérmenes de las plantas son para la tierra; se desarrollan lentamente y sólo maduran después de una larga permanencia en los planetas-madres, donde se forma el comienzo de las cosas. Hablo sólo del principio; al llegar a la condición de hombre, el ser se reproduce y la obra de Dios está consumada.
¿Por qué, siendo común el punto de partida, los destinos humanos son tan diversos? ¿Por qué unos nacen en un medio civilizado y otros en estado salvaje? ¿Cuál es, entonces, el origen de los demonios? Retomemos la historia del Espíritu en su primera eclosión. Apenas formadas, las almas, indecisas y balbucientes, son entretanto libres para inclinarse hacia el lado bueno o hacia el lado malo. Puesto que han vivido, los buenos se separan de los malos. La historia de Abel es ingenuamente verdadera. Las almas ingratas, apenas salidas de las manos del Creador, persisten en la rebeldía del crimen; entonces, durante la sucesión de los siglos, ellas erran, perjudicando a los otros y sobre todo a sí mismas, hasta que sean tocadas por el arrepentimiento, lo que infaliblemente sucede. Por consiguiente, los primeros demonios son los primeros hombres culpables. Dios, en su inmensa justicia, nunca impone sufrimientos que no sean resultantes de actos malos. La Tierra debía poblarse enteramente, pero no podría hacerlo por igual; según el grado de adelanto obtenido en las emigraciones terrestres, unos nacen en los grandes centros de civilización, mientras que otros –Espíritus inseguros que aún necesitan esclarecerse– nacen en bosques alejados; el estado salvaje es preparatorio. Todo es armonioso, y el alma culpable y ciega de un demonio de la Tierra no puede renacer en un centro esclarecido. Sin embargo, algunas se aventuran en ese medio que no es el suyo; si allí no andan al unísono, ellas dan un espectáculo de barbarie en medio de la civilización: son los seres desterrados.
El estado embrionario es el de un ser que todavía no sufrió emigración; no se puede estudiarlo aparte, porque es el origen del hombre.
GEORGES