Un grano de locura
El Journal de la Haute-Saône (Diario del Alto Saona) narró últimamente el siguiente hecho:
«Se han visto a reyes destronados que fueron sepultados en las ruinas de sus palacios; se han visto a infelices jugadores que abdicaron de la vida después de la pérdida de sus fortunas; pero quizá nunca se había visto –antes del hecho que citamos– a un propietario que se suicide por no aceptar la expropiación de un terreno. Un propietario de Saint-Loup había sido advertido de que uno de sus terrenos sería expropiado el 14 de mayo, por la Compañía de los Ferrocarriles del Este. Esta información lo afectó profundamente; al no poder soportar la idea de separarse de su terreno, dio señales de alienación mental. El 2 de mayo salió de su casa a las tres de la mañana, y se suicidó ahogándose en el río Combeauté.»
En efecto, es difícil suicidarse por una causa tan fútil, y un acto tan irracional no puede explicarse sino por un trastorno cerebral; pero ¿qué fue que produjo ese trastorno? Con toda seguridad, no ha sido la creencia en los Espíritus. ¿Fue el hecho de la expropiación del terreno? Pero entonces, ¿por qué todos los expropiados no se vuelven locos? Dirán que no todos tienen el cerebro tan débil. Entonces, admitís una predisposición natural a la locura, y no podría ser de otro modo, ya que la misma causa no siempre produce el mismo efecto. Nosotros ya hemos dicho esto muchas veces en respuesta a los que acusan al Espiritismo de provocar la locura; que digan si no había locos, antes de que fuera tratada la cuestión de los Espíritus, y si solamente hay locos entre los que creen en los Espíritus. Una causa física o una violenta conmoción moral sólo pueden producir una locura instantánea; fuera de esto, si uno examina los antecedentes, siempre se encontrarán síntomas, que una causa fortuita puede desarrollar. Entonces, la locura toma el carácter de la preocupación principal; el loco habla de aquello que lo preocupa, pero la causa no es la preocupación: ésta es, de alguna manera, una especie de forma de manifestación. Así, al haber una predisposición a la locura, el que se ocupa de religión tendrá una locura religiosa; el amor producirá la locura amorosa; la ambición, la locura de los honores y de las riquezas, etc. En el hecho narrado anteriormente sería absurdo ver algo más allá de un simple efecto, que cualquier otra causa podría haber provocado, porque la predisposición estaba allí. Ahora vamos más lejos: decimos abiertamente que si ese propietario, tan impresionable con relación a su terreno, estuviese profundamente imbuido de los principios del Espiritismo, no habría enloquecido ni se habría suicidado, dos desgracias que habrían sido evitadas, como nos muestran numerosos ejemplos. La razón de eso es evidente. La locura tiene como causa primera una debilidad moral relativa, que vuelve al individuo incapaz de soportar el choque de ciertas impresiones, en cuyo número figuran –por lo menos en tres cuartas partes– los disgustos, la desesperación, las decepciones y todas las tribulaciones de la vida. Por lo tanto, dar al hombre la fuerza necesaria para ver estas cosas con indiferencia, es atenuar en él la causa más frecuente que lo lleva a la locura y al suicidio; ahora bien, él saca esa fuerza de la Doctrina Espírita bien comprendida. Frente a la grandeza del futuro que se desdobla ante nuestros ojos, y del cual Ella da pruebas patentes, las tribulaciones de la vida se vuelven tan efímeras que deslizan sobre el alma como el agua sobre el mármol, sin dejar rastros. El verdadero espírita no se apega a la materia, y sólo se vincula a la misma en la medida exacta de las necesidades de la vida; pero si le falta algo, se resigna, porque sabe que aquí está de paso y que un destino mucho mejor lo espera. De esta manera, no se aflige por encontrar accidentalmente una piedra en su camino. Si aquel hombre estuviese imbuido de estas ideas, ¿en qué se habría vuelto el terreno a sus ojos? La contrariedad que hubo experimentado sería insignificante o nula, y una desgracia imaginaria no lo habría llevado a una desgracia real. En resumen, uno de los efectos, y podemos decir uno de los beneficios del Espiritismo, es el de dar al alma la fuerza que le falta en muchas circunstancias, y es en esto que Él puede disminuir las causas de la locura y del suicidio. Como se ve, los hechos más simples pueden ser una fuente de enseñanzas para el que quiera reflexionar. Es mostrando las aplicaciones del Espiritismo en los casos más comunes que se hará comprender toda Su sublimidad. ¿No está ahí la verdadera filosofía?