Los aparecidos
La Academia Francesa define la palabra revenants de la siguiente manera: «Se dice de los Espíritus que se supone que regresan del otro mundo». La Academia no dice directamente: que regresan; sólo los espíritas son considerados locos por atreverse a afirmar semejantes cosas. Sea como fuere, se puede decir que la creencia en los aparecidos es universal; evidentemente está basada en la intuición de la existencia de los Espíritus y en la posibilidad de comunicarse con ellos; por este motivo, todo Espíritu que manifiesta su presencia, ya sea a través de la escritura o simplemente golpeando en una mesa, sería un aparecido. Pero generalmente se reserva este nombre casi sepulcral para los que se vuelven visibles y a los que se supone –como dice con razón la Academia– que vienen en circunstancias más dramáticas. ¿Cuento de viejas? El hecho en sí mismo, no; los accesorios, sí. Se sabe que los Espíritus pueden manifestarse a la visión, incluso con una forma tangible: he aquí lo real; pero lo que es fantástico son los accesorios, cuyo miedo –que exagera todo– acompaña comúnmente ese fenómeno muy simple en sí mismo, que se explica por una ley muy natural, no teniendo por consiguiente nada de maravilloso ni de diabólico. Entonces, ¿por qué se tiene miedo de aparecidos? Precisamente por causa de esos mismos accesorios que la imaginación se complace en volver asustadores, porque ésta se asustó y tal vez creyó ver lo que no vio. En general, se los representa con un aspecto lúgubre, viniendo de preferencia a la noche y sobre todo en las noches más sombrías, en horas fatales, a lugares siniestros, envueltos por mortajas o vestidos de forma extravagante. Al contrario, el Espiritismo nos enseña que los Espíritus pueden mostrarse en todos los lugares, a toda hora, de día como de noche; que en general lo hacen con la apariencia que tenían cuando estaban encarnados y que sólo la imaginación creó los fantasmas; que los que aparecen, lejos de ser temidos, son frecuentemente parientes o amigos que vienen a nosotros por afecto, o Espíritus infelices a los cuales podemos asistir. Algunas veces también son los burlones del Mundo Espiritual, los cuales se divierten a nuestras expensas y se ríen del miedo que causan; con éstos, se comprende que el mejor medio es reírse de sí mismo, con lo cual se les prueba que no se los teme. Por lo demás, ellos casi siempre se limitan a provocar ruidos y raramente se vuelven visibles. Desdichado de aquel que los toma a serio, porque entonces redoblan sus travesuras; sería lo mismo que exorcizar a un travieso de París. Pero suponiendo que fuese un Espíritu malo, ¿qué mal él podría hacer? ¿No sería cien veces más temible un salteador vivo que un salteador muerto que se volvió Espíritu? Además, sabemos que constantemente estamos rodeados por Espíritus, que sólo difieren de los que llamamos aparecidos porque no los vemos.
Los adversarios del Espiritismo no dejarán de acusarlo por dar crédito a una creencia supersticiosa; pero al ser comprobado el hecho de las manifestaciones visibles, explicado por la teoría y confirmado por numerosos testigos, no se puede decir que no exista, y todas las negaciones no habrán de impedir que se produzca, porque pocas personas hay que al consultar su memoria no se acuerden de algún caso de esta naturaleza y que no pueden poner en duda. Entonces, lo mejor es ser esclarecido acerca de lo verdadero o de lo falso, de lo posible o de lo imposible en los relatos de ese género; es explicando las cosas, razonando, que uno se precave contra el miedo pueril. Conocemos a un gran número de personas que tenían pavor de aparecidos; hoy, gracias al Espiritismo, ellas saben de qué se trata, y su mayor deseo es el de ver uno. Conocemos otras que tuvieron visiones que las espantaron; ahora que comprenden no se inquietan más. Se conocen los peligros del mal del miedo para los cerebros débiles; ahora bien, uno de los resultados esclarecedores del conocimiento del Espiritismo es precisamente el de curar ese mal, y esto no es uno de sus menores beneficios.