Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1860

Allan Kardec

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Relaciones afectuosas de los Espíritus

Comentarios sobre el dictado espontáneo publicado en la Revista de octubre de 1860, intitulado El despertar del Espíritu

Generalmente son admiradas las bellas comunicaciones del Espíritu que firma Georges; pero incluso en razón de la superioridad que este Espíritu da prueba, varias personas han visto con sorpresa lo que él ha dicho en su comunicación intitulada El despertar del Espíritu, con referencia a las relaciones del Más Allá. Allí se lee lo siguiente:

«Nosotros nos despojamos de todos los prejuicios terrenos; la verdad aparece en toda su luz: nada atenúa las faltas y nada oculta las virtudes; vemos nuestra propia alma tan claramente como en un espejo. Buscamos entre los Espíritus a aquellos que fueron conocidos, porque el Espíritu tiene miedo de aislarse, pero ellos pasan sin detenerse. No hay comunicaciones amistosas entre los Espíritus errantes; aquellos mismos que se han amado no intercambian señales de reconocimiento; esas formas diáfanas deslizan y no permanecen fijas; las comunicaciones afectuosas están reservadas a los Espíritus superiores.»

El pensamiento del reencuentro después de la muerte y la comunicación con aquellos que amamos es uno de los más dulces consuelos del Espiritismo, y la idea de que las almas no puedan tener entre sí relaciones amistosas sería desconsoladora si fuese absoluta; es por eso que no nos hemos sorprendido con el sentimiento penoso que la misma produjo. Si Georges hubiera sido uno de esos Espíritus vulgares y sistemáticos que emiten sus propias ideas sin preocuparse con la propiedad o con la falsedad de las mismas, no le habríamos dado la menor importancia. En razón de su sabiduría y de su profundidad habituales, se podría creer que en el fondo de esa teoría hubiera algo de verdadero, pero que el pensamiento no hubiese sido expresado completamente; en efecto, es lo que resulta de las explicaciones que hemos pedido. Por lo tanto, tenemos una prueba más de que no se debe aceptar nada sin haberlo sometido al control de la razón, y aquí la razón y los hechos nos dicen que esa teoría no podía ser absoluta.

Si el aislamiento fuese una propiedad inherente a la erraticidad, este estado sería un verdadero suplicio, tanto más penoso, ya que puede prolongarse durante muchos siglos. Sabemos por experiencia que la privación de ver a aquellos que se ha amado es una punición para ciertos Espíritus; pero también sabemos que muchos son felices por reencontrarse; que al salir de esta existencia, nuestros amigos del mundo espiritual vienen a recibirnos y nos ayudan a despojarnos de las indumentarias materiales, y que nada es más penoso que no encontrar a ninguna benévola alma en ese momento solemne. ¿Sería una quimera esta Doctrina consoladora? No, no lo es, porque Ella no es solamente el resultado de una enseñanza: son las propias almas –felices o sufridoras– que vienen a describir su situación. Sabemos que los Espíritus se reúnen y se ponen de acuerdo para actuar con más fuerza en ciertas ocasiones, tanto para el bien como para el mal; que los Espíritus que no tienen los conocimientos necesarios para responder a las preguntas que les son dirigidas, pueden ser asistidos por Espíritus más esclarecidos; que éstos tienen como misión ayudar con sus consejos para el adelanto de los Espíritus atrasados; que los Espíritus inferiores actúan bajo el impulso de otros Espíritus, de los cuales son instrumentos; que ellos reciben órdenes, prohibiciones o permisos, circunstancias que no tendrían lugar si los Espíritus estuviesen librados a sí mismos. Por lo tanto, el simple buen sentido nos dice que la situación de la cual él ha hablado es relativa y no absoluta; que puede existir para algunos en determinadas circunstancias, pero que no podría ser general, pues de lo contrario sería el mayor obstáculo al progreso del Espíritu, y por esto mismo no estaría conforme a la justicia ni a la bondad de Dios. Evidentemente el Espíritu Georges sólo consideró una fase de la erraticidad o, mejor dicho, restringió la acepción de la palabra errante a una cierta categoría de Espíritus, en lugar de aplicarla indistintamente, como nosotros lo hacemos, a todos los Espíritus no encarnados.

Puede suceder, pues, que dos seres que se han amado no intercambien señales de reconocimiento; inclusive, que ellos no puedan verse ni hablarse, si fuere una punición para uno de los dos. Por otro lado, como los Espíritus se reúnen según el orden jerárquico, dos seres que se han amado en la Tierra pueden pertenecer a órdenes muy diferentes, y por esto mismo estar separados hasta que el menos adelantado haya llegado al grado del otro; así, esta privación puede ser una consecuencia de la expiación y de las pruebas terrestres: cabe a nosotros obrar de manera a no merecerla.

La felicidad de los Espíritus es relativa a su elevación; esa felicidad sólo es completa para los Espíritus depurados, y consiste principalmente en el amor que los une; esto se concibe y es totalmente justo, porque el verdadero afecto sólo puede existir entre los seres que se han despojado de todo egoísmo y de toda influencia material, porque solamente en ellos el afecto es puro, sin segundas intenciones y sin que nada pueda perturbarlo; de donde resulta que sus comunicaciones deben ser, por eso mismo, más afectuosas y más expansivas que entre los Espíritus que aún se encuentran bajo el dominio de las pasiones terrenas. De esto es preciso sacar en conclusión que los Espíritus errantes no son forzosamente privados de ello, pero pueden ser privados de ese género de comunicaciones, si esa es la punición que les ha sido impuesta. Como lo dice Georges en otro pasaje: esta privación momentánea les da «más fervor para que llegue el momento en que, después de cumplidas las pruebas, puedan recibir a sus seres queridos». Por lo tanto, esta privación no es el estado normal de los Espíritus errantes, sino una expiación para los que la han merecido, una de las mil y una variedades que nos esperan en la otra vida, cuando se ha desmerecido ésta.