Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1860

Allan Kardec

Volver al menú
Parábola
(Sociedad, 9 de diciembre de 1859; médium: Sr. Roze)

Un navío viejo, en su última travesía, fue acometido por una terrible tempestad. Además de una multitud de pasajeros, llevaba a su destino una gran cantidad de mercancías extranjeras, acumuladas por la avaricia y por la codicia de sus dueños. –El peligro era inminente; reinaba a bordo el mayor desorden; los jefes se negaban a arrojar el cargamento al mar. Sus órdenes eran ignoradas; habían perdido la confianza de la tripulación y de los pasajeros. Era necesario pensar en abandonar el navío; pusieron tres embarcaciones en el mar: en la primera –la mayor– se precipitaron imprudentemente los más impacientes y los más inexpertos, que se apresuraron a remar en dirección a la luz que percibieron a lo lejos, en la costa. Cayeron en manos de una horda que provocaba naufragios, que los despojó de los objetos preciosos que habían recogido de prisa y que los maltrató sin piedad.

Los segundos, más perspicaces, supieron distinguir un faro salvador en medio de las luces engañosas que centelleaban en el horizonte y, confiados, descuidaron el barco dejándolo al capricho de las olas, el cual se quebró al chocarse contra los arrecifes, al pie del propio faro del que no habían desviado la vista; fueron tanto más sensibles a su ruina y a la pérdida de sus bienes porque habían vislumbrado la salvación.

Los terceros, poco numerosos, pero sabios y prudentes, guiaron con cuidado el pequeño y frágil barco en medio de los escollos, llegando a la costa con sus bienes y sus cuerpos a salvo, sin otro mal que el de la fatiga del viaje.

Por lo tanto, no os contentéis con poneros en guardia contra las falsas señales de los que provocan naufragios, contra los Espíritus malos; mas sabed también evitar el error de los viajeros indolentes que perdieron sus bienes y que naufragaron en el puerto. Sabed guiar vuestro barco en medio de los escollos de las pasiones, y llegaréis felizmente al puerto de la vida eterna, enriquecidos con las virtudes que adquiristeis en vuestros viajes.

San Vicente de Paúl