Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1860

Allan Kardec

Volver al menú
Manifestaciones físicas espontáneas

El panadero de Dieppe

Los fenómenos por los cuales los Espíritus pueden manifestar su presencia son de dos naturalezas, que se designan con los nombres de manifestaciones físicas y de manifestaciones inteligentes. Por las primeras, los Espíritus atestiguan su acción sobre la materia; por las segundas, ellos revelan un pensamiento más o menos elevado, según el grado de su depuración. Unas y otras pueden ser espontáneas o provocadas. Son provocadas cuando las mismas son practicadas por deseo y obtenidas con la ayuda de personas dotadas de una aptitud especial o, dicho de otro modo, de médiums. Son espontáneas cuando tienen lugar naturalmente, sin ninguna participación de la voluntad, y frecuentemente en ausencia de cualquier conocimiento e incluso de cualquier creencia espírita. A este orden pertenecen ciertos fenómenos que no pueden explicarse por las causas físicas ordinarias. Entretanto, es preciso no apresurarse –como ya lo hemos dicho– en atribuir a los Espíritus todo lo que es insólito y todo aquello que no se comprende. No estaría de más insistir en este punto, a fin de ponerse en guardia contra los efectos de la imaginación, y a menudo del miedo. Lo repetimos: cuando un fenómeno extraordinario se produce, el primer pensamiento debe ser el de que haya una causa natural, porque es la más frecuente y la más probable; tales son, sobre todo, los ruidos, e inclusive ciertos movimientos de objetos. Lo que es preciso hacer, en este caso, es buscar la causa, y es más que probable que la encontremos bien simple y muy vulgar. Decimos aún más: lo verdadero, y por así decirlo la única señal real de la intervención de los Espíritus, es el carácter intencional e inteligente del efecto producido, desde que sea perfectamente demostrada la imposibilidad de una intervención humana. En esas condiciones, al razonar según el axioma de que todo efecto tiene una causa, y que todo efecto inteligente debe tener una causa inteligente, es evidente que, si la causa no está en los agentes ordinarios de los efectos materiales, está fuera de esos mismos agentes; que si la inteligencia que obra no es una inteligencia humana, es necesario que se encuentre fuera de la humanidad. –¿Hay entonces inteligencias extrahumanas? –Eso parece probable; si ciertas cosas no son y no pueden ser obra de los hombres, es preciso que sean obra de alguien. Ahora bien, si ese alguien no es un hombre, nos parece necesariamente que debe estar fuera de la humanidad; y si no lo vemos, es preciso que sea invisible. Es un razonamiento tan perentorio y tan fácil de comprender como el del señor de La Palisse. –Entonces, ¿cuáles son esas inteligencias? ¿Son ángeles o demonios? ¿Y cómo pueden esas inteligencias invisibles actuar sobre la materia visible? –Es lo que saben perfectamente aquellos que han profundizado la ciencia espírita, ciencia que –como las otras– no se aprende en un abrir y cerrar de ojos, y que no podemos resumir en algunas líneas. A los que hacen tal pregunta, efectuaremos solamente ésta: ¿Cómo vuestro pensamiento, que es inmaterial, hace mover a voluntad a vuestro cuerpo, que es material? Pensamos que ellos no deben estar en aprietos para resolver este problema y que, si rechazan la explicación dada por el Espiritismo de ese fenómeno tan vulgar, es que tienen otra mucho más lógica para oponer; pero hasta ahora no la conocemos.

Vamos a los hechos que han motivado estas observaciones.

Varios diarios, entre otros la Opinion Nationale del 14 de febrero último, y el Journal de Rouen del 12 del mismo mes, relatan el siguiente hecho, según el Vigie de Dieppe. He aquí el artículo del Journal de Rouen:

"El Vigie de Dieppe publica la siguiente carta, que le dirige su corresponsal de Grandes-Ventes. En nuestro número del viernes ya hemos señalado una parte de los hechos relatados hoy en este diario; pero la emoción provocada en la comuna por esos acontecimientos extraordinarios nos lleva a dar nuevos detalles que se encuentran en esta correspondencia.

«Hoy nos reímos de las historias más o menos fantásticas de los buenos tiempos; pero en nuestros días, los supuestos hechiceros no gozan precisamente de gran veneración. No son más creídos en Grandes-Ventes que en otros lugares; sin embargo, nuestros viejos prejuicios populares aún tienen algunos adeptos entre nuestros buenos aldeanos, y la escena verdaderamente extraordinaria que acabamos de testimoniar es bien adecuada para fortalecer su creencia supersticiosa.

«Ayer por la mañana, el Sr. Goubert, uno de los panaderos de nuestra localidad, junto a su padre –que trabaja con él– y a un joven aprendiz de dieciséis a diecisiete años, iban a comenzar su labor cotidiana, cuando percibieron que varios objetos salían espontáneamente de su lugar y eran arrojados en la amasadera. Fue entonces que tuvieron que despegar la harina que estaban amasando de los varios pedazos de carbón arrojados sucesivamente, así como de dos pesos de tamaños diferentes, de una pipa y de una vela. A pesar de su extrema sorpresa, continuaron su tarea y, de repente, cuando estaban dando vuelta el pan, una porción de masa de dos kilogramos –escapando de las manos del joven ayudante– fue arrojada a una distancia de varios metros. He aquí el preludio y como si fuese la señal del más extraño desorden. Eran entonces alrededor de las nueve horas y, hasta el mediodía, fue positivamente imposible quedarse trabajando en el horno y en el ambiente contiguo. Todo fue trastornado, derribado y quebrado; el pan, arrojado en medio de la sala de trabajo junto a las tablas que lo sostenían –entre restos de toda especie–, fue completamente perdido; más de treinta botellas llenas de vino se quebraron sucesivamente y, mientras el torno de mano de la cisterna giraba solo con una extrema velocidad, las brasas, las palas, los caballetes y los pesos saltaban por el aire y ejecutaban movimientos que producían un efecto diabólico.

«Hacia el mediodía, el alboroto fue cesando poco a poco y, algunas horas después, cuando todo entró en orden y los utensilios fueron colocados nuevamente en sus lugares, el jefe de la casa pudo retomar sus trabajos habituales.

«Este raro acontecimiento causó en el Sr. Goubert una pérdida de por lo menos 100 francos»."

A ese mismo relato, la Opinion Nationale agrega las siguientes reflexiones:

"Al reproducir este documento singular, sería una injuria para con nuestros lectores exhortarlos a ponerse en guardia contra los hechos sobrenaturales que el mismo relata. Sabemos perfectamente que esta es una historia que no es de nuestra época y que podrá realmente escandalizar a más de uno de los doctos lectores del Vigie; pero por más inverosímil que parezca, no es menos verdadera y, si fuere necesario, cien personas podrán comprobar su exactitud."

Confesamos no comprender del todo las reflexiones del periodista, que nos parece que se contradice; por un lado, dice a los lectores que se pongan en guardia contra los hechos sobrenaturales que esta carta relata, y termina diciendo que esta historia, "por más inverosímil que parezca, no es menos verdadera y, si fuere necesario, cien personas podrán comprobar su exactitud". Una de dos: o es verdadera o es falsa; si es falsa, está todo dicho; pero si es verdadera –como atestigua la Opinion Nationale–, el hecho revela una cosa demasiado grave que merece ser tratada con menos ligereza. Dejemos a un lado la cuestión de los Espíritus, y solamente veamos en el hecho un fenómeno físico; ¿no es lo bastante extraordinario como para merecer la atención de observadores serios? Entonces, que los científicos pongan manos a la obra y, al investigar los archivos de la Ciencia, nos den una explicación racional e irrefutable, justificando todas las circunstancias. Si ellos no pueden hacerlo, es preciso concordar que no conocen todos los secretos de la Naturaleza; y si únicamente la ciencia espírita da la solución, será necesario optar entre la teoría que explica y la que no explica nada.

Cuando hechos de esta naturaleza son relatados, nuestro primer cuidado es el de examinar –incluso antes de indagar sobre su realidad– si ellos son posibles o no, de acuerdo con lo que sabemos acerca de la teoría de las manifestaciones espíritas. Ya hemos citado algunos, cuya absoluta imposibilidad hemos demostrado, particularmente la historia relatada en nuestro número de febrero de 1859, según el Journal des Débats, intitulada: Mi amigo Hermann, a la cual ciertos puntos de la Doctrina Espírita habrían podido dar una apariencia de probabilidad. Desde este punto de vista, los fenómenos que han sucedido con el panadero de los alrededores de Dieppe no tienen nada de más extraordinario que muchos otros que son perfectamente comprobados, cuya solución completa es dada por la ciencia espírita. A nuestros ojos, por lo tanto, si el hecho no fuese verdadero, sería posible. Hemos pedido a uno de nuestros corresponsales en Dieppe, en quien nosotros tenemos plena confianza, que consienta en indagar la realidad del hecho. He aquí lo que nos responde:

«Hoy puedo daros todas las informaciones que deseáis, pues me informé de buena fuente. El relato registrado en el Vigie es la pura verdad; es inútil relatar todos los hechos. Parece que varios hombres de Ciencia vinieron de bastante lejos para intentar entender la causa de esos hechos extraordinarios, que no podrán explicar si ellos no tuvieren ninguna noción de la ciencia espírita. En cuanto a nuestros aldeanos, están confusos; unos dicen: Son hechiceros. Otros señalan: Es porque el cementerio cambió de lugar y sobre el antiguo local fueron erigidas construcciones; y los más maliciosos, aquellos que entre los suyos son considerados como que lo saben todo –principalmente si fueron militares–, terminan diciendo: ¡Palabra de honor! No sé cómo esto puede suceder. Es inútil deciros que no falta quien atribuya una buena parte de todo eso al diablo. Para hacer que la gente del pueblo comprenda todos esos fenómenos, sería necesario intentar iniciarlos en la verdadera ciencia espírita; este sería el único medio de desarraigar entre ellos la creencia en los hechiceros y en todas las ideas supersticiosas, que aún por mucho tiempo serán el mayor obstáculo a su moralización.»

Terminaremos con una última observación.

Hemos escuchado que algunas personas dicen que no desean ocuparse con el Espiritismo por miedo de atraer a los Espíritus y de provocar manifestaciones del género de aquellas que acabamos de relatar.

No conocemos al panadero Goubert, pero creemos que es posible afirmar que ni él, ni su hijo, ni su ayudante jamás se ocuparon con los Espíritus. También es de notar que las manifestaciones espontáneas se producen de preferencia entre las personas que no tienen ninguna idea del Espiritismo, prueba evidente que los Espíritus vienen sin ser llamados. Decimos más: el conocimiento esclarecido de esta ciencia es el mejor medio para preservarse de los Espíritus inoportunos, porque indica la única manera racional de alejarlos.

Nuestro corresponsal está perfectamente en lo cierto al decir que el Espiritismo es un remedio contra la superstición. En efecto, ¿no es una idea supersticiosa creer que esos extraños fenómenos son debidos al traslado del cementerio? La superstición no consiste en la creencia de un hecho, cuando este hecho es comprobado, sino en la causa irracional atribuida a ese hecho. La superstición está, sobre todo, en la creencia en supuestos medios de adivinación, en el efecto de ciertas prácticas, en la virtud de los talismanes, en los días y horas cabalísticas, etc., cosas cuyo absurdo y ridículo el Espiritismo demuestra.