La ostentación (
Sociedad, 16 de diciembre de 1859; médium: Srta. Huet)
En una bella tarde de primavera, un hombre rico y generoso estaba sentado en su sala; con felicidad respiraba el perfume de las flores de su jardín. Enumeraba con complacencia todas las buenas obras que él había practicado durante el año. Al acordarse de esto, no pudo dejar de lanzar una mirada casi despreciativa hacia la casa de uno de sus vecinos, el cual no había podido dar sino una módica moneda para la construcción de la iglesia parroquial. Por mi parte –dijo él– he dado más de mil escudos para esa obra pía; arrojé con desdén un billete de 500 francos en la bolsa que me tendía aquella joven duquesa en favor de los pobres; he dado mucho para las fiestas de beneficencia, para toda especie de rifas, y creo que Dios me será grato por tanto bien que he realizado. ¡Ah! Me olvidaba de un pequeño óbolo que di recientemente a una infeliz viuda, responsable por una numerosa familia y que incluso cría a un huérfano; pero lo que le dí es tan poca cosa, que ciertamente el cielo no se me abrirá por esto.
–Tú te equivocas, le respondió de repente una voz que lo hizo darse vuelta: es la única que Dios acepta, y he aquí la prueba. En ese mismo instante una mano borró el papel en que él había escrito todas sus buenas obras, dejando registrada solamente la última: ésta lo llevó al cielo.
Por lo tanto, no es el óbolo ofrecido con ostentación que es el mejor, sino el que es dado con toda la humildad del corazón.
Joinville, amy de Loys