Comunicaciones espontáneas
Estelle Riquier
(Sociedad, 13 de enero de 1860)
El disgusto, la tristeza y la desesperación me devoran. Esposa culpable, madre desnaturalizada, abandoné las santas alegrías de la familia, el domicilio conyugal embellecido por la presencia de dos pequeños ángeles descendidos del cielo. Arrastrada por los caminos del vicio, por un egoísmo, un orgullo y un coqueteo desenfrenados –mujer sin corazón–, conspiré contra el santo amor de aquel que Dios y los hombres me habían dado por sostén y por compañero en la vida; él buscó en la muerte un refugio contra la desesperación, que mi cobarde abandono y su deshonra le habían causado.
El Cristo perdonó a la mujer adúltera y a Magdelena arrepentida; la mujer adúltera había amado, y Magdalena se había arrepentido. ¡Pero yo, miserable! Vendía a precio de oro una apariencia de amor que nunca sentí; sembré el placer a manos llenas y no coseché sino el desprecio. La miseria horrible y el hambre cruel pusieron término a una vida que se me había vuelto odiosa... ¡y no me arrepentí! Y yo, miserable e infame, infelizmente empleaba a menudo –con éxito fatal– mi influencia infernal como Espíritu, arrastrando al vicio a pobres mujeres que yo veía que eran virtuosas y que gozaban la felicidad que yo había pisoteado. ¿Algún día Dios ha de perdonarme? Quizá, si el desprecio que ella os inspira no os impida de orar por la desdichada Estelle Riquier.
Nota – Al haberse comunicado espontáneamente este Espíritu, sin ser llamado y sin ser conocido por ninguno de los asistentes, se le dirigieron las siguientes preguntas:
1. ¿En qué época habéis fallecido? –
Resp. Hace cincuenta años.
2. ¿Dónde vivíais? –
Resp. En París.
3. ¿A qué clase social pertenecía vuestro marido? –
Resp. A la clase media.
4. ¿Con qué edad habéis desencarnado? –
Resp. Con treinta y dos años.
5. ¿Qué motivos os llevaron a comunicaros espontáneamente con nosotros? –
Resp. Me ha sido permitido para vuestra instrucción y para ejemplo.
6. ¿Habíais recibido una cierta educación? –
Resp. Sí.
7. Esperamos que Dios tenga en cuenta la franqueza de vuestra confesión y de vuestro arrepentimiento. Rogamos que Él extienda su misericordia sobre vos y que os envíe Espíritus buenos para esclareceros acerca de los medios para reparar vuestro pasado. –
Resp. ¡Oh! ¡Gracias, gracias! ¡Que Dios os escuche!
Nota – Varias personas nos informan que consideran un deber orar por los Espíritus sufridores que nosotros señalamos, los cuales piden asistencia. Hacemos votos para que este pensamiento caritativo se generalice entre nuestros lectores. Algunos han recibido la visita espontánea de los Espíritus por los cuales se habían interesado y que han venido para agradecerles.
El tiempo presente
(Sociedad, 20 de enero de 1860)
Sois guiados por el verdadero Genio del Cristianismo, como ya he dicho; es que el propio Cristo preside los trabajos de toda índole que están en vías de cumplirse, para abriros la era de renovación y de perfeccionamiento que vuestros guías espirituales os predicen. En efecto, si echáis una mirada sobre los acontecimientos contemporáneos, independientemente de las manifestaciones espíritas, reconoceréis sin duda alguna las señales precursoras que os probarán de una manera irrefutable que los tiempos predichos han llegado. Las comunicaciones se establecen entre todos los pueblos y las barreras materiales son derribadas; los obstáculos morales que se oponen a su unión, así como los prejuicios políticos y religiosos, desaparecerán rápidamente, y el reino de la fraternidad finalmente se establecerá de una manera sólida y duradera. Observad que ya los propios soberanos, llevados por una mano invisible, toman la iniciativa de las reformas –cosa inaudita para vosotros; y las reformas, cuando vienen de arriba y espontáneamente, son mucho más rápidas y más duraderas que las que vienen de abajo y que son arrancadas por la fuerza. A pesar de los prejuicios de la infancia y de la educación que hube recibido, a pesar del culto a la memoria, yo había presentido la época actual; soy feliz por ello, y más feliz aún por venir a deciros: ¡Hermanos, coraje! Trabajad por vosotros y por el futuro de los vuestros; sobre todo, trabajad por vuestro mejoramiento personal y gozaréis en vuestra próxima existencia de una felicidad de la que os es tan difícil haceros una idea, como a mí os hacerla comprender.
CHATEAUBRIAND
Las campanas
(Obtenida por el Sr. Pêcheur el 13 de enero de 1860)
¿Podés decirme por qué siempre me gustó escuchar el sonido de las campanas? Es que el alma del hombre, que piensa o que sufre, busca siempre desprenderse cuando siente esa felicidad muda que despierta en nosotros los vagos recuerdos de una existencia pasada; es que ese sonido es una traducción de la palabra del Cristo, que vibra en el aire desde hace dieciocho siglos: es la voz de la esperanza. ¡Cuántos corazones ha consolado! ¡Cuánta fuerza ha dado a la Humanidad creyente! Esa voz divina estremeció a los grandes de la época: tuvieron miedo de la misma, porque la verdad que ellos habían sofocado los hizo temblar. El Cristo la mostraba a todos: ellos mataron al Cristo, pero no a la idea; su palabra sagrada había sido comprendida; era inmortal, y sin embargo ¡cuántas veces la duda entró en vuestros corazones! ¡Cuántas veces el hombre acusó a Dios de ser injusto! Exclamaba: Dios mío, ¿qué hice yo? ¿La desgracia me marcó en la cuna? ¿Estoy entonces destinado a seguir este camino que despedaza mi corazón? Parece que una fatalidad se liga a mis pasos; siento que las fuerzas me abandonan, que la vida se destruye.
En este momento, Dios hace entrar en vuestro corazón un rayo de esperanza; una mano amiga os quita la venda del materialismo que cubre vuestros ojos. Una voz del cielo os dice: Observa en el horizonte aquel foco luminoso; es un fuego sagrado que emana de Dios; esa llama debe iluminar al mundo y purificarlo; debe hacer penetrar su luz en el corazón del hombre y disipar las tinieblas que oscurecen sus ojos. Algunos hombres tuvieron la pretensión de querer alumbraros, pero no produjeron sino brumas, que hicieron perder el camino recto.
Vosotros, a los que Dios muestra la luz, no seáis ciegos; es el Espiritismo que os permite levantar la punta del velo que cubría vuestro pasado. Observad ahora lo que habéis sido, y juzgaos. Curvad la cabeza ante la justicia del Creador; agradecedle por daros coraje para continuar la prueba que habéis elegido. El Cristo ha dicho: todos los que se sirvieren de la espada, por espada perecerán. Este pensamiento, completamente espírita, encierra el misterio de vuestros sufrimientos. Que la esperanza en la bondad de Dios os dé coraje y fe; escuchad siempre esta voz que vibra en vuestros corazones; cabe a vosotros comprender, estudiar con sabiduría, elevar vuestra alma por intermedio de pensamientos totalmente fraternales. Que el rico tienda la mano al que sufre, porque la riqueza no le ha sido dada para sus goces personales, sino para que sea su dispensador; y Dios le pedirá cuentas del uso que haya hecho de la misma. Vuestras virtudes son la única riqueza que Dios reconoce; únicamente esto llevaréis al dejar este mundo. Dejad hablar a esos supuestos sabios que os tratan de locos; quizá mañana
os pidan para orar por ellos, porque Dios los juzgará.
TU HIJA, que te ama y que ora por ti.
Consejos de familia
Continuación (Ver la RE ene. 1860, pág. 19 – Comunicación leída en la Sociedad el 20 de enero de 1860)
Queridos hijos míos: en mis instrucciones anteriores os he aconsejado tener calma y coraje; sin embargo, no todos os mostráis como deberíais hacerlo. Pensad que la queja jamás acalma el dolor; al contrario, éste tiende a aumentar. Un buen consejo, una buena palabra, una sonrisa, inclusive un gesto, dan fuerza y coraje. Una lágrima debilita el corazón en vez de fortalecerlo. Llorad, si el corazón os impele a esto, pero que sea preferentemente en los momentos de soledad, y no en presencia de los que necesitan de toda su fuerza y de toda su energía, que una lágrima o un suspiro pueden disminuir o flaquear. Todos precisamos de aliento, y nada es más propio para alentarnos que una voz amiga, que una mirada benevolente, que una palabra que nace del corazón. Cuando os aconsejé a reuniros, no fue de modo alguno para que unierais vuestras lágrimas y amarguras; no era para induciros a la oración, que no prueba sino una buena intención, y sí para que unieseis vuestros pensamientos, vuestros
esfuerzos mutuos y colectivos; para que mutuamente os dierais buenos consejos y para que buscaseis, en común, no el medio de entristeceros, sino el camino a seguir para vencer los obstáculos que se presentan delante de vosotros. En vano un desdichado que no tiene pan se pondrá de rodillas para rogar a Dios el alimento que no caerá del cielo; pero si trabaja, a pesar de lo poco que obtenga, esto le valdrá más que todas sus oraciones. La oración más agradable a Dios es el trabajo útil, sea cual fuere. Lo repito: la oración no prueba sino una buena intención, un buen sentimiento, pero no puede producir sino un efecto moral, puesto que la misma es toda moral. Es excelente como un consuelo del alma, porque el alma que ora sinceramente encuentra en la oración un alivio a sus dolores morales: fuera de estos efectos y de los que derivan de la oración –como ya os expliqué en otras instrucciones–, no esperéis nada, porque quedaréis frustrados en vuestra esperanza.
Por lo tanto, seguid exactamente mis consejos; no os contentéis en pedir a Dios que os ayude: ayudaos vosotros mismos, porque así probaréis la sinceridad de vuestra oración. ¡Sería muy cómodo, en verdad, que bastase pedir una cosa en las oraciones para que ella fuese concedida! Sería el mayor estímulo a la pereza y a la negligencia de las buenas acciones. Al respecto, yo podría extenderme aún más, pero sería demasiado para vosotros: vuestro estado de adelanto no lo permite todavía. Meditad en esta instrucción como en las precedentes: las mismas son de tal naturaleza que deben ocupar por mucho tiempo a vuestros Espíritus, porque contienen en germen todo lo que os será develado en el futuro. Seguid mis consejos anteriores.
ALLAN KARDEC