Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1860

Allan Kardec

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Homero

Hace bastante tiempo estamos en contacto con dos médiums de Sens, tan distinguidos por sus facultades como dignos de recomendación por su modestia, devoción y pureza de intenciones. Evitaríamos decir esto si no supiésemos que son inaccesibles al orgullo, ese escollo de tantos médiums, contra el cual se han quebrado tantas facultades prometedoras. Es una cualidad bastante rara, la cual merece ser señalada. Hemos podido asegurarnos personalmente sobre las simpatías que ellos gozan entre los Espíritus buenos; pero lejos de prevalecerse de eso, lejos de creerse los únicos intérpretes de la verdad y sin dejarse deslumbrar por nombres imponentes, aceptan con toda humildad y con prudente reserva las comunicaciones que reciben, sometiéndolas siempre al control de la razón. Es el único medio de disuadir a los Espíritus embusteros, siempre al acecho de las personas dispuestas a aceptar bajo palabra todo lo que venga del mundo de los Espíritus, desde que suscriban un nombre respetable. Además, ellos nunca han obtenido comunicaciones frívolas, triviales, groseras o ridículas, y jamás Espíritu alguno intentó inculcarles ideas excéntricas o imponerse como regulador absoluto. Lo que aún más prueba todo esto a favor de los Espíritus que los asisten son los sentimientos de real benevolencia y de verdadera caridad cristiana que estos Espíritus inspiran a sus protegidos. Tal es la impresión que nos ha quedado de lo que hemos visto y que estamos felices en proclamar.

En el interés de la conservación y del perfeccionamiento de su facultad, hacemos votos para que ellos jamás caigan en el error de ciertos médiums de creerse infalibles. No hay ninguno que pueda jactarse de nunca haber sido engañado; las mejores intenciones no siempre son la garantía de ello, y a menudo son una prueba para ejercitar el discernimiento y la perspicacia; pero con relación a aquellos que tienen la infelicidad de creerse infalibles, los Espíritus embusteros son muy sagaces para no dejar de sacar provecho de esto; ellos hacen lo que hacen los hombres: explotan todas las debilidades.

En el número de las comunicaciones que esos señores nos han dirigido, la siguiente, firmada por Homero, aunque no presente nada de muy saliente bajo el aspecto de las ideas, nos pareció que merece una atención particular, en razón de un hecho notable que hasta cierto punto puede ser considerado como una prueba de identidad. Esta comunicación ha sido obtenida espontáneamente y sin que el médium pensase en lo más mínimo en el poeta griego. La misma ha dado lugar a diversas preguntas que nosotros también creemos un deber reproducir.

Entonces, un día el médium escribió lo siguiente, sin saber quién se lo dictaba:

«¡Dios mío! ¡Cuán profundos son vuestros designios y cuán impenetrables vuestras miras! Los hombres han buscado en todos los tiempos la solución de una multitud de problemas que aún no han sido resueltos. Yo también he buscado durante toda mi vida y no he podido resolver el que parece ser el menor de todos: el mal, aguijón del cual os servís para impeler al hombre a hacer el bien por amor. Aún muy joven conocí los malos tratos que los humanos hacen sufrir los unos a los otros, sin segundas intenciones, como si el mal fuese para ellos un elemento natural; entretanto, no es así, ya que todos tienden hacia el mismo objetivo que es el bien. ¡Se hieren mutuamente, y al despertar reconocen que han maltratado a un hermano! Pero no nos cabe cambiar vuestros decretos; nosotros no tenemos sino el mérito o el demérito de haber más o menos resistido a la tentación y, como sanción de todo esto, el castigo o la recompensa.

«He pasado mis primeros años entre los juncos del Melés; he sido bañado y arrullado muchas veces por sus olas. Es por eso que en mi juventud me llamaban Melesígenes

1. Al ser este nombre desconocido para nosotros, solicitamos al Espíritu que consintiera darse a conocer de una manera más precisa. –Resp. Mi juventud fue arrullada en las olas; la poesía me ha dado cabellos blancos; es a mí que vosotros llamáis Homero.

Nota – Fue una gran sorpresa para nosotros, porque no teníamos ninguna idea de ese sobrenombre de Homero; después lo encontramos en el diccionario mitológico. Continuemos con las preguntas.

2. ¿Podríais decirnos a qué debemos la felicidad de vuestra visita espontánea? No pensábamos de manera alguna en vos en este momento, por lo que os pedimos perdón. –Resp. Es porque vendré a vuestras reuniones, ya que uno siempre va a los hermanos que tienen el propósito de hacer el bien.

3. Rogamos vuestro permiso para que nos habléis de los últimos momentos de vuestra vida terrena. –Resp. ¡Oh, amigos míos! ¡Dios permita que no tengáis una muerte tan desdichada como la mía! Mi cuerpo murió en la última de las miserias humanas; en tal estado, el alma pasa por una turbación; el despertar es más difícil, pero también es mucho más bello. ¡Oh, cómo Dios es grande! ¡Que Él os bendiga! Lo ruego desde el fondo de mi corazón.

4. Los poemas la Ilíada y la Odisea que nosotros tenemos, ¿son exactamente los mismos que vos habéis compuesto? –Resp. No, ellos han sido trabajados.

5. Varias ciudades se disputan el honor de ser vuestra cuna; ¿podríais esclarecernos con respecto a esto? –Resp. Buscad la ciudad de Grecia que tenía la casa del cortesano Cleanax; fue él quien expulsó a mi madre del lugar de mi nacimiento, porque ella no quiso ser su amante, y sabréis en qué ciudad he nacido. Sí, ellos se disputan ese supuesto honor, pero no disputaron el haberme dado hospitalidad. ¡Oh! He aquí los pobres humanos: ¡siempre con futilidades, pero nunca con buenos pensamientos!

Observaciones – El hecho más saliente de esta comunicación es el de la revelación del sobrenombre de Homero, y es tanto más notable porque ambos médiums –que reconocen y deploran la insuficiencia de su propia educación, lo que los obliga a vivir del trabajo manual–, no podían tener la más mínima idea al respecto; y aún menos se puede atribuirlo a ningún reflejo del pensamiento, puesto que en ese momento ellos estaban solos.

Con referencia a esto haremos otra observación: está probado para todo espírita, por menos experimentado que él sea, que si alguien supiera el sobrenombre de Homero, y en una evocación le pidiese para revelarlo como prueba de identidad, no lo habría obtenido. Si las comunicaciones solamente fuesen un reflejo del pensamiento, ¿cómo es que el propio Espíritu dice aquello que ignoramos? ¿Cómo no diría el Espíritu aquello que sabemos? Es que él también tiene su dignidad y su susceptibilidad, y quiere probar que no está a los órdenes del primer curioso que llega. Supongamos que aquel que más reclama contra lo que él llama capricho o mala voluntad del Espíritu, se presente en una casa declarando su nombre; ¿qué haría si cuando es recibido le pidiesen a quemarropa que probara que es él mismo? Les daría la espalda; es lo que hacen los Espíritus. Esto no quiere decir que se deba creer bajo palabra; pero cuando se quieren pruebas de identidad, es necesario saber tratarlos con consideración, del mismo modo que lo hacemos con los hombres. Las pruebas de identidad dadas espontáneamente por los Espíritus son siempre las mejores.

Si nos hemos extendido bastante a propósito de un tema que no parecía englobar tantas consideraciones, es porque nos parece útil no perder la ocasión para llamar la atención sobre la parte práctica de una ciencia que está rodeada de más dificultades de lo que generalmente se piensa, y que mucha gente cree poseer porque hace girar una mesa o porque mueve un lápiz. Además, nosotros nos dirigimos a los que aún creen que tienen necesidad de algunos consejos, y no a los que, después de sólo algunos meses de estudio, piensan que no los necesitan más. Si los consejos que creemos un deber dar se pierden para algunos, sabemos que no lo serán para todos, y que muchas personas los reciben con placer.