Los orígenes (Médium: Sra. de Costel) En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios. Así enseña el Evangelio de san Juan; es decir, en el comienzo era el principio, y el principio era Dios, el Creador de todas las cosas, que no dudó ni en la formación del hombre ni en la del globo. Dios ha creado al hombre tal cual es hoy, dándole, al salir de Sus manos, el libre albedrío y el poder de progresar. Dios ha dicho al mar: No irás más lejos. Al contrario, Él ha dicho a los hombres al mostrales el Universo: Todo esto es vuestro; trabajad, desarrollad, descubrid los tesoros que están en germen sembrados en todas partes –en el aire, en las olas, en el seno de la tierra. Trabajad y amad; no dudéis de vuestro origen divino: él es directo; no sois fruto de una lenta progresión; no habéis pasado por la ramificación animal; sois positivamente hijos de Dios. Entonces, ¿de dónde viene el pecado? El pecado es creado por vuestras propias facultades, siendo lo opuesto y la exageración de las mismas.
No hubo un primer hombre, padre del género humano, así como no hubo un único sol para iluminar el Universo. Dios abrió su gran mano y, con la misma profusión, esparció la raza humana en los mundos, como las estrellas en los Cielos; Espíritus animados por Su soplo luego revelaron su existencia a los hombres, bien antes de los profetas que conocéis; otros enviados desconocidos comenzaron a cultivar las almas ignorantes de sí mismas. Los animales fueron creados al mismo tiempo que los hombres, siendo aquéllos dotados de instinto, pero no de inteligencia progresiva. De esta manera, los animales conservaron los tipos primitivos y, salvo su domesticación individual, son los mismos que en el tiempo de los patriarcas. Los cataclismos de los diluvios –porque no hubo uno solo, sino varios– hicieron desaparecer razas enteras de hombres y de animales; son consecuencias geológicas que todavía os amenazan.
Los hombres descubren, pero no inventan nada; así, las creencias mitológicas no eran meras ficciones, sino revelaciones de Espíritus inferiores; los sátiros y los faunos eran espíritus secundarios, que habitaban los bosques y los campos, como aún lo hacen hoy. Por entonces les era permitido manifestarse con más frecuencia a los ojos de los hombres, porque el materialismo no estaba depurado por el Cristianismo y por el conocimiento de un Dios único. El Cristo destruyó el imperio de los Espíritus inferiores, a fin de establecer el imperio del Espíritu sobre la Tierra. Esta es la verdad: os lo afirmo en el nombre de Dios todopoderoso.
LÁZARO