Los eruditos (Médium: Srta. Huet)
Puesto que llamáis a un Espíritu, Dios me permite venir; voy a daros un buen consejo, sobre todo a vos, Sr. ...
Vos, que siempre os ocupáis de los eruditos –porque ésta es vuestra preocupación–, dejadlos a un lado; ¡qué pueden hacer ellos con las creencias religiosas y sobre todo espíritas! ¿No rechazaron en todos los tiempos las verdades que se presentaron? ¿No desecharon todos los inventos, considerándolos quimeras? Entre los que anunciaron esas verdades, unos fueron tratados como locos, y encerrados como tal; otros han sido arrojados en los calabozos de la Inquisición, mientras que otros fueron apedreados o quemados. Más tarde, la verdad no brillaba menos a los ojos de los sorprendidos eruditos que la habían puesto debajo del celemín. Al dirigiros incesantemente a ellos, ¿queréis, como un nuevo Galileo, infligiros la tortura moral –lo que es ridículo– y ser forzado a retractaros? ¿Se dirigió el Cristo a las Academias de su época? No; Él predicaba su divina moral a todos en general, y al pueblo en particular.
Como apóstoles o propagadores de su llegada, eligió a pescadores, personas simples de corazón, muy ignorantes, que no conocían las leyes de la Naturaleza y que no sabían si un milagro podría contrariarlas, mas que creían sinceramente. «Id –decía Jesús– y contad lo que habéis visto.»
Nunca hizo un milagro que no fuese en favor de aquellos que se lo pedían con fe y convicción; se rehusó a hacerlos ante los fariseos y los saduceos que venían a tentarlo, y los llamó de hipócritas. Por lo tanto, dirigíos también a las personas inteligentes, dispuestas a creer; dejad a los eruditos y a los incrédulos.
Además, ¿qué es un erudito? Un hombre más instruido que los otros, porque ha estudiado más, pero que perdió el prestigio que tenía antiguamente, aureola fatal que frecuentemente le concedía los honores de la hoguera. Pero a medida que la inteligencia popular se desarrolló, su brillo disminuyó; hoy, el hombre de genio no tiene más miedo de ser acusado de hechicería: ya no es más aliado de Satanás.
La humanidad esclarecida aprecia en su justo valor al que trabaja mucho y al que conoce mucho; al hombre de genio que produce bellas obras, ella sabe colocar en el pedestal que le conviene. Como sabe en qué consiste la ciencia del erudito, ella no lo atormenta más; como sabe de dónde emana el genio creador, se inclina ante él. Pero, a su turno, ella quiere tener la libertad de creer en aquellas verdades que le dan consuelo; no quiere que aquel que conoce más o menos Química, más o menos Retórica o que hace la ópera más linda, venga a importunar sus creencias, poniéndolo en ridículo o tratando sus ideas como locura; se esquivará de ese camino y seguirá silenciosamente su ruta. Un día, la verdad ha de iluminar el mundo entero, y aquellos que la hayan rechazado serán obligados a reconocerla; yo misma, que me ocupé del Espiritismo hasta mi último día, siempre la he cultivado en la intimidad.
La Academia poco me importaba. Creedlo: ésta vendrá más tarde hacia vosotros.
DELPHINE DE GIRARDIN