Consejos de familia
Continuación (Ver la RE ene. 1860, pág. 19 – Comunicación leída en la Sociedad el 20 de enero de 1860)
Queridos hijos míos: en mis instrucciones anteriores os he aconsejado tener calma y coraje; sin embargo, no todos os mostráis como deberíais hacerlo. Pensad que la queja jamás acalma el dolor; al contrario, éste tiende a aumentar. Un buen consejo, una buena palabra, una sonrisa, inclusive un gesto, dan fuerza y coraje. Una lágrima debilita el corazón en vez de fortalecerlo. Llorad, si el corazón os impele a esto, pero que sea preferentemente en los momentos de soledad, y no en presencia de los que necesitan de toda su fuerza y de toda su energía, que una lágrima o un suspiro pueden disminuir o flaquear. Todos precisamos de aliento, y nada es más propio para alentarnos que una voz amiga, que una mirada benevolente, que una palabra que nace del corazón. Cuando os aconsejé a reuniros, no fue de modo alguno para que unierais vuestras lágrimas y amarguras; no era para induciros a la oración, que no prueba sino una buena intención, y sí para que unieseis vuestros pensamientos, vuestros
esfuerzos mutuos y colectivos; para que mutuamente os dierais buenos consejos y para que buscaseis, en común, no el medio de entristeceros, sino el camino a seguir para vencer los obstáculos que se presentan delante de vosotros. En vano un desdichado que no tiene pan se pondrá de rodillas para rogar a Dios el alimento que no caerá del cielo; pero si trabaja, a pesar de lo poco que obtenga, esto le valdrá más que todas sus oraciones. La oración más agradable a Dios es el trabajo útil, sea cual fuere. Lo repito: la oración no prueba sino una buena intención, un buen sentimiento, pero no puede producir sino un efecto moral, puesto que la misma es toda moral. Es excelente como un consuelo del alma, porque el alma que ora sinceramente encuentra en la oración un alivio a sus dolores morales: fuera de estos efectos y de los que derivan de la oración –como ya os expliqué en otras instrucciones–, no esperéis nada, porque quedaréis frustrados en vuestra esperanza.
Por lo tanto, seguid exactamente mis consejos; no os contentéis en pedir a Dios que os ayude: ayudaos vosotros mismos, porque así probaréis la sinceridad de vuestra oración. ¡Sería muy cómodo, en verdad, que bastase pedir una cosa en las oraciones para que ella fuese concedida! Sería el mayor estímulo a la pereza y a la negligencia de las buenas acciones. Al respecto, yo podría extenderme aún más, pero sería demasiado para vosotros: vuestro estado de adelanto no lo permite todavía. Meditad en esta instrucción como en las precedentes: las mismas son de tal naturaleza que deben ocupar por mucho tiempo a vuestros Espíritus, porque contienen en germen todo lo que os será develado en el futuro. Seguid mis consejos anteriores.
ALLAN KARDEC