La reencarnación (Médium: Sr. de Grand-Boulogne)
Hay en la doctrina de la reencarnación una explicación moral que no escapa a tu inteligencia.
Siendo la corporeidad solamente compatible con los actos de virtud, y al ser necesarios estos actos para el mejoramiento del Espíritu, éste raramente debe encontrar en una única existencia las circunstancias necesarias a su mejoramiento por encima de la humanidad.
Considerándose que la justicia de Dios es incompatible con las penas eternas, debe la razón concluir por la necesidad de: 1º) un período de tiempo durante el cual el Espíritu examina su pasado y toma sus resoluciones para el futuro; 2º) una nueva existencia que esté en armonía con la situación actual de este Espíritu. No hablo de los suplicios –a veces terribles– a que son condenados ciertos Espíritus durante el período de erraticidad; por un lado, corresponden a la extensión de la falta y, por el otro, a la justicia de Dios. Esto ya dice lo suficiente como para prescindir de detalles que encontraréis, además, en el estudio de las evocaciones. Volvamos a las reencarnaciones y comprenderás su necesidad por una comparación común, pero llena de verdad.
Después de un año de estudio, ¿qué sucede con el joven colegial? Si aprendió, pasa al grado superior; si quedó estacionado en su ignorancia, repite el año. Id más lejos: si comete faltas graves, es expulsado; él puede vagar de colegio en colegio; puede ser expulsado de la Universidad o puede ir del centro de educación al centro de corrección. Tal es la fiel imagen del destino de los Espíritus, y nada satisface más plenamente a la razón. ¿Se quiere ahondar en la doctrina más profundamente? En estas ideas se verá cuánto la justicia de Dios es más perfecta y más acorde con las grandes verdades que dominan nuestra inteligencia.
En el conjunto, como en los detalles, hay en esto algo tan admirable que el Espíritu que comienza a profundizarse queda como iluminado. Todo se explica a la vez: los reproches y las murmuraciones contra la Providencia; las maldiciones contra el dolor; el escándalo de la complacencia en el vicio frente a la virtud que sufre; la muerte prematura de un niño; las primorosas cualidades que, en una misma familia, se dan la mano –por así decirlo– con una perversidad precoz; las enfermedades que vienen de la cuna; la infinita diversidad de destinos, tanto en los individuos como en los pueblos, problemas hasta hoy insolubles, enigmas que han hecho dudar de la bondad, y casi de la existencia de Dios. Un rayo puro de luz se extiende en el horizonte de la nueva filosofía y, en su ámbito inmenso, se agrupan armoniosamente todas las condiciones de la existencia humana. Las dificultades se allanan, los problemas se resuelven y los misterios hasta hoy impenetrables se resumen y se explican en esta única palabra:
reencarnación.
Querido cristiano, leo en tu pensamiento cuando dices: He aquí una verdadera herejía. Hijo mío, es nada más que la negación de las penas eternas. Ningún dogma
práctico es contrario a esa verdad. ¿Qué es la vida humana? El tiempo durante el cual el Espíritu está unido a un cuerpo. Los filósofos cristianos, en el día marcado por Dios, no tendrán ninguna dificultad en decir que la vida es múltiple. Esto no agrega ni cambia en nada vuestros deberes. La moral cristiana está de pie, y el recuerdo de la Misión de Jesús permanece siempre sobre la humanidad. La religión no tiene nada que temer de esta enseñanza, y no está lejos el día en que sus ministros abrirán los ojos a la luz; en fin, ellos reconocerán en la Nueva Revelación la ayuda que desde el fondo de sus basílicas imploran al Cielo. Ellos creen que la sociedad va a perecer: pero será salva.
ZENÓN