Una Convulsionaria
Las circunstancias nos han puesto en contacto con la hija de una de las principales Convulsionarias de Saint-Médard, por lo que hemos podido recoger algunas enseñanzas particulares sobre esta especie de secta. De esa manera, no se ha dicho nada de exagerado en lo que atañe a las torturas a que se sometían voluntariamente esos fanáticos. Se sabe que una de las pruebas, designada con el nombre de grandes socorros, consistía en sufrir la crucifixión y todos los sufrimientos de la Pasión del Cristo. La persona de la cual hablamos, fallecida en 1830, aún tenía en las manos los agujeros hechos por los clavos que habían servido para suspenderla en la cruz, y al lado las marcas de la lanza que ella había recibido. Escondía con cuidado esos estigmas del fanatismo, y siempre había evitado hablar de los mismos con sus hijos. Ella es conocida en la historia de los Convulsionarios con un pseudónimo, que habremos de silenciar por los motivos que indicaremos a continuación. La siguiente conversación tuvo lugar en presencia de su hija, que había manifestado este deseo; suprimimos sus particularidades íntimas, que no interesarían a los extraños, pero que para ésta han sido una prueba indiscutible de la identidad de su madre.
1. Evocación. –Resp. Hace mucho que deseo conversar con vos.
2. ¿Qué motivo os lleva a desear conversar conmigo? –Resp. Sé apreciar vuestros trabajos, a pesar de lo que podáis pensar de mis creencias.
3. ¿Veis aquí a vuestra hija? Sobre todo es ella que desea conversar con vos, y nos agradaría mucho aprovechar la conversación para nuestra instrucción. –Resp. Sí; una madre siempre ve a sus hijos.
4. ¿Sois feliz como Espíritu? –Resp. Sí y no, porque yo podría haber hecho mejor las cosas; pero Dios tiene en cuenta mi ignorancia.
5. ¿Recordáis perfectamente vuestra última existencia? –Resp. Tendría mucho para deciros, pero orad por mí, a fin de que esto me sea permitido.
6. Las torturas a las cuales os sometisteis, ¿os han elevado y os han vuelto más feliz como Espíritu? –Resp. No me han hecho mal, pero no me hicieron avanzar en inteligencia.
7. Os pido para ser más precisa; os pregunto si las mismas han sido tenidas en cuenta como un mérito. –Resp. Os diré que hay una
cuestión en El Libro de los Espíritus que da la respuesta general; en cuanto a mí, yo era una pobre fanática.
Nota – Alusión a la cuestión Nº 726 de El Libro de los Espíritus, sobre los sufrimientos voluntarios.
8. Esta cuestión dice que el mérito de los sufrimientos voluntarios está en razón de la utilidad que de ahí resulta para el prójimo; ahora bien, pienso que los sufrimientos voluntarios de los convulsionarios sólo tenían un objetivo meramente personal. –Resp. Era generalmente personal, y si jamás hablé de eso a mis hijos, fue porque yo comprendía vagamente que no era el verdadero camino.
Nota – Aquí el Espíritu de la madre responde por anticipado al pensamiento de su hija, que se proponía a preguntarle por qué, cuando encarnada, había evitado hablar de eso a sus hijos.
9. ¿Cuál era la causa del estado de crisis de los convulsionarios? –Resp. Disposición natural y sobreexcitación fanática. Nunca quise que mis hijos fuesen arrastrados en esa pendiente fatal, que hoy reconozco mejor como tal.
Al responder espontáneamente a una reflexión de su hija, que sin embargo no había formulado la cuestión, el Espíritu agrega: Yo no tenía educación, sino intuición de muchas existencias anteriores.
10. Entre los fenómenos que se producían en los convulsionarios, algunos tienen analogía con ciertos efectos sonambúlicos, como por ejemplo la lectura del pensamiento, la visión a distancia, la intuición de lenguas; ¿desempeñaba el magnetismo un cierto papel en esto? –Resp. Mucho, y varios sacerdotes magnetizaban sin que las personas lo supiesen.
11. ¿De dónde provenían las cicatrices que teníais en las manos y en otras partes del cuerpo? –Resp. Pobres trofeos de nuestras victorias, que no sirvieron a nadie, y que frecuentemente provocaron pasiones, como habréis de comprender.
Nota – Parece que sucedían cosas de gran inmoralidad en las prácticas de las convulsionarias, que habían inquietado el corazón honesto de esta dama, llevándola más tarde, cuando se calmó la fiebre fanática, a tener aversión por todo lo que le recordase este pasado. Sin duda, esta es una de las razones que la llevaron a no hablar de la cuestión con sus hijos.
12. ¿Se operaban realmente curas junto a la tumba de diácono Pâris? –Resp. ¡Oh! ¡Qué pregunta! Bien sabéis que no, o poca cosa, sobre todo para vos.
13. ¿Habéis vuelto a ver a Pâris después de vuestra muerte? –Resp. No me ocupé con él, porque le reprocho mi error desde que estoy desencarnada.
14. ¿Cómo lo considerabais cuando estabais encarnada? –Resp. Como un enviado de Dios, y es por esto que le reprocho el mal que
ha causado en el nombre de Dios.
15. ¿Pero él no es inocente de la insensatez que ha sido cometida en su nombre después de su muerte? –Resp. No, porque él mismo no creía en lo que enseñaba; cuando encarnada no lo comprendí, como lo hago ahora.
16. ¿Es verdad que el Espíritu Pâris permaneció ajeno, como él lo ha dicho, a las manifestaciones que ocurrieron junto a su tumba? –Resp. Él os ha engañado.
17. ¿Entonces él provocaba el ardor fanático? –Resp. Sí, y aún lo hace.
18. ¿Cuáles son vuestras ocupaciones como Espíritu? –Resp. Busco instruirme; es por eso que dije que deseaba venir entre vosotros.
19. ¿En qué lugar estáis aquí? –Resp. Cerca del médium, con mi mano sobre su brazo o sobre su hombro.
20. Si fuese posible veros, ¿bajo qué forma os veríamos? –Resp. Mi hija vería a su madre, como cuando encarnada. En cuanto a vos, me veríais en Espíritu; la palabra, no os la puedo decir.
21. Tened a bien explicaros; ¿qué entendéis al decir que yo os vería en Espíritu? –Resp. Una forma humana transparente, según la depuración del Espíritu.
22. Dijisteis que habéis tenido otras existencias; ¿os acordáis de las mismas? –Resp. Sí, ya os hablé de ellas y, por mis respuestas, debéis ver que tuve muchas.
23. ¿Podríais decirnos cuál fue la existencia anterior a la última que nosotros conocemos? –Resp. No esta noche y tampoco por este médium. Por aquel señor, si quisiereis.
Nota – Ella designa a uno de los asistentes que comenzaba a escribir como médium, y explica su simpatía por él, porque –dice ella– lo conoció en su precedente existencia.
24. ¿Quedaríais contrariada si yo publicase esta conversación en la Revista? –Resp. No; es necesario que el mal sea divulgado; pero no me llaméis ... (su pseudónimo); detesto este nombre. Designadme, si quisiereis, como la gran señora.
Nota – Es para condescender con su deseo que no citamos el nombre con el cual ella era conocida, y que le trae penosos recuerdos.
25. Os agradecemos por haber consentido en venir y en darnos vuestras explicaciones. –Resp. Soy yo quien os agradece, por haber proporcionado a mi hija la oportunidad de reencontrar a su madre, y a mí la de poder hacer un poco de bien.