Observaciones
El Sr. Jobard había intitulado su artículo: Consejos a los médiums. Nosotros hemos creído un deber darle un título menos exclusivo, considerando que sus observaciones se aplican en general a la manera de apreciar las comunicaciones espíritas; al ser los médiums apenas los instrumentos de las manifestaciones, éstas pueden ser dadas a todo el mundo, ya sea directamente o a través de un intermediario; por lo tanto, todos los evocadores pueden sacar provecho de las mismas, tanto como los médiums.
Aprobamos esta manera de apreciar las comunicaciones porque es rigurosamente verdadera y porque puede contribuir para mantenerse en guardia contra la ilusión a que están expuestos los que aceptan demasiado fácilmente, como expresión de la verdad, todo lo que viene del mundo de los Espíritus. Sin embargo, pensamos que el Sr. Jobard ha sido quizá demasiado absoluto en algunos puntos. En nuestra opinión, él no ha tenido en cuenta el progreso realizado por el Espíritu en el estado errante. Sin duda que el Espíritu lleva hacia el Más Allá sus imperfecciones de la vida terrestre: esto es un hecho constatado por la experiencia. No obstante, como está en un medio totalmente diferente; como no recibe más sus sensaciones por intermedio de los órganos materiales; como no tiene más sobre los ojos ese velo espeso que oscurecía las ideas, ahora sus sensaciones, sus percepciones y sus ideas deben experimentar una sensible modificación. Es por eso que todos los días vemos a hombres que, después de haber desencarnado, piensan de modo completamente diferente que cuando estaban encarnados, porque el horizonte moral se amplió para ellos. Autores critican sus obras, criaturas mundanas censuran su propia conducta; científicos reconocen sus errores. Si el Espíritu no progresara en la vida espiritual, regresaría a la vida corporal como hubo salido, ni más adelantado ni más atrasado, lo que de hecho es contrario a la experiencia. Por lo tanto, ciertos Espíritus pueden ver más claro y más justo que cuando estaban en la Tierra; así, algunos son vistos dando excelentes consejos, con los cuales hacen el bien; pero entre los Espíritus, como entre los hombres, es necesario saber a quién uno está dirigiéndose y no creer que cualquiera de ellos tenga la ciencia infusa, ni que un erudito esté libre de sus prejuicios terrenos, sólo por el hecho de ser Espíritu; en este aspecto, el Sr. Jobard tiene entera razón al decir que es preciso aceptar solamente con extrema reserva sus teorías y sus sistemas. Es necesario hacer con ellos lo que se hace con los hombres, es decir, sólo darles confianza cuando hayan dado pruebas irrecusables de su superioridad, no por el nombre que falsamente se atribuyen a menudo, sino por la constante sabiduría de sus pensamientos, la irrefutable lógica de sus razonamientos y la inalterable bondad de su carácter.
Los juiciosos comentarios del Sr. Jobard, dejando a un lado los que pueden ser exagerados, desilusionarán indudablemente a aquellos que creen encontrar en los Espíritus un medio cierto de saberlo todo, de hacer descubrimientos lucrativos, etc.; en efecto, a los ojos de ciertas personas, ¿para qué sirven los Espíritus, si ni siquiera son capaces de hacernos ganar una fortuna? Pensamos que basta haber estudiado un poco la Doctrina Espírita para comprender que los Espíritus nos enseñan una multitud de cosas más útiles que saber si se ganará en la Bolsa o en la lotería; pero inclusive admitiendo la hipótesis más rigurosa, según la cual sería completamente indiferente dirigirse a los Espíritus o a los hombres para las cosas de este mundo, ¿no significa nada el hecho de que ellos nos den la prueba de la existencia del Más Allá? ¿No representa nada que nos den a conocer el estado feliz o infeliz de aquellos que nos han precedido o que nos demuestren que los que hemos amado no están perdidos para nosotros, y que nos volveremos a encontrar en este mundo que nos espera a todos, ricos o pobres, poderosos o esclavos? Porque, en definitiva, un hecho es cierto: un día u otro será necesario dar el gran paso; ¿que hay más allá de esa barrera, atrás de esa cortina que nos vela el futuro? ¿Hay algo o la nada? ¡Pues bien! Los Espíritus nos enseñan que existe algo; que, cuando morimos, no se acaba todo. Lejos de esto; sólo entonces comienza la verdadera vida, la vida normal. Aunque nos enseñasen solamente esto, sus conversaciones no serían inútiles; ellos hacen más: nos enseñan lo que es preciso hacer en este mundo para estar lo mejor posible en el otro mundo; y como allá tendremos que estar por mucho tiempo, es bueno que nos aseguremos el mejor lugar posible. Como dice el Sr. Jobard, en general los Espíritus dan poca importancia a las cosas terrenas, por una razón muy simple: ellos tienen mucho más y mejor que esto; su objetivo es el de enseñarnos qué debemos hacer para ser felices allí. Ellos saben que uno se aferra a las alegrías terrenas, como los niños a sus juguetes; quieren elevar nuestro raciocinio: tal es su misión. Si han sido engañados por algunos, es porque se los quiere sacar de la esfera de sus atribuciones; es porque se les pide lo que no saben, lo que no pueden o lo que no deben decir; es por eso que son mistificados por la turba de Espíritus burlones que se divierten de la credulidad de aquéllos. El error de ciertos médiums es el de creer en la infalibilidad de los Espíritus que se comunican con ellos, que los seducen con algunas frases bonitas y que están ocultos atrás de un nombre imponente, el cual es un nombre falso con gran frecuencia. Reconocer el fraude es el resultado del estudio y de la experiencia. En este aspecto, el artículo del Sr. Jobard no puede sino ayudarlos a abrir los ojos.