El Dr. Vignal
El Dr. Vignal, miembro titular de la
Sociedad, habiéndose ofrecido para servir a un estudio sobre una persona viva –como tuvo lugar con el Sr. conde de R...–, ha sido evocado en la sesión del 3 de febrero de 1860.
1. (A san Luis.) ¿Podemos evocar al Dr. Vignal? –
Resp. Sin ningún peligro, puesto que él se ha preparado para eso.
2.
Evocación. –
Resp. Estoy aquí; lo afirmo en el nombre de Dios, lo que yo no haría si respondiera por otro.
3. Aunque estéis encarnado, ¿juzgáis necesario que la evocación se haga en el nombre de Dios? –
Resp. ¿Dios no existe tanto para los vivos como para los muertos?
4. ¿Nos veis tan claramente como cuando asistíais en persona a nuestras sesiones? –
Resp. Mucho más claramente.
5. ¿En qué lugar estáis aquí? –
Resp. Naturalmente en el lugar donde mi acción es necesaria: a la derecha y un poco atrás del médium.
6. ¿Para venir de Souilly hasta aquí, ¿tuvisteis conciencia del espacio que atravesasteis? ¿Visteis el camino que habéis recorrido? –
Resp. No más que el carruaje que me trajo.
7. ¿Podríamos ofreceros un asiento? –
Resp. Sois muy buenos, pero no estoy tan cansado como vosotros.
8. Aquí presente, ¿cómo constatáis vuestra individualidad? –
Resp. Como los otros.
Nota – Hace alusión a lo que en semejante caso ya se ha dicho: que el Espíritu constata su individualidad por medio de su periespíritu, que es para aquél la representación de su cuerpo.
9. Entretanto, os agradeceríamos si vos mismo nos dieseis la explicación. –
Resp. Lo que me pedís es una repetición.
10. Ya que no queréis repetir lo que se ha dicho, ¿es porque pensáis de la misma manera? –
Resp. Pero esto está bien claro.
11. Así, para vos, ¿el periespíritu es una especie de cuerpo circunscripto y limitado? –
Resp. Es evidente; está todo dicho.
12. ¿Podéis ver a vuestro cuerpo adormecido? –
Resp. No de aquí; lo he visto al dejarlo; he tenido ganas de reír.
13. ¿Cómo se establece la relación entre vuestro cuerpo que está en Souilly, y vuestro Espíritu que está aquí? –
Resp. Como ya os lo dije, por un cordón fluídico.
14. ¿Consentiríais en describirnos eso lo mejor posible, a fin de hacernos comprender el modo con el cual os veis, haciendo abstracción de vuestro cuerpo? –
Resp. Es bien fácil: me veo como durante la vigilia o, mejor dicho –la comparación será más exacta–, como uno se ve a sí mismo en sueño. Tengo mi cuerpo, pero tengo conciencia de que es organizado de otra manera y más leve que el otro; no siento el peso, la fuerza de atracción que me mantiene en la tierra durante la vigilia; en una palabra –como ya os lo he dicho–, no estoy cansado.
15. ¿Se os presenta la luz con la misma tonalidad que en el estado normal? –
Resp. No; dicha tonalidad es aumentada por una luz que no es accesible a vuestros sentidos groseros; sin embargo, no deduzcáis de esto que la sensación que producen los colores sobre el nervio óptico sea diferente para mí: lo que es rojo es rojo, y así en adelante. Sólo los objetos que yo no veía en estado de vigilia, en la oscuridad, son luminosos por sí mismos y son perceptibles para mí. Es así que la oscuridad no existe
absolutamente para el Espíritu, aunque él pueda establecer una diferencia entre lo que para vos es claro y lo que no es.
16. ¿Es indefinida vuestra visión o es limitada al objeto en el cual prestáis atención? –
Resp. Ni una ni la otra. No sé en absoluto las modificaciones que la visión puede experimentar para el Espíritu enteramente desprendido; pero, por mí, sé que los objetos materiales son perceptibles en su interior; que mi vista los atraviesa; entretanto, yo no podría ver por todas partes ni a lo lejos.
17. ¿Podríais prestaros a una pequeña experiencia de prueba, que no es motivada por la curiosidad, sino por el deseo de instruirnos? –
Resp. De ninguna manera; esto me es expresamente prohibido.
18. Era para que vos mismo leyerais la pregunta que me acaban de pasar, y para que la respondieseis sin que yo tuviera necesidad de hacerla. –
Resp. Yo podría realizar esto, pero –lo repito– me es prohibido.
19. ¿Cómo tenéis conciencia de esta prohibición? –
Resp. A través de la comunicación del pensamiento del Espíritu que me lo prohíbe.
20. ¡Pues bien! He aquí la pregunta: ¿podéis veros en un espejo? –
Resp. No. ¿Qué veis en un espejo? El reflejo de un objeto material; yo no soy material, y solamente puedo producir el reflejo con la ayuda de una operación que vuelva tangible el periespíritu.
21. Así, un Espíritu que se encontrase en las condiciones de un agénere, por ejemplo, podría verse en un espejo. –
Resp. Ciertamente.
22. En este momento, ¿podríais evaluar la salud o la enfermedad de una persona, con tanta seguridad como en vuestro estado normal? –
Resp. Con más seguridad.
23. ¿Podríais dar una consulta si alguien os la pidiese? –
Resp. Podría hacerlo, pero no quiero hacer la competición a los sonámbulos y a los Espíritus bienhechores que los guían. Cuando haya desencarnado, no diré que no.
24. El estado en que ahora os encontráis, ¿es idéntico al que estaréis después de desencarnado? –
Resp. No; he de tener ciertas percepciones mucho más precisas; no olvidéis que AÚN estoy ligado a la materia.
25. ¿Podría vuestro cuerpo morir mientras estáis aquí, sin que lo sospechéis? –
Resp. No. Morimos así todos los días.
26. Esto se comprende para una muerte natural, siempre precedida por algunos síntomas; pero supongamos que alguien os golpee y os mate instantáneamente; ¿cómo lo sabríais? –
Resp. Yo estaría listo para recibir el golpe antes que el brazo lo diera.
27. ¿Qué necesidad tendría vuestro Espíritu en volver al cuerpo, si no habría nada más que hacer? –
Resp. Es una ley muy sabia, sin la cual, una vez salido, frecuentemente uno dudaría tan bien en volver, lo que sería un pretexto para suicidarse... hipócritamente.
28. Supongamos que vuestro Espíritu no estuviese aquí, sino en vuestra casa, mientras el cuerpo duerme; ¿deberíais ver todo lo que allí ocurre? –
Resp. Sí.
29. En este caso, supongamos que allá se cometiese alguna mala acción por parte de uno de los vuestros o de un extraño; ¿seríais, entonces, testigo de eso? –
Resp. Sin duda; pero no estaría
siempre libre para oponerme a la misma; sin embargo, esto sucede con más frecuencia de lo que pensáis.
30. ¿Qué impresión os daría la visión de esa mala acción? ¿Seríais tan afectado como si fueseis testigo ocular? –
Resp. A veces más, a veces menos, según las circunstancias.
31. ¿Sentiríais deseo de vengaros? –
Resp. De vengarme, no; de impedir esa mala acción, sí.
Nota – Resulta de lo que acaba de ser dicho –y además es la consecuencia de lo que ya sabemos–, que el Espíritu de una persona que duerme sabe perfectamente lo que sucede a su alrededor; aquel que quisiese aprovecharse del sueño para cometer una mala acción en su perjuicio, se equivoca cuando cree que no será visto. Ni siquiera debería contar con el olvido que se sigue al despertar, porque la persona puede guardar del mismo una intuición bastante fuerte, a veces inspirándole sospechas. Los sueños de presentimiento no son otra cosa sino un recuerdo más preciso de lo que se ha visto. Ahí se encuentra también una de las consecuencias morales del Espiritismo; al dar la convicción de este fenómeno, puede ser un freno para mucha gente. He aquí un hecho que viene en apoyo de esta verdad: Cierto día una persona recibió una carta sin firma y escrita con mucha descortesía; inútilmente intentó descubrir a su autor. Lo cierto es que durante la noche ella supo lo que deseaba saber, porque al día siguiente, al despertar y sin que haya tenido un sueño, su pensamiento se dirigió hacia alguien que ella no había sospechado y, después de una verificación, tuvo la certeza de que no se había equivocado.
32. Volvamos a vuestras sensaciones y percepciones. ¿Por dónde veis? –
Resp. Por todo mi ser.
33. ¿Percibís los sonidos? ¿Y por dónde? –
Resp. Es la misma cosa, pues la percepción es transmitida al Espíritu encarnado por sus órganos imperfectos, debiendo quedar claro para vosotros que él siente, cuando está libre, numerosas percepciones que os escapan.
34. (Agitan una campanilla.) ¿Escucháis perfectamente este sonido? –
Resp. Más que vosotros.
35. Si os hicieran oír una música desafinada, ¿experimentaríais una sensación similar a la que sentís en estado de vigilia? –
Resp. No he dicho que las sensaciones fuesen análogas; hay una diferencia; pero hay percepciones mucho más completas.
36. ¿Percibís los olores? –
Resp. Sin duda; siempre de la misma manera.
Nota – Según esto, se podría decir que la materia que envuelve al Espíritu es una especie de apagador que amortigua la agudeza de la percepción. Al recibir esta percepción sin intermediario, el Espíritu desprendido puede captar matices que escapan a aquel a quien llegan, pasando por un medio más denso que el periespíritu. Por lo tanto, se comprende que los Espíritus sufridores puedan tener dolores que, por no ser físicos, desde nuestro punto de vista, son más punzantes que los dolores corporales, y que los Espíritus felices tengan gozos de los cuales nuestras sensaciones no pueden darnos una idea.
37. Si estuvieseis delante de platos apetitosos, ¿sentiríais el deseo de comer? –
Resp. El deseo sería una distracción.
38. Supongamos que en este momento, en cuanto vuestro Espíritu está aquí, el cuerpo tenga hambre; ¿qué efecto produciría en vos la visión de esos manjares? –
Resp. Esto me haría partir para satisfacer una necesidad irresistible.
39. ¿Podríais hacernos comprender lo que sucede con vos cuando dejáis el cuerpo para venir aquí, o cuando nos dejáis para volver al cuerpo? ¿Cómo lo percibís? –
Resp. Esto sería bien difícil; vuelvo como salgo, sin percibirlo o, mejor dicho, sin darme cuenta de la manera por la cual se opera este fenómeno. Sin embargo, no creáis que el Espíritu, cuando vuelve al cuerpo, esté encerrado como en un cuarto; el Espíritu irradia sin cesar hacia afuera, de tal modo que se puede decir que frecuentemente está más fuera que dentro; solamente la unión es más íntima y los lazos más apretados.
40. ¿Veis a otros Espíritus? –
Resp. Aquellos que quieren que yo vea.
41. ¿Cómo los veis? –
Resp. Como a mí mismo.
42. ¿Los veis aquí a nuestro alrededor? –
Resp. En gran cantidad.
43.
Evocación de Charles Dupont (el Espíritu de Castelnaudary). –
Resp. Atiendo a vuestro llamado.
44. (A este Espíritu.) ¿Estáis hoy más tranquilo que la última vez en que os hemos llamado? –
Resp. Sí; estoy progresando en el bien.
45. ¿Comprendéis ahora que vuestras penas no durarán para siempre? –
Resp. Sí.
46. ¿Vislumbráis el fin de vuestras penas? –
Resp. No; para mi punición, Dios no me permite ver este objetivo.
47. (
Al Sr. Vignal.) ¿Veis al Espíritu que acaba de responder? –
Resp. Sí, y no es bonito.
48. ¿Podéis describirlo? –
Resp. Lo veo como ya ha sido visto, con la diferencia de que no está más ensangrentado ni tiene el puñal, y su fisonomía refleja más bien tristeza que embrutecimiento feroz con el que se presentó en su primera aparición.
49. Despierto, ¿tenéis conocimiento del retrato que ha sido hecho de este Espíritu? –
Resp. Sí, y además estoy informado al respecto.
50. Al ver a un Espíritu, ¿cómo reconocéis si su cuerpo está muerto o vivo? –
Resp. Por su cordón fluídico.
51. ¿Cómo evaluáis la moral de éste? –
Resp. Su moral debe ser bien triste; pero él está mejorando.
52. (
A Charles Dupont.) Has escuchado lo que se ha dicho sobre vos; esto debe daros aliento para perseverar en la senda del progreso en que habéis entrado. –
Resp. Gracias; es lo que trato de hacer.
53. ¿Veis al Espíritu del doctor con el cual conversamos? –
Resp. Sí.
54. ¿Cómo lo veis? –
Resp. Lo veo con una envoltura menos transparente que la de otros Espíritus.
55. ¿Cómo juzgáis que él aún está encarnado? –
Resp. Los Espíritus comunes están sin una forma aparente; éste tiene la forma humana y está envuelto por una materia semejante a una bruma, que repite su forma humana terrestre. Los Espíritus de los muertos no tienen más esta envoltura: están desprendidos de la misma.
56. (
Al Dr. Vignal.) Si evocásemos a un loco, ¿cómo lo reconoceríais? –
Resp. Yo no lo reconocería si su locura fuese reciente, porque no habría tenido ninguna acción sobre el Espíritu; pero si tuviera una alienación desde hace mucho tiempo, la materia podría haber ejercido una cierta influencia sobre él, dando algunas señales que me servirían para reconocerlo como durante la vigilia.
57. ¿Podéis describirnos las causas de la locura? –
Resp. No es otra cosa sino una alteración, una perturbación de los órganos que no reciben más las impresiones de manera regular, transmitiendo sensaciones falsas y, por esto mismo, realizando actos diametralmente opuestos a la voluntad del Espíritu.
Nota – A menudo ocurre que ciertas personas, cuyo Espíritu es perfectamente sano, tienen en los miembros o en otras partes del cuerpo, movimientos involuntarios e independientes de su voluntad, como por ejemplo los movimientos que son designados con el nombre de
tics nerviosos. Se comprende que si esa alteración fuese en el cerebro, en vez de ser en el brazo o en los músculos de la cara, la emisión de las ideas sufriría; la imposibilidad de dirigir o de dominar esta emisión constituye la locura.
58. Después de la última respuesta del Dr. Vignal, el médium que servía de intérprete a Charles Dupont escribió espontáneamente: Se reconocen a esos Espíritus (de los locos) por su llegada entre nosotros, porque giran en todos los sentidos sin tener una idea establecida, ni de Dios, ni de las oraciones; ellos necesitan tiempo para poder establecer ideas.
Firmado: CAUVIÈRE
Como nadie hubo pensado en llamar a este Espíritu, el Sr. Belliol pregunta si no sería el del Dr. Cauvière, de Marsella, de quien fue alumno en otros tiempos. –Resp. Sí, soy yo, desencarnado hace un año y medio.
Nota – El Sr. Belliol reconoce la firma como siendo la del Dr. Cauvière; más tarde fue posible compararla con una firma original y constatar la perfecta similitud de la escritura y de la rúbrica.
59. (Al Sr. Cauvière.) ¿A qué debemos el honor de vuestra visita inesperada? –Resp. No es la primera vez que vengo entre vosotros; hoy encontré una ocasión favorable para comunicarme y la aproveché.
60. ¿Veis a vuestro colega, el Dr. Vignal, que está aquí en Espíritu? –Resp. Sí, lo veo.
61. ¿Cómo reconocéis que él aún está encarnado? –Resp. Por su envoltura, que es menos transparente que la nuestra.
62. Esta respuesta concuerda con las que Charles Dupont acaba de darnos y que nos parecieron sobrepasar el alcance de su inteligencia; ¿fuisteis vos quien se las dictó? –Resp. Realmente podía ejercer mi influencia sobre él, puesto que yo estaba aquí.
63. ¿En qué estado os encontráis como Espíritu? –Resp. Aún no he reencarnado, mas soy un Espíritu adelantado, aunque en la Tierra yo estuviese lejos de creer en lo que vosotros llamáis Espiritualismo; fue preciso que hiciera mi educación aquí, donde estoy; pero mi inteligencia, perfeccionada por el estudio, sobrevino enseguida.
64. Si consentís, vamos a dirigiros una pregunta preparada para el Dr. Vignal, y solicitamos que ambos tengáis a bien responderla, cada uno por su lado, con la ayuda de vuestros intérpretes particulares. ¿Cómo encaráis ahora la diferencia entre el espíritu de los animales y el Espíritu del hombre? –Respuesta del Dr. Vignal: No es para mí mucho más fácil decirlo que en el estado de vigilia; mi pensamiento actual es que el espíritu animal duerme, está entorpecido moralmente, y que el Espíritu del hombre, en su inicio, se despierta penosamente.
–Respuesta del Dr. Cauvière: El Espíritu del hombre es llamado a una mayor perfección que el espíritu de los animales; la diferencia sensible está en la razón, que en estos últimos no existe aún sino en estado de instinto; más tarde este instinto puede perfeccionarse.
65. ¿Puede éste perfeccionarse hasta el punto de volverse un Espíritu humano? –Resp. Lo puede, pero después de haber pasado por muchas existencias animales, ya sea en la Tierra o en otros planetas.
66. ¿Tendríais uno y otro la bondad de dictarnos, cada uno por su lado, un pequeño discurso espontáneo sobre un tema de vuestra elección?