Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1860

Allan Kardec

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Conversaciones familiares del Más Allá


Thilorier, el físico

Thilorier se ocupaba activamente en la búsqueda de un motor destinado a reemplazar el vapor, y pensó haberlo encontrado en el ácido carbónico, que él había conseguido condensar. Por entonces el vapor era considerado un medio tosco y extraño de locomoción. Al respecto, es leída la siguiente noticia en la crónica de La Patrie del 22 de septiembre de 1859:

Si Thilorier hubiese encontrado un motor de un poder sin igual, al lado del cual el vapor no fuese más que una puerilidad, tendría aún que regular su fuerza, y tres o cuatro veces los ensayos que él había intentado resultaron funestos. Las explosiones de los aparatos lo cubrieron de numerosas heridas y provocaron en el mártir de la Ciencia una sordera casi completa.

En ese ínterin, se consideró oportuno repetir la experiencia de la condensación del ácido carbónico en el Colegio de Francia. Por una imprudencia o por una circunstancia funesta, el aparato se quebró, explotó, hirió gravemente a varias personas, le costó la vida a uno de los ayudantes del profesor y le arrancó un dedo a Thilorier.

No fue el dedo que él lamentó, sino el descrédito que cayó sobre el nuevo motor que él había descubierto. El miedo se apoderó de todos los científicos y los mismos se rehusaron a rendirse a estos ingenuos argumentos de Thilorier: «¡Mi aparato de condensación ya explotó más de veinte veces en mis manos, pero es la primera vez que mata a alguien! ¡Siempre me ha herido!» El solo nombre del ácido carbónico ahuyentaba a todo el Instituto, sin contar la Sorbona y el Colegio de Francia.

Thilorier, un poco triste, se encerró en su laboratorio más de lo que lo hacía habitualmente; aquellos que lo estimaban pudieron notar desde entonces un profundo cambio que se operó en sus hábitos. Pasaba días enteros sin pensar en poner su gato en las rodillas, caminaba aceleradamente y no usaba más sus tubos de ensayo ni sus aparatos de destilación. Cuando por ventura salía de casa, era para solamente detenerse en el medio de la calle, sin darse cuenta de la curiosidad y de la extrañeza que causaba entre los transeúntes.

Como era un hombre de fisonomía suave y distinguida, con bonitos cabellos que comenzaban a encanecer, y como llevaba en el ojal de la solapa de su redingote azul la insignia de la Legión de Honor, lo miraban sin demasiada burla. Movida a compasión, una joven lo tomó un día por el brazo, lo sacó del medio de la calle y lo llevó hacia la vereda. Ni siquiera pensó en agradecer a su gentil bienhechora. Él pasaba al lado de sus mejores amigos sin verlos y sin responderles cuando ellos le dirigían la palabra. La idea fija se había apoderado de él –la idea fija–, ese sutil matiz que separa el genio de la locura.

Un día, conversando con uno de sus amigos en el laboratorio, Thilorier dijo:

–¡Pues bien! ¡Finalmente resolví mi problema! Como sabes, hace algunas semanas mi aparato de condensación se quebró en la Sorbona...

–¿Algunas semanas? –lo interrumpí. ¡Esto fue hace varios años!

–¡Ah! –continuó él sin perturbarse. ¿Entonces llevé tanto tiempo para resolver mi problema? A fin de cuentas, ¡qué importan algunas semanas o algunos años si ya tengo la solución! ¡Sí, amigo mío, no sólo una explosión es imposible, sino que yo también domino esa fuerza terrible! ¡Hago lo que quiero con ella: es mi esclava! ¡Puedo usarla a voluntad para arrastrar masas enormes, para mover máquinas gigantescas o para obligarla a desempeñar, sin perjuicio, las funciones más delicadas y más frágiles!

Y como yo lo miraba con estupefacción, exclamó riéndose:

–¡No dudes! ¡Cree en lo que te digo! Observa estos planes, estos diseños, y si no crees en lo que está delante de tus ojos, ¡escúchame!

E inmediatamente, con una lucidez que no dejaba ninguna duda posible –incluso para un hombre extraño a los arcanos de la Ciencia–, explicaba los medios que pretendía poner en práctica. No se le podía hacer una sola objeción: su teoría era irrefutable en todos los puntos.

–Necesito tres días para fabricar mi aparato, continuó él. Quiero construirlo enteramente con mis manos. Ven a verme pasado mañana... Y tú que no me abandonaste, tú que no dudaste de mí, tú que me defendiste con la pluma, tú serás el primero a disfrutar y a compartir mi éxito.

En efecto, yo era fiel.

Cuando volví y pasé por la portería, la encargada me llamó.

–¡Ah, señor! –me dijo ella. Qué gran infortunio, ¿no es verdad? ¡Un hombre tan valiente! ¡Una persona verdaderamente auténtica! ¡Morir tan rápido!

–¿A quién se refiere?

–Al Sr. Thilorier. Murió hace poco.

¡Ay! Infelizmente ella decía la verdad. Una muerte súbita sorprendió a mi desdichado amigo en su laboratorio.

¿Y qué ocurrió con su descubrimiento? En su casa no se encontró ningún trazo de los diseños que me había mostrado; sus notas, si es que las dejó, también fueron perdidas. ¿Habría encontrado él la solución que buscaba para su gran problema? ¡Sólamente Dios lo sabe! Sólo Dios, que únicamente le permitió transmitir su pensamiento sublime o loco a un profano, incapaz de discernir lo verdadero de lo falso, y sobre todo de acordarse de la teoría sobre la cual el inventor se basaba.

Sea como fuere, hoy la condensación del ácido carbónico no es más que una experiencia curiosa que los profesores raramente demuestran en sus cursos.

Si Thilorier hubiera vivido algunos días más, tal vez el ácido carbónico hubiese transformado la faz del mundo.

SAM

¿Thilorier había o no encontrado lo que buscaba? En todo caso, podría ser interesante saber lo que al respecto piensa como Espíritu.

1. Evocación. –Resp. Estoy aquí muy alegre con vosotros.

2. Hemos deseado conversar con vos, porque hemos pensado en cuánto provecho sacaremos de una conversación con un Espíritu que, cuando encarnado, ha sido un científico como vosotros. –Resp. Un científico, en Espíritu, es a menudo bien más elevado en la Tierra que en el Cielo; sin embargo, cuando la Ciencia sea compañera de la moralidad, será una garantía de superioridad espírita.

3. Como físico, estuvisteis ocupado especialmente en la búsqueda de un motor para reemplazar el vapor, y pensasteis haberlo encontrado en el ácido carbónico condensado; ¿qué pensáis ahora al respecto? –Resp. Mi idea era tan fija sobre este objeto de estudio, que me había hecho tener un sueño en la víspera de mi muerte o, para ser más exacto, en el momento de mi resurrección espiritual.

4. Algunos días antes de morir pensasteis haber encontrado la solución de la dificultad práctica; ¿habíais realmente encontrado ese medio? –Resp. Os he dicho que la sobreexcitación de mi imaginación me había hecho tener un sueño fantástico sobre este asunto, y que enuncié despierto; en términos propios, era lo que llamáis locura. Lo que yo había soñado no era absolutamente aplicable.

5. ¿Estabais aquí cuando fue leída la noticia que hizo referencia a vos? –Resp. Sí.

6. ¿Qué pensáis al respecto? - R. Poca cosa; reposo en el seno de mi ángel guardián, porque mi pobre alma ha salido muy herida de mi cuerpo miserable.

7. A pesar de eso, ¿podríais responder a algunas preguntas relativas a las Ciencias? –Resp. Sí, por el momento no veo inconvenientes en volver a entrar en el laberinto de la Ciencia.

8. ¿Pensáis que el vapor pueda ser reemplazado un día por otro motor? –Resp. Éste será aún más perfeccionado; sin embargo, creo que en el futuro la inteligencia humana encontrará un medio de simplificarlo todavía más.

9. ¿Qué pensáis del aire comprimido como motor? –Resp. El aire comprimido es un excelente motor, más leve que el vapor y más económico. Cuando se sepa utilizarlo tendrá más fuerza y, por lo tanto, más velocidad.

10. ¿Qué pensáis ahora del ácido carbónico condensado, usado para tal fin? –Resp. Yo estaba aún muy atrasado; serán necesarias numerosas experiencias y estudios largos y difíciles para llegar a un resultado satisfactorio. ¡La Ciencia tiene tanto por hacer todavía!

11. De los diferentes motores que están siendo estudiados, ¿cuál de ellos pensáis que deberá prevalecer? –Resp. Ahora, el vapor; más tarde, el aire comprimido.

12. ¿Habéis vuelto a ver a Arago? –Resp. Sí.

13. ¿Conversáis juntos sobre las Ciencias? –Resp. Algunas veces las facultades de nuestra inteligencia se vuelven hacia los estudios humanos; gustamos mucho asistir a las experiencias que se hacen; pero cuando se regresa al Cielo, uno no piensa más en esto; y además, por el momento, estoy reposando, como ya os he dicho.

14. Os ruego que aún respondas una cuestión muy seria, y si no la podéis contestar por vos mismo, tened la bondad de asistiros por un Espíritu que esté más apto para responderla.

Siempre nos han dicho que los Espíritus sugieren ideas a los hombres y que muchos descubrimientos tienen este origen; pero como todos los Espíritus no saben todo, y por eso buscan instruirse, ¿podríais decirnos si algunos de ellos hacen investigaciones y descubrimientos en la condición de Espíritu? –Resp. Sí. Cuando un Espíritu ha llegado a un grado bien adelantado, Dios le confía una misión y lo encarga de ocuparse de tal o cual Ciencia que sea útil a los hombres; entonces, esta inteligencia, que es obediente a Dios, busca en los secretos de la naturaleza –que Dios le permite vislumbrar– todo lo que sea necesario para aprender esto; y cuando lo hubo estudiado bastante, se dirige a un hombre capaz de captar lo que a su turno puede enseñarle. De repente este hombre es visitado insistentemente por un pensamiento; sólo piensa en esto; habla de ese pensamiento a cada instante; sueña con él a la noche; escucha voces celestiales que le hablan. Después, cuando todo está bien desarrollado en su cabeza, este hombre anuncia al mundo un descubrimiento o un perfeccionamiento. Es así que la mayoría de los grandes hombres han sido inspirados.

15. Os agradecemos por haber tenido a bien respondernos y por haber dejado vuestro reposo por algunos instantes para conversar con nosotros. –Resp. Rogaré a Dios para que vele por vosotros y para que os inspire.

Nota – La Sra. G..., que algunas veces ve a los Espíritus, relata las impresiones que ha recibido durante la evocación de Thilorier: ella cree que ha visto a este Espíritu.

16. (A san Luis.) ¿Podríais decirnos si realmente la Sra. G... ha visto al Espíritu Thilorier? –Resp. No es exactamente este Espíritu que esta dama acaba de ver; más tarde sus ojos estarán más habituados para discernir la forma o periespíritu, y ella los distinguirá perfectamente; por el momento es una especie de imagen.

Nota Las siguientes preguntas complementarias también han sido dirigidas a san Luis.

17. Si los autores de los descubrimientos son asistidos por Espíritus que les sugieren ideas, ¿cómo se explica que hayan hombres que creen inventar algo y que en realidad no inventan nada, o que solamente inventan quimeras? –Resp. Es que son engañados por Espíritus embusteros que, al encontrar su cerebro abierto al error, se apoderan de ellos.

18. ¿Cómo se explica que el Espíritu elija con tanta frecuencia a hombres que son incapaces de llevar a un buen fin un descubrimiento? –Resp. Los cerebros desprovistos de prevención humana son los más capaces de recibir la peligrosa semilla de lo desconocido. El Espíritu no elige a ese hombre porque ser incapaz; es el hombre que no sabe hacer fructificar la semilla que se le ha dado.

19. Pero entonces es la Ciencia que sufre con ello, y esto no explica por qué el Espíritu no se dirige de preferencia a un hombre capaz. –Resp. La Ciencia no sufre con eso, porque lo que uno esboza, el otro lo termina, y durante el intervalo la idea madura.

20. Cuando un descubrimiento es hecho prematuramente, ¿pueden obstáculos providenciales oponerse a su divulgación? –Resp. El desarrollo de una idea útil nunca se detiene: Dios no lo permitiría; es necesario que ella siga su curso.

21. Cuando Papin descubrió la fuerza motriz del vapor, se hicieron muchos ensayos para usarlo y se obtuvieron resultados bastantes satisfactorios, pero que permanecieron en estado de teoría; ¿cómo se explica que semejante descubrimiento haya quedado adormecido por tanto tiempo, a pesar de que se poseían sus elementos y pese a que no faltaban hombres capaces de fecundar esas ideas? ¿Esto ha sucedido por insuficiencia de conocimientos o porque aún no había llegado el tiempo de la revolución que dicho descubrimiento debería operar en la industria? –Resp. Para la difusión de los descubrimientos que transforman el aspecto externo de las cosas, Dios deja la idea madurar, como las espigas cuyo desarrollo el invierno no impide, sino que apenas retarda. La idea debe germinar bastante tiempo para surgir en el momento en que todos la solicitan. Ocurre lo mismo con las ideas morales, que primero germinan y sólo se implantan cuando llegan a la madurez. El Espiritismo, por ejemplo, en este momento en que se ha vuelto una necesidad, será acogido como un beneficio, porque todas las otras filosofías ya han sido inútilmente intentadas para satisfacer las aspiraciones del hombre.

SAN LUIS
El suicida de la calle Quincampoix

El año pasado los diarios relataron un ejemplo de suicidio que fue cometido en circunstancias particulares: era el comienzo de la Guerra de Italia; un hombre, padre de familia, que gozaba de la estima general de todos sus vecinos, tenía un hijo que había sido sorteado para el servicio militar. Imposibilitado, por su posición, de eximirlo de dicho servicio, se le ocurrió la idea de suicidarse para que el joven quedara exento como hijo único de una viuda.

¿Era esa muerte una prueba para el padre o para la madre? En todo caso, es probable que Dios haya tomado en cuenta la dedicación de este hombre, y que el suicidio no haya tenido para él las mismas consecuencias que si se hubiera cometido por otros motivos.

(A san Luis.) ¿Podríais decirnos si podemos evocar al hombre que acabamos de mencionar? –Resp. Sí, él estará muy satisfecho por ello, porque se sentirá más aliviado.

1. Evocación. –Resp. ¡Oh, gracias! Sufro mucho, pero ... es justo; sin embargo, habrá de perdonarme.

Nota El Espíritu escribe con gran dificultad; los caracteres son irregulares y muy mal formados; se detiene después de la palabra pero y trata en vano de escribir, no haciendo más que rasgos indescifrables y algunos puntos. Es evidente que no pudo escribir la palabra Dios.

2. Llenad el espacio que acabáis de dejar. –Resp. Soy indigno de hacerlo.

3. Habéis dicho que sufrís; sin duda habéis cometido un error al suicidaros. No obstante, el motivo que os ha llevado a este hecho, ¿no ha merecido alguna indulgencia? –Resp. Mi punición será menos larga, pero no por eso la acción deja de ser mala.

4. ¿Podríais describirnos la punición que sufrís, dándonos al respecto los detalles que sean posibles para nuestra instrucción? –Resp. Sufro doblemente, en el alma y en el cuerpo; en este último, sufro aunque no lo posea más, como el mutilado que siente dolor en el miembro que le han amputado.

5. ¿Vuestro suicidio ha tenido como único motivo la exención de vuestro hijo, o ha concurrido para ello alguna otra razón? –Resp. Sólo el amor paterno me ha guiado, pero me ha guiado mal; en consideración a ese motivo, mi pena será abreviada.

6. ¿Podéis vislumbrar el término de vuestros sufrimientos? –Resp. No veo su término, pero tengo la certeza de que ha de llegar, lo que es un alivio para mí.

7. Hace poco no pudisteis escribir el nombre de Dios. Sin embargo, hemos visto a Espíritus muy sufridores que lo han hecho; ¿esto forma parte de vuestra punición? –Resp. Podré hacerlo con grandes esfuerzos de arrepentimiento.

8. ¡Pues bien! Haced dichos esfuerzos e intentad escribirlo; si lo conseguís, estamos convencidos de que seréis aliviado.

El Espíritu finalmente escribió lo siguiente, con caracteres irregulares, trémulos y muy gruesos: «Dios es muy bueno».

9. Os agradecemos por haber acudido a nuestro llamado, y rogaremos a Dios para que extienda su misericordia sobre vos. –Resp. Sí, por favor.

10. (A san Luis.) ¿Podríais darnos vuestra apreciación personal sobre la acción cometida por el Espíritu que acabamos de evocar? –Resp. Este Espíritu sufre justamente, porque no ha tenido confianza en Dios, lo que constituye una falta siempre punible; la punición sería terrible y más larga si no tuviese como atenuante un motivo loable, que era el de impedir que su hijo se expusiera a la muerte en la guerra. Dios que ve en lo más profundo de los corazones y que es justo, le impone una sanción de acuerdo con sus acciones.

Nota – Este hombre, por su acción, tal vez haya impedido que se cumpliera el destino de su hijo; en principio, no es cierto que éste fuese morir en la guerra, y quizá la carrera militar debía proporcionarle la ocasión de hacer algo útil para su adelanto. Indudablemente, esta consideración no es extraña a la severidad del castigo que le es infligido. Su intención era buena, sin duda, y por eso será tenida en cuenta; la intención atenúa el mal y merece indulgencia, pero no impide que el mal sea mal. Si así no fuese, teniendo sólo en cuenta la intención, se podrían disculpar todas las faltas, e incluso matar con el pretexto de tener una buena intención. Por ejemplo, se podría creer que fuese permitido matar a un hombre que sufre sin esperanza de cura, por el motivo de querer abreviar sus sufrimientos. No, porque con esto abreviamos la prueba que él debe experimentar, y se le hace más mal que bien. Una madre que matase a su hijo en la suposición de que lo envía al cielo, ¿será menos culpable por haberlo hecho con una buena intención? Con este sistema estarían justificados todos los crímenes que el fanatismo ciego ha cometido en las guerras de religión.