El suicida de la calle Quincampoix
El año pasado los diarios relataron un ejemplo de suicidio que fue cometido en circunstancias particulares: era el comienzo de la Guerra de Italia; un hombre, padre de familia, que gozaba de la estima general de todos sus vecinos, tenía un hijo que había sido sorteado para el servicio militar. Imposibilitado, por su posición, de eximirlo de dicho servicio, se le ocurrió la idea de suicidarse para que el joven quedara exento como hijo único de una viuda.
¿Era esa muerte una prueba para el padre o para la madre? En todo caso, es probable que Dios haya tomado en cuenta la dedicación de este hombre, y que el suicidio no haya tenido para él las mismas consecuencias que si se hubiera cometido por otros motivos.
(A san Luis.) ¿Podríais decirnos si podemos evocar al hombre que acabamos de mencionar? –Resp. Sí, él estará muy satisfecho por ello, porque se sentirá más aliviado.
1. Evocación. –Resp. ¡Oh, gracias! Sufro mucho, pero ... es justo; sin embargo, habrá de perdonarme.
Nota – El Espíritu escribe con gran dificultad; los caracteres son irregulares y muy mal formados; se detiene después de la palabra pero y trata en vano de escribir, no haciendo más que rasgos indescifrables y algunos puntos. Es evidente que no pudo escribir la palabra Dios.
2. Llenad el espacio que acabáis de dejar. –Resp. Soy indigno de hacerlo.
3. Habéis dicho que sufrís; sin duda habéis cometido un error al suicidaros. No obstante, el motivo que os ha llevado a este hecho, ¿no ha merecido alguna indulgencia? –Resp. Mi punición será menos larga, pero no por eso la acción deja de ser mala.
4. ¿Podríais describirnos la punición que sufrís, dándonos al respecto los detalles que sean posibles para nuestra instrucción? –Resp. Sufro doblemente, en el alma y en el cuerpo; en este último, sufro aunque no lo posea más, como el mutilado que siente dolor en el miembro que le han amputado.
5. ¿Vuestro suicidio ha tenido como único motivo la exención de vuestro hijo, o ha concurrido para ello alguna otra razón? –Resp. Sólo el amor paterno me ha guiado, pero me ha guiado mal; en consideración a ese motivo, mi pena será abreviada.
6. ¿Podéis vislumbrar el término de vuestros sufrimientos? –Resp. No veo su término, pero tengo la certeza de que ha de llegar, lo que es un alivio para mí.
7. Hace poco no pudisteis escribir el nombre de Dios. Sin embargo, hemos visto a Espíritus muy sufridores que lo han hecho; ¿esto forma parte de vuestra punición? –Resp. Podré hacerlo con grandes esfuerzos de arrepentimiento.
8. ¡Pues bien! Haced dichos esfuerzos e intentad escribirlo; si lo conseguís, estamos convencidos de que seréis aliviado.
El Espíritu finalmente escribió lo siguiente, con caracteres irregulares, trémulos y muy gruesos: «Dios es muy bueno».
9. Os agradecemos por haber acudido a nuestro llamado, y rogaremos a Dios para que extienda su misericordia sobre vos. –Resp. Sí, por favor.
10. (A san Luis.) ¿Podríais darnos vuestra apreciación personal sobre la acción cometida por el Espíritu que acabamos de evocar? –Resp. Este Espíritu sufre justamente, porque no ha tenido confianza en Dios, lo que constituye una falta siempre punible; la punición sería terrible y más larga si no tuviese como atenuante un motivo loable, que era el de impedir que su hijo se expusiera a la muerte en la guerra. Dios que ve en lo más profundo de los corazones y que es justo, le impone una sanción de acuerdo con sus acciones.
Nota – Este hombre, por su acción, tal vez haya impedido que se cumpliera el destino de su hijo; en principio, no es cierto que éste fuese morir en la guerra, y quizá la carrera militar debía proporcionarle la ocasión de hacer algo útil para su adelanto. Indudablemente, esta consideración no es extraña a la severidad del castigo que le es infligido. Su intención era buena, sin duda, y por eso será tenida en cuenta; la intención atenúa el mal y merece indulgencia, pero no impide que el mal sea mal. Si así no fuese, teniendo sólo en cuenta la intención, se podrían disculpar todas las faltas, e incluso matar con el pretexto de tener una buena intención. Por ejemplo, se podría creer que fuese permitido matar a un hombre que sufre sin esperanza de cura, por el motivo de querer abreviar sus sufrimientos. No, porque con esto abreviamos la prueba que él debe experimentar, y se le hace más mal que bien. Una madre que matase a su hijo en la suposición de que lo envía al cielo, ¿será menos culpable por haberlo hecho con una buena intención? Con este sistema estarían justificados todos los crímenes que el fanatismo ciego ha cometido en las guerras de religión.