18. En este pasaje Charlet parece haberse dejado arrastrar por su imaginación, porque el cuadro que hace de la degradación moral del animal es más fantástico que científico. En efecto, el animal sólo es feroz por necesidad, y ha sido para satisfacer esta necesidad que la Naturaleza le ha dado un organismo especial. Si unos deben alimentarse de carne es por un designio providencial, y porque era útil a la armonía general que ciertos elementos orgánicos fuesen absorbidos. Por lo tanto, el animal es feroz por su constitución, y no se concebiría que la caída moral del hombre hubiese desarrollado los colmillos del tigre y encogido sus intestinos, porque entonces no habría razón para que no hubiera ocurrido lo mismo con el carnero. En vez de esto decimos que el hombre, siendo poco avanzado en la Tierra, se encuentra aquí con seres inferiores en todos los aspectos, cuyo contacto es para él una causa de inquietudes, de sufrimientos y, por consecuencia, una fuente de pruebas que ayudan a su futuro adelanto.
. Solamente puedo aprobarlas. Yo era un pintor, y no un literato o un científico: he aquí por qué de vez en cuando me dejo arrastrar por el placer –nuevo para mí– de escribir bellas frases, incluso a costa de la verdad; pero lo que vos decís es muy justo y bien inspirado. En el cuadro que he trazado, he abordado algunas ideas que han sido concebidas para no afrontar ninguna convicción. La verdad es que las primeras épocas tuvieron lugar en la edad de hierro, épocas muy distantes de esa pretendida mansedumbre; la civilización, al descubrir a cada día los tesoros acumulados por la bondad de Dios, tanto en el espacio como en la Tierra, hace conquistar al hombre la verdadera tierra prometida, que Dios ha de conceder a la inteligencia y al trabajo, y que no entregó del todo lista en las manos de los hombres-niños, que deberían descubrirla a través de su propia inteligencia. Además, el error que he cometido no podría ser perjudicial a los ojos de las personas esclarecidas que lo reconocerían fácilmente; para los ignorantes pasaría inadvertido. Sin embargo, concuerdo que erré; yo actué con ligereza, y esto os
prueba hasta qué punto debéis controlar las comunicaciones que recibís.
Observación general
Una enseñanza importante, desde el punto de vista de la ciencia espírita, resalta de estas comunicaciones. La primera cosa que llama la atención al leerlas es una mezcla de ideas justas, profundas, que tienen el sello del observador, al lado de otras ideas evidentemente falsas y fundadas más en la imaginación que en la realidad. Charlet era indiscutiblemente un hombre por encima del vulgo, pero como Espíritu no es más universal de lo que era cuando encarnado, y él puede cometer errores porque, no siendo todavía lo bastante elevado, sólo encara las cosas desde su punto de vista; además, solamente los Espíritus que han llegado al último grado de perfección están exentos de errores; los otros, por más buenos que sean, no saben todo y pueden equivocarse; pero entonces, cuando son verdaderamente buenos, lo hacen de buena fe y concuerdan francamente, mientras que hay otros que lo hacen conscientemente y se obstinan en las más absurdas ideas. Por eso es necesario tener cuidado para no aceptar todo lo que viene del mundo invisible, sin haberlo sometido al control de la lógica. Los Espíritus buenos recomiendan esto incesantemente y nunca se ofenden con la crítica, porque una de dos: o están seguros de lo que dicen y entonces nada temen, o no lo están, y si tienen conciencia de su insuficiencia, ellos mismos buscan la verdad; ahora bien, si los hombres pueden instruirse con los Espíritus, ciertos Espíritus pueden también instruirse con los hombres. Al contrario, los otros quieren dominar, esperando que se acepten sus utopías por causa de su condición de Espíritus; entonces, ya sea por presunción de su parte o por mala intención, ellos no soportan la contradicción; quieren que se les crea a ciegas, porque saben muy bien que al ser examinadas sus comunicaciones llevan todas las de perder. Se irritan con la menor duda sobre su infalibilidad y amenazan soberbiamente con abandonaros porque consideran que sois indignos de escucharlos; de esta manera, sólo se sienten a gusto con los que se arrodillan ante ellos. ¿No hay hombres así, y es de admirar que los encontremos con sus defectos en el mundo de los Espíritus? Tal carácter en los hombres es siempre un indicio de orgullo a los ojos de las personas sensatas, así como de vana suficiencia, de ridícula vanidad y, por lo tanto, de pequeñez en las ideas y de falso juicio; lo que es una señal de inferioridad moral en los hombres, no podría ser una señal de superioridad en los Espíritus.
Como acabamos de ver, Charlet se presta de buen grado a la controversia; escucha y admite las objeciones, y responde a las mismas con benevolencia; desarrolla lo que era confuso y reconoce lealmente lo que no es exacto. En una palabra, no quiere hacerse pasar por más ilustrado de lo que es, y con esto prueba más elevación de que si se obstinase en las ideas falsas, a ejemplo de ciertos Espíritus que se escandalizan con el simple enunciado de que sus comunicaciones parecen ser susceptibles de comentarios.
Lo que aún es propio de esos Espíritus orgullosos es la especie de fascinación que ejercen sobre sus médiums, y con la ayuda de la cual consiguen algunas veces que éstos compartan los mismos sentimientos. Decimos a propósito sus médiums, porque se apoderan de ellos y quieren que sean instrumentos que actúen con los ojos cerrados; de ningún modo se conformarían con un médium que examinase todo cuidadosamente o que viera bien claro; ¿no sucede lo mismo entre los hombres? Cuando lo encuentran, temiendo que se les escape, le inspiran el alejamiento de cualquiera que pueda esclarecerlo; de esta manera lo aislan, a fin de tener plena libertad de acción, o sólo lo dejan acercarse a aquellos que nada les hacen temer. Para captar mejor su confianza, se hacen pasar por buenos apóstoles al usurpar los nombres de Espíritus venerados, cuyo lenguaje intentan imitar; pero, por más que hagan esto, la ignorancia nunca podrá imitar al verdadero saber, ni una naturaleza mala a la verdadera virtud. El orgullo siempre será descubierto bajo el manto de una fingida humildad, y como tienen miedo de ser desenmascarados, evitan el análisis y alejan del mismo a sus médiums.
No hay nadie que al juzgar fríamente y sin prevención, no reconozca tal influencia como mala, porque resalta ante el más vulgar buen sentido que un Espíritu verdaderamente bueno y esclarecido nunca intentará ejercerla. Por lo tanto, se puede decir que todo médium que cede a esa influencia está bajo el dominio de una obsesión, de la cual debe buscar desembarazarse cuanto antes. Lo que se quiere, ante todo, no son comunicaciones a toda costa, sino comunicaciones buenas y verdaderas; ahora bien, para tener comunicaciones buenas son necesarios Espíritus buenos, y para tener Espíritus buenos es necesario tener médiums que estén libres de toda influencia mala. Por lo tanto, la naturaleza de los Espíritus que habitualmente asisten a un médium es una de las primeras cosas que hay que considerar; para conocerla con exactitud existe un criterio infalible, y no es en las señales materiales ni en las fórmulas de evocación o de conjuro que será encontrada; ese criterio está en los sentimientos que el Espíritu inspira al médium. Por la manera de actuar de este último se puede juzgar la naturaleza de los Espíritus que lo dirigen y, por consecuencia, el grado de confianza que merecen sus comunicaciones.
Esto no es de modo alguno una opinión personal ni un sistema, sino un principio deducido de la más rigurosa lógica, si se admite esta premisa: un pensamiento malo no puede ser sugerido por un Espíritu bueno. Mientras que no se pruebe que un Espíritu bueno puede inspirar el mal, diremos que todo acto que se aparte de la benevolencia, de la caridad y de la humildad, o que deje trasparecer odio, envidia, celos, orgullo herido o simple acrimonia, solamente puede haber sido inspirado por un Espíritu malo, aun cuando éste predique hipócritamente las más bellas máximas, porque si fuese realmente bueno, lo probaría poniendo sus actos en armonía con sus palabras. La práctica del Espiritismo está rodeada de muchas dificultades; los Espíritus engañadores son tan pérfidos, tan astutos y al mismo tiempo tan numerosos, que es preciso tomar todas las precauciones para desbaratar sus planes. Es importante, pues, buscar con el mayor cuidado todos los indicios por los cuales ellos pueden ponerse al descubierto; ahora bien, estos indicios están al mismo tiempo en su lenguaje y en los actos que practican.
Al haber sometido estas reflexiones al Espíritu Charlet, he aquí lo que ha dicho: «Solamente puedo aprobar lo que acabáis de decir y recomendar a todos los que se ocupan del Espiritismo a seguir tan sabios consejos, evidentemente dictados por los Espíritus buenos, pero que de ningún modo son del gusto de los malos –como bien podéis creerlo–, porque éstos saben muy bien que ése es el medio más eficaz para combatir su influencia; también hacen todo lo que pueden para desviar a aquellos que quieren atrapar en sus redes.»
Charlet dijo que se dejó arrastrar por el placer –nuevo para él– de escribir bellas frases, incluso a costa de la verdad. ¿Qué habría ocurrido si nosotros hubiésemos publicado su trabajo sin comentarios? Hubieran acusado al Espiritismo de creer en ideas ridículas, y a nosotros mismos por no saber distinguir lo verdadero de lo falso. Muchos Espíritus están en el mismo caso; en su amor propio, sienten una satisfacción en publicar a través de médiums –ya que no pueden hacerlo por sí mismos– obras literarias, científicas, filosóficas o dogmáticas de gran extensión; pero cuando esos Espíritus tienen apenas un falso saber, escriben cosas absurdas, del mismo modo que lo harían los hombres. Es sobre todo en esas obras continuadas que podemos evaluarlos, porque su ignorancia los vuelve incapaces de representar el papel por mucho tiempo, y ellos mismos revelan su insuficiencia al escribir a cada paso lo que repugna a la lógica y a la razón. En medio de una gran cantidad de ideas falsas, a veces se encuentran algunas muy buenas, de las cuales se sirven para que se crea en las otras. Esta incoherencia solamente prueba su incapacidad; son como los obreros que saben alinear las piedras de una construcción, pero que son incapaces de construir un palacio. Algunas veces es algo curioso ver el intrincado laberinto de combinaciones y razonamientos en los que se meten, y de los cuales no pueden salir sino usando sofismas y utopías. Hemos visto a algunos que, en busca de recursos, dejaron su trabajo; otros, entretanto, no se dan por vencidos y quieren actuar hasta el fin, riéndose a costa de aquellos que los toman en serio.
Estas reflexiones nos han sido sugeridas como un principio general, y sería erróneo ver en ellas alguna aplicación. Entre los numerosos escritos que han sido publicados sobre el Espiritismo, existen indudablemente los que podrían dar lugar a un crítica fundada; pero nosotros no los ponemos a todos en la misma línea; indicamos un medio de distinguirlos y así cada uno comprenderá cómo hacerlo. Si aún no hemos hecho un examen de los mismos en nuestra Revista, ha sido por el recelo de que se equivoquen sobre el móvil de la crítica que podríamos hacer; por lo tanto, hemos preferido esperar que el Espiritismo fuese mejor conocido y sobre todo mejor comprendido; nuestra opinión, entonces, al apoyarse en una base generalmente admitida, no podrá ser sospechosa de parcialidad. Diariamente sucede lo que esperamos, porque vemos que en muchas circunstancias el juicio de la opinión pública precede al nuestro; es por eso que nos regocijamos por nuestra reserva. Haremos este examen cuando llegue el momento oportuno; pero ya se puede ver cuál será nuestra base de análisis: esta base es la lógica, de la cual cada uno puede hacer uso por sí mismo, porque nosotros no tenemos la ridícula pretensión de poseerla como privilegio. En efecto, la lógica es el gran criterio de toda comunicación espírita, como lo es de todos los trabajos humanos. Bien sabemos que aquel que razona erradamente cree ser lógico; él lo es a su manera, pero sólo para sí mismo y no para los otros. Cuando una lógica es rigurosa, como dos más dos son cuatro, y cuando las consecuencias se deducen de axiomas evidentes, tarde o temprano el buen sentido general hace justicia con todos esos sofismas. Consideramos que las siguientes proposiciones tienen ese carácter:
1º) Los Espíritus buenos solamente pueden enseñar e inspirar el bien; por lo tanto, todo lo que no sea rigurosamente el bien no puede venir de un Espíritu bueno;
2º) Los Espíritus esclarecidos y verdaderamente superiores no pueden enseñar cosas absurdas; por lo tanto, toda comunicación manchada de errores manifiestos o contrarios a los datos más comunes de la Ciencia y de la observación, tan sólo por esto atestigua la inferioridad de su origen;
3º) La superioridad de cualquier escrito está en la exactitud y en la profundidad de las ideas, y no en la ampulosidad y en la redundancia del estilo; por lo tanto, toda comunicación espírita en que hay más palabras y frases brillantes que pensamientos sólidos, no puede venir de un Espíritu verdaderamente superior;
4º) La ignorancia no puede imitar al verdadero saber, ni el mal imitar al bien de manera absoluta; por lo tanto, todo Espíritu que, bajo un nombre venerado, dice cosas incompatibles con el título que se atribuye, es responsable por fraude;
5º) Es de la esencia de un Espíritu elevado vincularse más al pensamiento que a la forma y a la materia, de donde se deduce que la elevación del Espíritu está en razón de la elevación de las ideas; por lo tanto, todo Espíritu meticuloso en los detalles de la forma, que prescribe puerilidades, en una palabra, que da importancia a las señales y a las cosas materiales, denota por esto mismo una pequeñez de ideas y no puede ser verdaderamente superior;
6º) Un Espíritu verdaderamente superior no puede contradecirse; por lo tanto, si dos comunicaciones contradictorias han sido dadas bajo un mismo nombre respetable, una de las dos es necesariamente apócrifa; si una es verdadera, sólo puede ser aquella que no desmienta en nada la superioridad del Espíritu cuyo nombre ha sido alegado.
La consecuencia que se debe extraer de estos principios es que, fuera de las cuestiones morales, es necesario acoger con reservas lo que viene de los Espíritus y que, en todos los casos, nunca debe haber una aceptación sin examen. De esto deviene la necesidad de tener una mayor circunspección en la publicación de los escritos emanados de esa fuente, sobre todo cuando por la extrañeza de las doctrinas que contienen o por la incoherencia de las ideas, pueden prestarse al ridículo. Es preciso desconfiar de la inclinación de ciertos Espíritus hacia las ideas sistemáticas y hacia el amor propio que buscan esparcir; por lo tanto, es principalmente en las teorías científicas que es necesario tener extrema prudencia y todo el cuidado para no dar precipitadamente como verdades a sistemas que suelen ser más seductores que reales, y que tarde o temprano pueden recibir un desmentido oficial. Que sean presentados como probabilidades, si fueren lógicos, y tal vez pudiendo servir de base a observaciones ulteriores; pero sería imprudencia darlos prematuramente como artículos de fe. Un proverbio dice: Nada es más peligroso que un amigo imprudente. Ahora bien, es el caso de aquellos que, en el Espiritismo, se dejan llevar por un celo más ardiente que reflexivo.