Máscaras humanas (Médium: Sra. de Costel) Os hablaré de la singular necesidad que tienen los mejores Espíritus en inmiscuirse siempre en las cosas que le son más extrañas; por ejemplo, un excelente comerciante no dudará un instante de su aptitud política, y el mayor diplomático tendrá amor propio al decidir las cosas más frívolas. Este defecto, común a todos y a todas, no tiene otro móvil sino el de la vanidad, y ésta solamente tiene necesidades ficticias; ante todo, la vanidad busca lo que es falso, ya sea para el cuerpo, para el Espíritu o para el propio corazón; ella vicia el instinto de lo bello y de lo verdadero; lleva a las mujeres a desnaturalizar su belleza; persuade a los hombres a buscar precisamente lo que es más perjudicial para ellos. Si los franceses y las francesas no tuviesen ese defecto, ellos serían los más inteligentes del mundo, y ellas las más seductoras Evas conocidas. Por lo tanto, no tengamos esta absurda debilidad; tengamos el coraje de ser nosotros mismos, de llevar el color de nuestro Espíritu, como el de nuestros cabellos. Pero los tronos se derrumbarán, las repúblicas se establecerán, antes que un francés ligero renuncie a sus pretensiones de gravedad, y que una francesa lo haga a sus pretensiones de firmeza. Es la máscara continua, en que cada uno viste la ropa de otra época, o incluso simplemente la de su vecino; es la máscara política, es la máscara religiosa, en que todos, arrastrados por el desvarío, os buscáis perdidamente, no encontrando en este tumulto ni vuestro punto de partida, ni vuestro objetivo.
DELPHINE DE GIRARDIN