La miseria humana
La miseria humana no está en la incertidumbre de los acontecimientos, que tanto pueden elevarnos como precipitarnos. Reside enteramente en el corazón ávido e insaciable que desea incesantemente recibir, que se queja de la sequedad de los demás, pero que nunca percibe su propia aridez. Esa desgracia de querer alcanzar más de lo que uno puede; esa desgracia de no poder satisfacerse con las más apreciadas alegrías; esa desgracia –decía– constituye la miseria humana. ¿Qué importa el cerebro y qué importan sus más brillantes facultades, si ellas son siempre oscurecidas por el deseo amargo e insatisfecho de algo que le escapa sin cesar? La sombra fluctúa junto al cuerpo; la felicidad fluctúa junto al alma, siendo inalcanzable para ésta. Sin embargo, no debéis lamentaros ni maldecir vuestro destino, porque esa sombra, esa felicidad fugitiva que se mueve como una ola –por el ardor y por la angustia que deposita en el corazón–, nos da la prueba de la divinidad aprisionada en la humanidad. Por consiguiente, amad el dolor y su poesía vivificante, que hace vibrar vuestros Espíritus por el recuerdo de la patria eterna. El corazón humano es un cáliz lleno de lágrimas; pero viene la aurora que beberá el agua de vuestros corazones; ella será para vosotros la vida que deslumbrará vuestros ojos, cegados por la oscuridad de la prisión carnal. ¡Coraje! Cada día es una liberación; marchad en la senda dolorosa; marchad, siguiendo con la mirada la estrella misteriosa de la esperanza.
GEORGES (Espíritu familiar)