Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1860

Allan Kardec

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Filosofía

(Sociedad, 3 de febrero de 1860; médium: Sr. Colin)

Escribid lo siguiente: ¡El hombre! ¿Qué es él? ¿De dónde ha venido? ¿Hacia adónde va? –¿Dios? ¿La Naturaleza? ¿La Creación? ¿El mundo? ¡Su eternidad en el pasado, en el futuro! ¿Límite de la Naturaleza, relaciones del ser infinito con el ser particular? ¿Paso de lo infinito a lo finito? –Preguntas que el hombre debe haber hecho, aún niño, cuando vio por primera vez con su razón, por encima de su cabeza, la marcha misteriosa de los astros; o cuando vio la tierra bajo sus pies, alternativamente revestida con ropas de fiesta por el hálito templado de la primavera, o cubierta por un velo de luto bajo el soplo helado del invierno; cuando él mismo se vio pensando, sintiendo y siendo arrojado por un instante en ese inmenso torbellino vital entre el ayer –día de su nacimiento– y el mañana, día de su muerte. Preguntas que han sido efectuadas a todos los pueblos, a todas las edades y en todas sus escuelas y que, sin embargo, no han dejado de permanecer como enigmas para las siguientes generaciones; preguntas muy dignas, no obstante, para cautivar el espíritu investigador de vuestro siglo y el genio de vuestro país. –Por lo tanto, si hubiese entre vosotros un hombre o diez hombres que tengan la conciencia de la alta gravedad de la misión apostólica, y con voluntad para dejar un rastro de su paso por aquí, a fin de servir como punto de referencia para la posteridad, yo le diría: Por mucho tiempo habéis transigido con los errores y con los prejuicios de vuestra época; para vosotros, el período de las manifestaciones materiales y físicas ha pasado; lo que llamáis de evocaciones experimentales ya no puede más enseñaros grandes cosas, porque, muy a menudo, sólo la curiosidad está en juego; pero la era filosófica de la Doctrina se aproxima. Por lo tanto, no permanezcáis por más tiempo aferrados a las tablas ya carcomidas del pórtico, y penetrad con audacia en el santuario celestial, enarbolando dignamente la bandera de la filosofía moderna, en la cual escribid sin temor: misticismo, racionalismo. Haced eclecticismo en el eclecticismo moderno; hacedlo como los Antiguos, apoyándoos en la tradición histórica, mística y legendaria, pero siempre teniendo cuidado de no salir de la revelación –antorcha que nos faltó a todos–, recurriendo a las luces de los Espíritus superiores, consagrados de forma misionera a la marcha del Espíritu humano. Por más elevados que sean, esos Espíritus no saben todo: sólo Dios lo sabe; además, de lo que saben, no todo pueden revelar. En efecto, ¿qué sería del libre albedrío del hombre, de su responsabilidad, de su mérito y de su demérito y, como sanción, del castigo y de la recompensa?

Entretanto, puedo marcar con algunos principios fundamentales el camino que os muestro; por lo tanto, escuchad lo siguiente:

1°) El alma tiene el poder de sustraerse a la materia;

2°) De elevarse muy por encima de la inteligencia;

3°) Ese estado es superior a la razón;

4°) Él puede poner al hombre en relación con aquello que escapa a sus facultades;

5°) El hombre puede alcanzar dicho estado a través de la oración a Dios, por medio de un esfuerzo constante de la voluntad, reduciendo el alma –por así decirlo– al estado de pura esencia, privada de la actividad sensible y exterior; en una palabra, por abstracción de todo lo que hay de diverso, de múltiple, de indeciso, de turbulento y de exterioridad en el alma;

6°) Existe en el yo concreto y complejo del hombre una fuerza completamente ignorada hasta hoy: por lo tanto, buscadla.

Moisés, Platón y después Juliano