Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1860

Allan Kardec

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Cartas del Dr. Morhéry sobre la Srta. Désirée Godu

Hemos hablado de la notable facultad de la Srta. Désirée Godu, como médium curativa, y podríamos haber citado los atestados auténticos que tenemos bajo nuestros ojos; pero he aquí un testimonio cuyo alto alcance nadie discutirá; no es uno de esos certificados que a menudo se entrega un poco a la ligera, sino el resultado de observaciones serias de un hombre erudito, eminentemente competente para apreciar las cosas desde el doble punto de vista de la Ciencia y del Espiritismo. El Dr. Morhéry nos envía las dos cartas siguientes, cuya reproducción ciertamente nuestros lectores han de apreciar. «Plessis-Boudet, cerca de Loudéac (Côtes-du-Nord).

«Señor Allan Kardec:

«Aunque yo esté lleno de ocupaciones en este momento, creo un deber, como miembro corresponsal de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas, informaros de un acontecimiento inesperado para mí y que sin duda interesa a todos nuestros compañeros.

«En los últimos números de vuestra Revista habéis hablado con elogio de la Srta. Désirée Godu, de Hennebont. Habéis dicho que después de haber sido médium vidente, auditiva y psicógrafa, esta señorita se había vuelto, desde hace algunos años, médium curativa. Fue en esta última calidad que ella se dirigió a mí y que pidió mi ayuda como doctor en Medicina, para probar la eficacia de su medicación, que pienso que podríamos llamar espirítica. Al principio pensé que las amenazas que le hacían y los obstáculos que le ponían a su práctica médica, sin diploma, era la única causa de su solicitud; pero ella me dijo que el Espíritu que la dirige hace seis años le había aconsejado esa solicitación como siendo necesaria, desde el punto de vista de la Doctrina Espírita. Sea como fuere, me creí en el deber –y en interés de la Humanidad– de aceptar su generosa proposición, pero yo dudaba que ella la hiciera. Sin conocerla, ni haberla visto nunca, yo había sabido que esta piadosa joven no había querido separarse de su familia sino en una circunstancia excepcional y para cumplir una misión no menos importante a la edad de 17 años. Por lo tanto, me quedé agradablemente sorprendido al verla llegar a mi casa, traída por su madre, que al día siguiente dejó con profunda tristeza; pero esta tristeza tenía el temple del coraje de su resignación. Hace diez días la Srta. Godu está en el seno de mi familia, lo que es una alegría, a pesar de su enervante ocupación.

«Desde su llegada, ya constaté 75 casos observados de diversas enfermedades, para la mayoría de las cuales los recursos de la Medicina habían fallado. Tenemos casos de amaurosis, de oftalmias graves, de parálisis antiguas y rebeldes a todo tratamiento, de escrófula, de herpes, de cataratas y de cánceres muy avanzados; todos los casos son catalogados, la naturaleza de la enfermedad es constatada por mí, los apósitos son mencionados y todo es clasificado como en una sala clínica destinada a observaciones.

«Aún no hay tiempo suficiente para que pueda pronunciarme de una manera perentoria acerca de las curas obtenidas por la medicación de la Srta. Godu; pero, desde hoy, puedo manifestar mi sorpresa sobre los resultados revulsivos que ella obtiene a través de la aplicación de sus ungüentos, cuyos efectos varían al infinito, por una causa que yo no sabría explicar con las reglas comunes de la Ciencia. También vi con satisfacción que ella cortaba las fiebres sin ninguna preparación de quinina o de sus extractos, por intermedio de simples infusiones de flores o de hojas de diversas plantas.

«Sobre todo acompaño con vivo interés el tratamiento de un cáncer avanzado. Este cáncer, que fue constatado y tratado sin éxito –como siempre– por varios colegas míos, es objeto de la mayor preocupación por parte de la Srta. Godu. No es una ni dos veces que ella lo trata, sino a toda hora. Deseo realmente que sus esfuerzos sean coronados con éxito y que ella cure a ese indigente, al cual trata con un cuidado digno de elogio. Si lo consigue con éste, naturalmente se puede esperar que ella lo conseguirá con otros y, en este caso, prestará un inmenso servicio a la Humanidad al curar esta horrible y atroz enfermedad.

«Sé que algunos colegas irónicos podrán reírse de la esperanza que me alienta; ¡pero qué me importa, desde que esta esperanza se realice! Ya me hacen reproches por ayudar así a una persona cuya intención nadie discute, pero cuya aptitud para curar es negada por la mayoría, porque esta aptitud no le fue dada por la Facultad.

«A esto responderé: no fue la Facultad que descubrió la vacuna, sino simples pastores; no fue la Facultad que descubrió la corteza peruviana, sino los indígenas del Perú. La Facultad constata los hechos; los agrupa y los clasifica para formar con los mismos la preciosa base de la enseñanza, pero no los produce exclusivamente. Algunos tontos (e infelizmente los hay muchos por aquí, como en todas partes) se creen espirituosos al llamar de hechicera a la Srta. Godu. Evidentemente es una hechicera amable y muy útil, porque no inspira ningún temor de hechicería, ni deseo alguno de mandarla a la hoguera.

«A otros, que alegan que ella es un instrumento del demonio, responderé bien francamente: si el demonio viene a la Tierra para curar a los incurables, a los abandonados y a los indigentes, es preciso sacar en conclusión que finalmente él se convirtió y tiene derecho a nuestros agradecimientos; ahora bien, dudo bastante que entre los que así hablan no hayan muchos que prefieran ser curados por las manos de ella, que morirse en las manos de un médico. Por lo tanto, recibamos el bien de donde venga y, sin tener pruebas auténticas, que su mérito no le sea atribuido al diablo. Es más moral y más racional atribuir el bien a Dios y darle gracias por esto; al respecto, pienso que mi opinión será compartida por vos y por todos mis compañeros.

«Además, que eso se vuelva una realidad o no, siempre redundará de ello algo para la Ciencia. No soy un hombre que deje en el olvido a ciertos medios empleados, que hoy descuidamos mucho. Dicen que la Medicina ha hecho inmensos progresos; sí, para la Ciencia, sin duda, pero no tanto en el arte de curar. Hemos aprendido bastante, pero también hemos olvidado mucho; el Espíritu humano es como el océano: no puede abarcar todo; cuando invade una playa, deja otra libre. Volveré al asunto y os dejaré al corriente de esta curiosa experimentación. Doy a la misma una gran importancia; si tiene éxito, será una brillante manifestación contra la cual será imposible luchar, porque nada detiene a los que sufren y a los que quieren curarse. Estoy decidido a arrostrar todo por ese objetivo, incluso el ridículo que tanto se teme en Francia.

«Aprovecho la ocasión para enviaros mi tesis inaugural. Si consentís en tomaros el trabajo de leerla, comprenderéis fácilmente cuán dispuesto yo estaba en admitir el Espiritismo. Esa tesis fue defendida cuando la Medicina había caído en el más profundo Materialismo. Era una protesta contra esa corriente que nos arrastró a la Medicina orgánica y a la Farmacología mineral, de las cuales se hizo tanto abuso. ¡Cuánta salud arruinada por el uso de esas sustancias minerales que, en caso de fracasar, aumentan el mal y, en caso de tener éxito, dejan muy a menudo secuelas en nuestro organismo!

«Atentamente,

MORHÉRY.»
«20 de marzo de 1860.

«Señor:

«En mi última carta os anuncié que la Srta. Désirée Godu, conforme su solicitación, había venido a ejercer su facultad curativa ante mis ojos; hoy vengo a daros algunas noticias.

«Desde el 25 de febrero comencé mis observaciones sobre un gran número de enfermos, casi todos indigentes, que estaban en la imposibilidad de tratarse convenientemente. Algunos tienen enfermedades poco importantes; pero la mayoría es acometida por afecciones que resistieron a los medios curativos comunes. Catalogué, desde el 25 de febrero, 152 casos de enfermedades muy variadas. Infelizmente en nuestra región, los enfermos indigentes –sobre todo éstos– siguen sus caprichos y no tienen paciencia para resignarse a un tratamiento continuo y metódico; tan pronto como sienten una mejoría, creen que están curados y no hacen nada más; es un hecho que a menudo constaté en mi clientela y que necesariamente debía volver a presentarse con la Srta. Godu.

«Como ya os dije, no quiero prejuzgar ni afirmar nada, con excepción de los resultados comprobados por la experiencia; más tarde, haré un examen detenido de mis observaciones y constataré las más notables; pero, desde hoy, puedo expresaros mi admiración por ciertas curas obtenidas fuera de nuestros medios comunes.

«Vi curar sin quinina tres fiebres intermitentes rebeldes, de las cuales una había resistido a todos los medios que yo había empleado.

«La Srta. Godu curó igualmente tres panadizos y dos inflamaciones subaponeuróticas de la mano, en muy pocos días; me quedé realmente sorprendido.

«También puedo constatar la cura –aún no radical, pero bien avanzada– de uno de nuestros más inteligentes labradores, Pierre Le Boudec, de Saint-Hervé, sordo hace 18 años; él se quedó tan maravillado como yo, cuando, después de tres días de tratamiento, pudo oír el canto de los pájaros y la voz de sus hijos. Lo vi esta mañana, y todo hace esperar una cura radical dentro de poco.

«Entre nuestros enfermos, el que más atrae mi atención en este momento es un señor llamado Bigot, agricultor en Saint-Caradec, acometido hace dos años y medio de un cáncer en el labio inferior. Ese cáncer llegó al último grado; el labio inferior está parcialmente destruido; las encías, las glándulas sublinguales y submaxilares son cancerosas; el propio hueso maxilar inferior está afectado por la enfermedad. Cuando se presentó en mi casa su estado era desesperante; sus dolores eran atroces; no dormía hacía seis meses; cualquier operación era impracticable, ya que el mal estaba muy avanzado; la cura me parecía imposible, y se lo declaré con toda franqueza a la Srta. Godu, a fin de que estuviese precavida contra un fracaso inevitable. Mi opinión no cambió con relación al pronóstico; no puedo creer en la cura de un cáncer tan avanzado; sin embargo debo declarar que, desde el primer apósito, el enfermo ha sentido un alivio y que, desde aquel día 25 de febrero, duerme bien y puede alimentarse; le ha vuelto la confianza; la herida cambió de aspecto de una manera visible, y si esto continúa –a pesar de mi opinión tan formal–, seré obligado a esperar una cura. Si la misma se realiza, será el mayor fenómeno curativo que se pueda constatar; es preciso esperar y tener paciencia con el enfermo. La Srta. Godu tiene con él un cuidado muy especial; a veces trata sus heridas a cada media hora; este indigente es su favorito.

«Por lo demás, no tengo nada que decir. Yo podría informaros sobre las murmuraciones, los chismes y las alusiones a la hechicería; pero como esas tonterías son inherentes a la Humanidad, de ninguna manera me preocupo con tratarlas.

«Atentamente,

MORHÉRY.»

Nota – Como se ha podido constatar por las dos cartas anteriores, el Sr. Morhéry no se deja llevar, de modo alguno, por el entusiasmo; él observa las cosas fríamente, como hombre esclarecido que no se permite ilusiones; procede con toda buena fe y, dejando a un lado el amor propio del médico, no teme en confesar que la Naturaleza puede prescindir de él, inspirándole a una muchacha sin instrucción los medios de curar que él no encontró en las enseñanzas de la Facultad ni en su propio cerebro, y no por esto se cree humillado. Sus conocimientos acerca del Espiritismo le muestran que ese asunto es posible, sin que para ello haya una derogación de las leyes de la Naturaleza; él la comprende, puesto que esa notable facultad es para él un simple fenómeno, más desarrollado en la Srta. Godu que en otros. Se puede decir que esta joven es para el arte de curar lo que Juana de Arco era para el arte militar. El Dr. Morhéry, esclarecido sobre estos dos puntos esenciales: el Espiritismo como fuente, y la Medicina común como control, al dejar a un lado el amor propio y todo sentimiento personal, se encuentra en la mejor posición para juzgar de manera imparcial, y felicitamos a la Srta. Godu por la resolución que ha tomado en solicitar su ayuda. Nuestros lectores apreciarán, sin duda, el hecho de ponerlos al corriente sobre las observaciones que al respecto se hagan ulteriormente.